Ángeles en casabito
A propósito de La Natividad
La increíble historia del camionero y los ángeles
¿Existen los ángeles? Esta interrogante, como inquietud de los irredentos o curiosidad de escépticos, ha permanecido desde remotos tiempos como un pendiente sin despejar, adocenando ya siglos, y es tenida como verdad por los libros sagrados de las tres principales religiones monoteístas.
A quienes afirman su existencia por fe, y la esperanza de certeza en las escrituras sagradas, no les cabe duda. Otros, aquellos que no visitaron tales lecturas o estas no les atrajeron, les da igual o les resulta indiferente el tema.
Pero ¿qué piensan o creen aquellos que han experimentado encuentros con seres cuya descripción coincide casi "al calco" con las narradas?
Casabito no es precisamente un lugar propicio para residencia o tránsito de ángeles de categoría alguna. Es un paso de carretera que toma sesgos de desfiladero, entre las estribaciones de montañas y el precipicio, por abundantes 15 kilómetros, como la vía más expedita –y por tanto la más utilizada– entre la Autopista Duarte o del Cibao y el pueblo o municipio de Constanza, la ciudad de mayor altitud de la República Dominicana, enclavada en la zona más pródiga de frutos, flores y leguminosas.
Es Casabito, pues, la ruta preferida de vehículos livianos y de carga, para entrar y salir del agradablemente fresco –y a veces frío– elevado municipio y regularmente requiere mantenimiento por el ocasional derrumbe de piedras y aluviones desprendidos de las montañas, interrumpiendo la vía y no sin presentar riesgos a sus conductores.
No pocos accidentes fatales han ocurrido allí a lo largo de años. Vehículos de todo tipo que han perdido el control y, derrapando en las curvas, recubiertas frecuentemente de arenisca, se han precipitado hasta el fondo de los abismos enmarañados de vegetación feraz, siendo dura tarea el rescate de las fatales víctimas, y casi imposible la recuperación de los camiones, automóviles, jeepetas y camionetas.
El azar, en ocasiones, hace coincidir la caída de una pesada piedra desprendida de alguna ladera de montaña con un vehículo en curso, resultando en daños serios a la máquina, el conductor y pasajeros.
Contrastando con este patente peligro, se advierte un exuberante panorama, en que se conjuga un cielo maravilloso tintado en variados matices azules y muchas veces curiosos tornasoles que se unen en un horizonte exquisito y naturaleza feraz de árboles que se levantan desde los precipicios, con un valle que al fondo se va empequeñeciendo a medida que se asciende; es de tal belleza que corta la respiración. No obstante, la niebla es un visitante que con alguna frecuencia arriba sin aviso ni invitación.
Contemplar el valle de la Vega Real desde Casabito, a despecho de la modernidad y del impenitente obrar humano en detrimento de la naturaleza, es inenarrable y no podemos evitar que acuda a la memoria la exclamación que registró en sus crónicas Historia de las Indias el padre Bartolomé de las Casas, uno de los primeros visitantes europeos que acompañó a Cristóbal Colón a la isla, cuando exclamó, extasiado por su belleza y verdor ubérrimo, lleno de emoción: "Fue aquí, sin duda, donde Dios creó El Paraíso".
Faltando poco, tal vez cuatro o cinco minutos para las 11 de la noche, aquel 30 de octubre del 2018, Luis Encarnación y Encarnación, mejor conocido por quienes le tratan como "Jota-Jota (JJ)", subía por Casabito en el Mack Granite, modelo 2014, llevando como carga 542 sacos de abono para un cliente almacenista de Constanza. Faltábanle varios kilómetros aún para llegar a la capilla conocida como "La Virgen", lugar donde muchos choferes y conductores se detienen a encender una luz –vela o velón– pidiendo o ya agradeciendo seguridad y protección en el arriesgado trayecto y ya a unos 500, tal vez un poco más, metros después del puesto militar.
De repente, en medio de la angosta carretera, las luces del Mack enfocan a niños mirando fijamente hacia el camión. Todo ocurrió casi en un instante: distinguió Jota-Jota entonces que era un trío de pequeños que fulguraban tenue iridiscencia y vestían túnicas muy peculiares, color pastel; dos varones y una hembra, reconocibles su género por el pelo y atuendo.
"Los vellos se me erizaron todos al darme cuenta que encima de sus cabezas había como círculos más resplandecientes –que luego supe se llaman halos– flotando. A pesar de la marcha y aproximación del cabezote cargado, no parecían preocupados; pisé entonces abruptamente el freno, pero el camión prosiguió y ya no podía evitar que los atropellara.
"Pero no sucedió; justo a menos de dos metros de embestirlos, vi cómo a velocidad del rayo se movieron a un lado, hacia la izquierda ¡sin correr!, como volando bajito, dando la vuelta alrededor –o al menos eso pensé– del camión y colocándose del lado derecho, visibles por mi ventanilla derecha, sonriendo, mientras me miraban.
"Y entonces hicieron algo que hasta ahora no me explico y no puedo olvidar: empezaron a saltar, tirándose de pies en el ancho estribo de la puerta derecha de mi Mack –solo eso podía ser que estuvieran haciendo mientras reían– y, a pesar de que los vidrios de la ventana estaban cerrados, alcancé a escuchar sus cantarinas risillas. Este pesado cabezote que no podemos mover o sacudir de lado tres hombres, se zarandeaba como un sube y baja con estos saltos sonoros de los niños, a quienes veía subir y bajar en el aire, aterrizando, al parecer, en el estribo y produciendo el sacudimiento que me hacía mover con todo y camión hacia un lado y otro, mientras escuchaba sus risas, como quienes están retozando.
"En ese momento sentí ganas de orinar y evacuar y, aun con el frío fresco de la noche, mi cara, pecho y brazos se mojaban en sudor".
"Esta visión me congeló; y no sé qué tiempo duró. Mientras todo sucedía, ningún vehículo pasó en cualquiera de las dos direcciones.
"Finalmente, tras repetidos saltos, pude ver por la misma ventanilla derecha cómo se elevaron más y se dirigieron al precipicio, perdiéndose de vista. Ya detenido completamente mi camión, tardé en sacudirme el terrible susto".
El estupor petrificó por muchos minutos a Jota-Jota, hasta que recuperó la calma y normalidad, resolviendo entonces continuar el camino. No se atrevió a desmontarse para saber más de los niños-ángeles, ni mucho menos acercarse al vacío del precipicio.
Cruzó entonces el campamento de los militares y, llegando a la capilla de La Virgen, llamó por el celular a su novia –Pamela, su nombre– para contar, como en desahogo, su increíble experiencia.
Tras esa noche, no pasaron muchas más para que Jota-Jota buscara otro empleo.
¿Alucinación? ¿Invención? ¿Dormido despierto en las duermevelas de conductor nocturno? Luis Encarnación es tenido por quienes lo tratan como persona de respetada credulidad, hombre de acendrado cumplimiento de sus deberes, compromisos de trabajo y ordenada vida personal.
Pero dejemos que sean ustedes, amigos lectores, quienes decidan qué sucedió a Jota-Jota. Mientras, permítanme desearles, esta noche, dulces sueños... con los angelitos.