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Si alguien quiere saber cuál es mi patria

El nacionalismo como escenario de la politiquería

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Si alguien quiere saber cuál es mi patria
El himno lésbico y la histeria patriótica. (FUENTE EXTERNA)

De un columnista de opinión se espera que aborde, casi por obligación, los temas «nacionales actuales». Esos que, más que temas, son costumbre, y de nacionales solo tienen el adjetivo arbitrario porque no afectan ni competen a todos por igual. En un territorio donde coexisten varios países distintos, incluso en la cultura, la totalización de los conceptos es la coartada del encubrimiento.

Acontece igual con la patria. Entidad sin rasgos definidos convertida en cajón de sastre por obra y gracia de nuestras variopintas aficiones y ficciones ideológicas. Todo cabe, desde las proclamas de los grupos derechistas que aderezan con ella sus desvaríos conspiranoicos, hasta los pretendidos análisis de cualquier necesitado de producir «contenido».  Y ni hablar de los políticos. A ellos pertenece el palmarés.

En estos días de apagones, de discusiones triviales entre la oposición y el gobierno, de calores intensos y tránsito irredimible, la patria ha vuelto a ocupar su espacio en la viscosidad de nuestra verborrea pública. Esta vez lo hizo, nada menos, a causa del himno que la ensalza.

No pienso en la regrabación de factura impecable presentada recientemente en el Palacio Nacional. Demasiado buena para haber costado una chilata que, no por serlo, se salvó de críticas fervorosas contra su corrupción implícita. En mente tengo la alharaca por la interpretación, musicalizada con las notas del nacional, del llamado Himno Nacional Lésbico.

Los patrioteros de a dos por centavo no perdieron tiempo en echar mano de cuanto adjetivo victimizante de la patria y, por ende, de la dominicanidad, estuvo a su alcance. «Ultraje» resonó en bucle y puso color en las mejillas de, entre otros pálidos, Juan Pablo Uribe, presidente de Efemérides Patrias. Con la denuncia presentada a la PGR en la mano a modo de diploma, fue claro en su propósito: «mandar un ejemplo, para que nadie se atreva a jugar, a violentar, a burlarse, a ultrajar símbolos que nos representan a todos, independientemente de partidos políticos, de preferencias de tal a cual cosa».

¿Procuraba la autora del himno lésbico reemplazar el nacional? Dudo que fuera su intención. Más allá de épater le bourgeois, su poema –así lo define– no saldría fuera del recinto en el que fue leído. Amplitud le dio el morbo y quienes encontraron una oportunidad de obtener ventaja política. Sin fuerza social para la sustitución, un proceso sociohistórico y cultural de largo plazo, el himno lésbico no pasaría de ser una performance.

A riesgo de persecución judicial y linchamiento digital, pienso que no sobra, como se hizo con la música, actualizar las letras de Prud´Homme. Magnífico sería el poema de Pedro Mir que dice: «Si alguien quiere saber cuál es mi patria/ lo diré en una tarde americana./ Cuando el mundo se quite la cabeza/ y le arranque la espina innominada./ Cuando el hilo de todas las fronteras/ teja como una alfombra todas las patrias./ Y una risa inmensa/ recorra las montañas/ y haga huir como murciélagos despavoridos/ a los acorazados con sus arrogancias,/ con su larga cadena de oprobio/ que une nuestras gargantas / y nos saca en sangre y pulpa / las tierras perfumadas».

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.