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Lamento rural

El campo en crisis, abandono, bajos precios y olvido gubernamental

Abimbaíto visita la zona rural del Cibao y se encuentra con un agricultor, conocido desde la infancia. Rezuma pesimismo. Intenta estimularlo.

—Amigo, —le dice —. ¿Qué te pasa? A un hombre como tú, de coraje y capacidad de trabajo, no le luce estar abatido.

—Las cosas no van bien — responde Nunú—. Viene de lejos, pero tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe.

Lo mira, sorprendido. No pensaba que el malestar fuera tan profundo.

— ¿Qué es lo que no va bien, Nunú? —pregunta, tratando de alentarlo —. En el campo tiene que vivirse mejor que en la capital. Allí la gente deambula aprisionada en los tapones, hacinada. Da grima vivir en una cuartería sin intimidad ni sosiego.

— Abimbaíto, amo mi fundo. Nací para despertar de madrugada junto al canto del gallo. Recorrer a pie los trechos de la tierra. Empaparla con el sudor de mi frente. Ya no compensa. Hablan de seguridad alimentaria, pero maltratan a los productores.  

Queda perplejo, pero confirma lo que ha oído. La angustia de su amigo lo encabrita.

— Sé que eres eficiente y ni aun así generas ganancias. Me da pena decírtelo, las cosas no cambiarán. Es sistémico. Vende tu propiedad y deja atrás el lodo que te sube hasta las orejas. Si las urbes no valoran el sacrificio del productor rural, deja que ellos cosechen, coman bochinches y "teteos".

— Ese cambio en tu humor ¿a qué se debe Abimbaito? — comenta, sorprendido.

— En mi recorrido por estas tierras percibo por doquier un fuerte rechazo a la idea de vivir en el campo. Veo a pocos dominicanos cultivando la tierra. La juventud lo abandona. Causa espanto que los campesinos estén perdiendo el amor a la tierra, cuando son el alma primaria de la dominicanidad.

La humildad no le permite recibir el halago con júbilo.

— Me conoces muy bien, Abimbaito. Trabajo de sol a sol, pendiente de mi siembra. Asimilo las tecnologías, tengo semi mecanizada mi actividad. A pesar de todos los esfuerzos el asunto no da, no es rentable. Ni las urbes ni los gobiernos valoran el sacrificio que hacemos al producir bienes indispensables para la sobrevivencia y custodiar el suelo que acredita la soberanía.

— Mi querido amigo Nunú —le espeta —, el hombre de la ciudad quiere alimentos y electricidad gratis, aunque paga con gusto el romo, los canes y los celulares.

Se toma un respiro.

— Si hay sobreproducción agropecuaria a nadie le importa que caigan los precios, a costa del productor. Si la cosecha es baja y suben los precios, las autoridades aplican medidas para que bajen. Si la tempestad arruina las cosechas, pierde el productor. Si la yuca sale jojota y no se vende, se arruina. El agricultor sufre de total abandono.

A la mente de Nunú acuden, con desaliento, las imágenes de los candidatos.

— Es cierto— musita con tristeza —. He dado mi voto y me pagan con olvido insultante: Digan lo que quieran, los caminos vecinales están descuidados; no invierten lo suficiente en infraestructura agropecuaria ni en crear condiciones para el bienestar de la gente del campo. Los insumos se disparan, los costos suben y el precio de las cosechas baja. Los intermediarios abusan.

— ¡Ah, querido amigo! Ningún gobierno es amigo de la agropecuaria. A Joaquín Balaguer le interesaba el voto rural. Quizás don Antonio Guzmán era otra cosa. A Jorge Blanco nunca le motivó el desarrollo de la agricultura.

— Yo creía que los presidentes tenían aprecio por el campo —susurra Nunú.

Lo piensa antes de responder.

— Son adictos a los votos —afirma—. La zona rural no tiene peso político. Ni siquiera Hipólito Mejía le confiere relevancia, a pesar de ser agrónomo. Tampoco Leonel Fernández, Danilo Medina, ni Luis Abinader. Les conviene mimar el voto urbano. Por eso invierten en las ciudades. Aman el campo en los periódicos. Papel mojado. Y lo ensalzan en los discursos, soplo etéreo. Solo eso.

Sus ojos lucen brotados, como si no alcanzara a comprender.

— Indeciso, Nunú exclama: —Lo que hace falta es que nuestra clase abra los ojos y reclame sus derechos. Hay que exigir que los gobiernos eviten la pérdida de poder adquisitivo de las fuentes de ingresos rurales, en vez de estimularla. Se dediquen a integrar en modo vertical grandes cadenas productivas para dar mayor valor a las fuentes primarias; inviertan en mejorar las infraestructuras y las condiciones de vida del entorno rural; y reviertan el proceso de desnacionalización patente del trabajo agropecuario por sus nocivas implicaciones futuras.  

TEMAS -

Eduardo García Michel, mocano. Economista. Laboró en el BNV, Banco Central, Relaciones Exteriores. Fue miembro titular de la Junta Monetaria y profesor de la UASD. Socio fundador de Ecocaribe y Fundación Siglo 21. Autor de varios libros. Articulista.