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Redes Sociales

La degradación social

Juego, drogas y alcohol, la otra cara de la desigualdad en el país

Los problemas de nuestro país son muchos y variados, y es difícil enfrentarlos con éxito todos al mismo tiempo. Nuestra economía de país medio, aunque ha dado un buen salto cuantitativo en los últimos años, todavía está lejos de resolver el problema de las desigualdades sociales causadas por la mala distribución de la riqueza.

Mientras persiste ese desafío, hay otro que avanza de manera arrolladora y con una fuerza destructiva tan impresionante como la pobreza material. Me refiero al incremento de comportamientos vinculados a vicios como el alcohol, las drogas y el juego; conductas que reflejan la profunda degradación social que estamos padeciendo.

Estas prácticas afectan la salud y el bienestar de las personas, con repercusiones directas en sus familias y comunidades. Ese estilo de vida autodestructivo suele ser consecuencia de la desesperación por encontrar una gratificación inmediata que alivie la difícil situación económica que enfrentan. Así, el juego de azar se presenta como una aparente esperanza, pero al mismo tiempo genera una dependencia que perpetúa la pobreza y la desesperanza.

Con más de 70 mil bancas de apuestas registradas en un país de once millones de habitantes, el juego se ha convertido en una actividad común, accesible para cualquiera, incluso para menores de edad. Es una oferta masiva que moldea la cultura y las costumbres sociales. La ilusión de obtener una ganancia rápida ofrece un alivio momentáneo, aunque pocas veces se traduce en resultados positivos.

Aun cuando existen leyes y reglamentos que regulan esta actividad, la implementación y supervisión presentan debilidades. Esto obliga al gobierno y a las autoridades a poner en marcha políticas públicas que protejan a los ciudadanos más vulnerables.

El auge de las bancas de apuestas refleja la búsqueda desesperada de esperanza en medio de la adversidad. Sin embargo, el problema exige un enfoque integral que no solo contemple la regulación, sino también la educación y el apoyo a quienes ya enfrentan las consecuencias de esta adicción.

En cuanto al consumo de sustancias prohibidas, hasta el año 1965 eran prácticamente desconocidas para la mayoría de la juventud dominicana. Esto cambió con la invasión norteamericana, que pisoteó la soberanía nacional con la presencia de 42 mil marines. Muchos de estos hombres jóvenes ni siquiera sabían dónde estaban; otros lo sabían, pero desconocían a qué habían venido a esta isla del Caribe. A ellos se les atribuye la introducción de drogas narcóticas en Santo Domingo y su posterior expansión hacia las provincias.

Es ampliamente reconocido que el uso de estas sustancias tiene un impacto negativo en la conducta de quienes las utilizan, deteriorando su integración en la sociedad y afectando su comportamiento en los entornos en los que se desenvuelven. Uno de los efectos más evidentes es el daño a las relaciones familiares y de amistad. Las personas atrapadas en la adicción suelen desarrollar conflictos con sus seres queridos debido a cambios en su personalidad, mostrándose irritables y adoptando actitudes agresivas. En ocasiones, esta situación deriva en violencia, especialmente cuando no logran obtener los recursos económicos necesarios para adquirir la droga. Esto los lleva a cometer actos deshonestos, como robos, asaltos o hurtos, generando desconfianza y la ruptura de vínculos afectivos.

Reconocemos los avances logrados por el gobierno en la lucha contra las drogas, aunque esa batalla se centra principalmente en el combate al tráfico internacional que utiliza nuestro territorio como puente hacia otros destinos. Se sabe que muchos pagos por estas transacciones se realizan en especie, dejando una parte significativa de esas sustancias dentro del país para su distribución y venta local.

El alcohol, por su parte, aunque es una sustancia legal y socialmente aceptada, causa estragos cuando se consume en exceso. Un ejemplo claro es la cantidad de personas que mueren cada año en accidentes de tránsito, muchos de ellos provocados por la ingesta desmedida de bebidas alcohólicas. Lo mismo ocurre con los homicidios y los abusos contra mujeres, donde la agresividad desatada por el alcohol es un factor determinante.

Estos son problemas que enfrentamos a diario y que podrían mitigarse de manera sustancial si el gobierno se decidiera a conformar un programa de educación cívica, utilizando los medios de comunicación y las plataformas digitales que hoy tienen gran alcance y alta audiencia.

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