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Entre Almudena Grandes y Juan Luis Cebrián

Fue hace un mes, más o menos, que Almudena Grandes anunció que padecía cáncer. Lo supo en plena pandemia, hace poco más de un año, pero calló la noticia y siguió escribiendo sus columnas en El País, y sus libros. Un mes, apenas, y ella decía entonces que estaba dispuesta a pelear por su salud y que estaba en las manos de los mejores médicos para esta nueva jugada de la vida.

Comencé a leerla por donde creo que comenzaron todos sus lectores, por Las edades de Lulú, su primera novela, que ganara en aquel año el entonces muy celebrado premio de narrativa erótica La Sonrisa Vertical, de la editora Tusquets, que dirigía Luis García Berlanga. Su primer libro fue un suceso de primer orden, se tradujo prontamente en más de veinte lenguas y fue llevada al cine, al año siguiente del lauro, por Bigas Luna. Era una historia de amor entre una jovencita de 15 años y un hombre mayor, Pablo, que deviene, a los treinta años de Lulú, en un “infierno de deseos peligrosos”, cuando se desencadenan las ansias insatisfechas y ella cae en el frenesí de los juegos sexuales múltiples y desafiantes. A partir de esta presentación en la sociedad literaria de Almudena, comenzó para ella una carrera que parecía no tener fin, a pesar de su corta duración. Sólo 32 años estuvo activa; Las edades de Lulú fue seleccionada como una de las cien obras fundamentales de la literatura española del siglo veinte; sus novelas alcanzaron la altura y el amplio nivel de aceptación de millares de lectores, honores reservados solo a las grandes firmas literarias; su nombre se asoció siempre a las causas políticas de avanzada, polémica, pero reflexiva y sin medias vueltas en sus ideas de progresista con clase intelectual y pensamiento abierto y definido.

Las Edades de Lulú no llegó por estos predios nuestros hasta cinco años después, pero, a partir de ese momento, fueron arribando todas sus otras buenas novelas, unas más apetecidas que otras. Nunca supe el nivel de lectoría que logró en nuestro poco sediento país de lectores, donde a veces, o casi siempre, las mujeres escritoras son menos apreciadas que los hombres que escriben, aunque ellas, tantas veces, sean mejores que ellos. Sí puedo afirmar que tuvo una legión de culto, y como tal, pequeña, pero seguidora fiel de sus historias, y de sus trabucazos como columnista, oficios ambos que mantuvo hasta, prácticamente, días antes de morir. Para leer la política española, por ejemplo, en mi caso, era necesario leerme la columna de Almudena, que me permitía una visión tal vez diferente, casi siempre muy personal, de la sociedad española.

Su esposo, con más de veinticinco años juntos, fue el poeta Luis García Montero, con varios amigos en República Dominicana, a la que ha visitado en varias ocasiones para ferias del libro y festivales poéticos. Hoy por hoy, uno de los principales poetas de España. “Supongo que estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar una nueva vida con el amor de siempre”, escribió Luis al despedirse de su esposa. Luego, mientras la voz de Joaquín Sabina, amigo íntimo de la pareja, sonaba de fondo con su canción Noche de Bodas, García Montero le daba un beso a un ejemplar de su libro Completamente viernes y lo lanzaba a la tumba de su esposa, antes de que la losa sellara su sepultura. Fueron versos de amor para la mujer de su vida, versos que arrollaron otros libros porque en su inspiración estuvo siempre ella, la Grande, ciudadela de sueños, quebraduras, iluminaciones y sonrisas, que eso es una Almudena, ciudad pequeña pero entrañable como ninguna otra (“Como la luz de un sueño/ que no raya en el mundo pero existe/ así he vivido yo/ iluminando/ esa parte de ti que no conoces/ la vida que has llevado junto a mis pensamientos./ Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto/ cruzar la puerta sin decir que no,/ pedirme un cenicero, curiosear los libros/ responder al deseo de mis labios/ con tus labios de whisky,/ seguir mis pasos hasta el dormitorio./ También hemos hablado/ en la cama, sin prisa, muchas tardes,/ esta cama de amor que no conoces,/ la misma que se queda/ fría cuando te marchas”).

***

Juan Luis Cebrián se hizo periodista en la década de los sesenta, en plena dictadura franquista. De hecho, fue nombrado jefe de prensa de Radio Televisión Española (RTVE) en los meses finales del gobierno de Francisco Franco. Dos años más tarde estaba dirigiendo el primer gran periódico de la España en transición, El País, al que le construyó un perfil y una línea de escritura y de enfoque –reporteril e investigativo- que marca pautas aún al periodismo mundial. Solo su obra de gerencia periodística le otorga un puesto memorable a su vida y a su ejercicio profesional de toda una larga estancia.

