Cuidar lo que tenemos
Sin Metro, Santo Domingo vuelve a su peor versión
La escena en Villa Mella este miércoles era más que un retrato del pasado: era una advertencia. Como una cápsula del tiempo abierta a la fuerza, los carritos atestados, los motoristas zigzagueando entre filas y las guaguas jadeantes eran una postal incómoda de un ayer que creíamos superado. Quince años después de la llegada del Metro, bastaron unos días de suspensión parcial para que la ciudad sintiera en carne viva lo que significa perder una conquista colectiva.
Porque eso es el Metro: una propiedad social, fruto de la planificación, la inversión pública y la paciencia ciudadana. No es un lujo ni un adorno urbano: es un eje civilizatorio. Cuando fallan estos servicios —ya sea por averías, descuido o falta de mantenimiento— se hace evidente lo mucho que dependemos de ellos y lo poco preparados que estamos para su ausencia.
De ahí la urgencia de cuidar lo que hemos construido. No solo en el sentido técnico, sino también en el simbólico. Lo que pertenece a todos debe ser defendido por todos. Si perdemos el hábito de proteger nuestras obras comunes, si asumimos que "el Estado lo repondrá", corremos el riesgo de retroceder. Y esta vez, el precio de volver atrás podría ser impagable.