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Cuando los hermanos se alejan

El legado de los hermanos, entre el amor y las cuentas pendientes

Probablemente las cosas no sean iguales. Hemos madurado y cada uno hizo su propio cuadro de vida.  Los afectos siguen, pero sin esa fuerza que en un tiempo le dio cercanía a la convivencia. Éramos entonces felices, construyendo y rehaciendo sueños como se arman los juguetes de montar y encajar piezas; compartiendo en silencio las escaseces, con la sospecha de que, por alguna razón no descifrada, el futuro nos premiaría.  Así comenzó la historia de muchos de nuestros hogares: un espacio tibio, libre y recogido, en el que cada rincón guardaba una vivencia y en cada mañana despuntaba una nueva razón para confiar o esperar.  

Es posible recordar con más certeza los olores y colores de ese hogar de la niñez que de cualquier otro ambiente reciente, incluyendo los de nuestra propia casa.  Y es que, como escribía Johan Green, "el hogar está donde late el corazón". Un pequeño y quieto refugio para inventar grandes quimeras. Allí aprendimos a someternos a la mansa autoridad parental; a creer, obedecer, respetar, amar y perdonar.

En esa construcción espiritual llamada hogar fuimos hijos, pero también hermanos. Esta última condición, extrañamente subestimada, nos permitió hacer de la vida familiar una experiencia intensamente horizontal; a relajar el rigor de la convivencia; a mentir sin culpas; a ser como queríamos y a liberarnos de las posturas correctas sin que nuestros padres se enteraran.

Con los hermanos éramos auténticos, en una relación de amor y odio repleta de conflictos, complicidades y secretos. Algo parecido a lo que decía un viejo amigo: "Los padres publican nuestras virtudes; los hermanos guardan nuestros pecados".

Nunca nos faltó un hermano próximo, ese que recibía nuestras primeras confesiones, pero con quien teníamos las disputas más enconadas. Un confidente que guardaba con celo las verdades que pudieron avergonzarnos o lastimarnos.  Es un amigo dispuesto a callar y a consentir, sobre todo cuando la distancia del respeto a los padres nos evitaba la franqueza. De esos hermanos, la escritora Susan Scarf Merrell, escribía: "Siempre están ahí, inconmovibles, desde el amanecer de nuestras vidas hasta el inevitable anochecer".

Pero el conjuro del tiempo y las circunstancias nos alejan. Cada uno elige su rumbo o la vida dicta su destino.  Así, se diluye esa complicidad que en una ocasión nos hizo felices. Hoy nuestros hijos nos ocupan y su futuro compromete todo lo que hacemos. El viejo hogar de nuestros padres vuela y solo pervive en el tiempo la nostalgia, como santuario donde se rinden las evocaciones más entrañables, esas con las que reímos cuando la familia se reencuentra una o más veces al año.

Entonces los hermanos cercan sus intereses de vida.  Cada uno libra la lucha de la supervivencia. En algunos, ese trance resulta rudo, tanto que su semblante no disimula el recio resabio con la existencia.  Otros, frustrados, no faltan en cargarnos con parte de la culpa de sus reveses, sobre todo cuando el éxito nos ha acompañado, pero no siempre lo harán con odio porque saben de dónde venimos.

Como asesor legal he acompañado a muchas familias a solventar la crisis que desata una sucesión patrimonial. Un proceso en el que se revela la oscura naturaleza humana. He oído las ofensas más duras. He presenciado discusiones cargadas de maldiciones y amenazas. He participado forzosamente en litigios judiciales mantenidos solo por la obcecación del odio o el orgullo, en desmedro del propio patrimonio familiar.  

Las veces que he tenido reunidas a las partes en conflicto trato de imaginarlas cuando eran niños/niñas a la sombra y calor de aquel hogar de ensueño compartiendo pláticas y momentos. No pocas veces de la discusión emergen resabios nacidos de traumas de entonces. Cuando se desatan esos recuerdos, entonces viene el quiebre, a veces con llantos de dolor o de rabia. Aparece así la inflexión para bien o para mal. Al final te das cuenta de que las razones no declaradas del conflicto nacieron remotamente, y es que, como decía Ann Hood, un hermano "es la lente a través de la cual se ve la infancia". La partición patrimonial se convierte así en una oportunidad no confesada de vengar, ajustar o reclamar cuentas por esas inconformidades.

Qué pena que en el país no hay una tradición de celebración del día del hermano, festividad reconocida en distintas naciones: 10 de abril, en Estados Unidos; 31 de mayo, en Europa. Por mandato de las probabilidades los padres se van primero que los hermanos. Ellos nos quedan como la familia más cercana. Son un cerco de apoyo y comprensión. Y es que, al decir de Gabriel Marie Legové, "un hermano es un amigo dado por la naturaleza". Tengo la bendición de contar con sus latidos: Maribel, Leyba, Adria, Manuel e Iris.

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Abogado, ensayista, académico, editor.