La nación en la mesa
¿Marcará la reunión de Abinader con expresidentes un antes y después?
En 1993, el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, convocó a una cena privada en la Casa Blanca. Los invitados: tres expresidentes vivos —Jimmy Carter, Gerald Ford y George H. W. Bush. El motivo no era una fecha patriótica ni una conmemoración ceremonial. Era un gesto deliberado, estratégico: mostrar al mundo que, antes de firmar un acuerdo de paz en Medio Oriente, Estados Unidos se alineaba internamente. Fue la primera vez que un presidente en funciones se sentaba con tres antecesores en la misma mesa. Aquella cena no fue solo protocolo: fue mensaje. Unidad antes de acción. Nación antes que facción.
Hay decisiones que marcan una gestión. Otras, marcan un país. La reunión del presidente Luis Abinader con los expresidentes Leonel Fernández, Danilo Medina e Hipólito Mejía es uno de esos momentos que, más que titular político, representa un hito institucional: la Nación en la misma mesa, en tiempo real.
En un contexto regional donde la incertidumbre crece al mismo ritmo que el silencio internacional sobre Haití, el presidente convocó no para persuadir, sino para escuchar y compartir. Y eso, desde la perspectiva del diálogo político y la acción de Estado, es una jugada de alto nivel: cuando el problema trasciende al gobierno, la respuesta debe trascender al partido.
En la gestión eficiente de la negociación y el gobierno, se enseña que antes de salir al mundo hay que lograr primero la cohesión interna. Un Estado que logra esa unidad proyecta más legitimidad, más fuerza y mayor capacidad de influir. En cambio, un Estado dividido negocia desde la debilidad y la confusión.
Este tipo de encuentros no es solo gesto: es arquitectura institucional. La historia enseña que, en diplomacia, la fuerza de una nación se mide primero en su capacidad de hablar con una sola voz. Alinear las voluntades internas antes de enfrentar desafíos externos no es solo un ideal: es una estrategia de Estado.
Una Nación no se fortalece solo con gestos, sino con doctrina y con implementación.
El gesto abre la puerta. La doctrina define el rumbo. La implementación garantiza que no se quede en discurso. Y es precisamente eso lo que esta reunión nos invita a considerar: la necesidad de formular, por primera vez de manera consensuada, una Doctrina Dominicana sobre Haití.
Como ocurre en la historia de los grandes Estados —de la Doctrina Monroe en EE.UU. a la Doctrina Estrada en México—, una doctrina no es una opinión ni una estrategia improvisada. Es un marco de principios compartidos que orienta las decisiones del Estado más allá de los ciclos electorales. En este caso, implicaría definir con claridad y consenso nacional:
- El derecho soberano del país a regular su política migratoria y fronteriza, con firmeza, pero con respeto a los derechos humanos.
- La necesidad de actuar en coordinación con la comunidad internacional, pero con una voz dominicana coherente y unificada.
- El deber de proteger la estabilidad interna, promoviendo el desarrollo integral de la zona fronteriza y garantizando la seguridad nacional.
Una doctrina se vuelve real cuando se convierte en política de Estado. Y eso ocurre cuando hay continuidad, seguimiento e institucionalidad. Por eso, lo que venga después de esta reunión será lo que determine si estamos ante un momento simbólico... o fundacional.
Aunque ha habido pensadores como Manuel Arturo Peña Batlle que intentaron trazar un marco conceptual sobre las relaciones con Haití —con valiosos aportes desde la historia y el derecho—, lo cierto es que la República Dominicana nunca ha tenido una doctrina consensuada de Estado hacia Haití. Lo que hemos tenido son reacciones, enfoques de coyuntura o visiones ideológicas que han variado con el calendario político.
La reunión reciente entre el presidente y los expresidentes nos plantea, por primera vez, la oportunidad real de construir esa doctrina de forma deliberada, inclusiva y sostenible. Y sería coherente con los llamados que desde hace años venimos haciendo —desde distintos espacios— para pensar la relación con Haití no solo desde la urgencia, sino desde la arquitectura estratégica.
Y para que sea fundacional, no hace falta empezar desde cero: ya hemos construido un marco. Desde hace años, distintos espacios han planteado la necesidad de una estrategia nacional coherente, basada en principios estables y visión de largo plazo. Desde uno de ellos —el artículo "Importancia del pacto para enfrentar la crisis de Haití"— propuse un acuerdo país que no respondiera al miedo del momento, sino a una comprensión profunda del desafío.
Esa comprensión debe ser multidimensional. En "Para entender el conflicto con Haití" sugerí mirar la situación desde tres ángulos: el propio, el del otro y el del observador imparcial. Solo así podremos diseñar políticas que sean efectivas y empáticas, alejadas del reduccionismo y del oportunismo electoral.
También he advertido sobre los errores recurrentes que cometemos como país frente a Haití: confundir síntomas con causas, sobrerreaccionar ante provocaciones, o subestimar la complejidad del conflicto. En "Nueve errores sobre Haití" abordé esos fallos, que aún estamos a tiempo de evitar si tomamos el camino del entendimiento informado.
No habrá solución sostenible sin un compromiso serio de la comunidad internacional. Pero para que la República Dominicana proyecte una voz respetada y eficaz hacia el mundo, esa voz debe nacer de la claridad interna, la coherencia estratégica y la firmeza institucional. La reciente reunión de expresidentes ofrece una base sólida para ello. Sin embargo, si no se acompaña de diplomacia activa y presión conjunta bien articulada, esa voz corre el riesgo de diluirse en el ruido geopolítico global.
Tenemos las ideas. Hemos señalado los errores. Lo que hace falta ahora es decisión política para implementar lo que ya sabemos. Porque lo difícil no es entender la crisis, sino sostener juntos la respuesta.
Y si esta vez logramos convertir el gesto en continuidad, y la continuidad en política de Estado, habremos dado no solo un paso importante, sino el primero de muchos hacia una visión coherente y sostenible de política exterior hacia Haití. Con ello, habremos comenzado a escribir una página digna de nuestra historia.