Pero, Cebrián es, con la misma firmeza, tono y calidad, un escritor importante de la España democrática, la que él ha tenido que defender desde su regencia editorial, desde su formación académica, y desde su pensamiento tenaz contra cualquier forma de autoritarismo y en defensa de valores que hoy pugnan por sobreponerse a toda desviación política y a todo matiz ideológico que conduzca sus acciones para proteger intereses individuales o esquemas corporativos. Sus libros han sido, durante poco más de cuatro décadas, una lectura esencial para entender, no solo a España, sino a Europa completa, en esa constante evaluación de pensamientos y hechos irrefutablemente influyentes en el universo político de nuestro tiempo.

Justo cuando se iniciaba la década de los ochenta, Cebrián publicó un libro que un amigo puso en mis manos: “Lee eso”. Y no me dijo más. Se trataba de La prensa en la calle: escritos sobre periodismo. Era el primer libro de Cebrián. El afamado director del mejor diario de España no era, entonces, una figura, digamos, que llamara la atención en nuestro ambiente. Conocíamos, seguramente, quién era y lo que hacía, pero no tanto como lo que sería años después cuando su nombre fue creciendo y, en mi caso, cuando me impresionó leer el primer libro de estilo de El País, que sellaba un momento que, para mí, y es la primera vez que lo digo, me indicaba cuáles eran las fases que un escritor de periódico –editor, reportero, redactor, columnista- debía completar para escribir bien y para permitir ser entendido por los lectores. Era el gobierno periodístico de Cebrián que abriría ese camino en la España del periodismo diarial, que muchos seguirían. En el caso dominicano hubo un intento de Juan José Ayuso que no tuvo continuadores.

Vendrían pues, los libros de Cebrián, los de periodismo, los de ensayo, y los narrativos. Algunos me son aún de inolvidable valor y siguen en los anaqueles de mi biblioteca recibiendo, de cuando en vez, mi mirada escrutadora, para consultar cualquier aspecto que memorizo perfectamente que lo leí allí: La España que bosteza, Los medios en Europa, El siglo de las sombras, Francomoribundia, El fundamentalismo democrático, y uno que debiera ser de texto en las redacciones de periódicos: Cartas a un joven periodista. Pero, sobre todo, tengo presente a dos de sus libros de ensayo: El tamaño del elefante, que me ayudó a entender a España desde la visión de un periodista que enseñaba que los medios de comunicación eran, como lo deberían seguir siendo, los “verdaderos hacedores de la realidad, como vehículos necesarios para fomentar la participación ciudadana y fortalecer la democracia”. La evaluación que hace de la posmodernidad y la rebelión de la cultura, me parecen que siguen teniendo plena vigencia hoy. El otro es La Red. Publicado en 1998, o sea hace 23 años, ese texto de Cebrián me abrió el entendimiento para comenzar a conocer lo que iba a ser la llamada sociedad digital, algo que todavía no entendíamos de pleno. El ciberespacio ganaba terreno: internet, televisión vía satélite, la tecnología en la educación, en la medicina, la economía y, por supuesto, en los medios de comunicación, anunciando los cambios que se operarían hasta transformar del todo el mundo que conocíamos entonces. Creo que este libro, producto de una investigación que encargó el Club de Roma a Cebrián, fue el pionero en advertir cómo sería la sociedad digital que hoy ha dado una vuelta al caldero del mundo, permitiendo iniciar una nueva era y, seguramente, una nueva civilización. Las novelas de Cebrián (La rusa, en especial) son productos no solo de su imaginación, sino una extensión de su ejercicio periodístico. Toda una vida consagrada al pensamiento, al examen de la realidad mundial, a la comunicación y a la cultura, hacen de Juan Luis Cebrián un intelectual de carácter y dimensión distintivas en el ancho espacio del pensamiento posmoderno de la marca panhispánica.

Almudena Grandes falleció el pasado sábado 27, en Madrid. Fue invitada de honor en la primera Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, 1998, donde dictó una conferencia y tuvo un conversatorio sobre sus libros.

Juan Luis Cebrián ofreció, el pasado sábado 27, una conferencia sobre Comunicación y Cultura, en el auditorio de la Fundación Global Democracia y Desarrollo.

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  • Libros

José Rafael Lantigua, escritor, con más de veinte libros publicados. Fundador de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. De 2004 a 2012 fue ministro de Cultura.