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La Intocada (A doña Librada Ramos – In memoriam -)

"Hay muertos que van subiendo, cuanto más su ataúd baja..." (Manuel del Cabral)

A los que como yo pasaron por la amarga experiencia de ver al ser que nos parió abandonar el siempre complejo pero deseado mundo de los mortales.

 A los que como yo, transidos por el dolor, tuvieron que difundir   la infausta y desgarradora noticia: "¡Ha muerto mi madre!

 

 A los que como yo, vencidos por la angustia y la impotencia, tuvieron que contemplar, tendido en una cama, el cadáver de la madre.

A los que como yo, tuvieron que abandonar el camposantos, dejando tras sí, archivado en una tumba solitaria, los brazos que tanto nos abrazaron, las manos que tanto nos acariciaron, los labios que tanto nos besaron, la voz que tanto nos arrulló y el cuerpo que tanto calor nos brindó.

A los que como yo, nos resulta imposible olvidar o dejar de honrar la memoria del inigualable y grandioso ser que un día se marchó para siempre de este mundo.

 A los que como yo, no podremos decir este domingo, Día de las madres, "¡Te felicito mamá! A los que como yo, tuvieron la suerte y privilegio de haber sido parido, criado y educado por una de las mejores madres del universo.

Con todos ellos, me place compartir los muy sensitivos y significativos versos del poema «La Intocada», emanados de la fértil imaginación creadora del fundador del Postumismo y uno de los más originales poetas de la literatura dominicana: Domingo Moreno Jimenes (1894 – 1986):

LA INTOCADA

I

« Ella es sol en mi vida,

yo no sé,

 ella es la perla blanca dentro de mi sentir turbio.

Ella es un ramo de miosotis en el torrente de mis días alocados.

Ella es una bacanada de éter en la caverna de mis introspecciones.

Ella es una luz radiosa, tenue,

en mis caídas y mis alzadas en el mundo.

Ella es anterior a mí,

y posterior a todo lo que llegue en espíritu o en sustancia.

Es verdad que ha muerto;

 pero en mis actos está intacta,

pero en mis sueños está intacta

 pero en todas mis emociones está intacta.

II

Hija: tú no conociste a mi madre;

 y yo temo a tus días venideros, ¡sólo por eso!

III

¿Acaso no me dijo ella una vez

 que amara a quien me odiara

y huyera de las acciones interesadas, siempre...?

IV

¿Acaso, cuando el astro del amor se alzó en mi vida,

 no fue por el riesgo de sus palabras,

la inclinación de sus ojos,

 y el contacto tenuísimo de sus manos?

V

¿Acaso este yo mío que esplende no es su obra,

o el más burdo modelo de sus más pobres obras?

VI

Martirio del amor fue ayer su vida...

¿Martirio del amor no es hoy su vida? ...

VII

¡Madre: deja que me siembre en la tierra como debo!

¡Madre: no impidas que cuando sea albor de polvo, no

 te adore menos de cómo debo!»

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El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura dcaba5@hotmail.com