Happy hours
De las bebidas de los dictadores al Open Bar de los noventas

En los últimos días, me persiguen ciertas suposiciones que tengo que analizar con detenimiento. Por ejemplo, pensar en qué bebidas tomaba Buenaventura Báez o cuál era el equipo preferido por Rafael Trujillo. Me tengo que poner a meditar en el asunto. No sabemos si era del Escogido o del Licey. Descartamos que fuera de Las Águilas. Por ahora uno tiene la sospecha de que el mandatario de férreo proceder, le iba los Dragones de Ciudad Trujillo. No son tan conocidos hoy en esta época de un nuevo siglo. En su momento, los Dragones recibieron a estrellas de las Mayores como Satchel Paige y Cool Papa Bell, un equipo al que Trujillo le metió 50,000 dólares, toda una fortuna de la época.
En estos momentos históricos, resurge el asunto de las bebidas. Otros aseguran que el tema no es nodal, que puede ser dejado de lado como se abandona un cóctel para entrarle a un trago más fuerte. Historiadores respetables pueden ofrecernos con lujo de detalles una explicación sobre las bebidas que le gustaba tomar al jefe: no solo Juan Primero y el whisky escocés, sino otras. Conocí en mi infancia a serenos (los modernos guachimanes), que bebían las llamadas chatas, entre las que recordamos a una botella de whisky de la marca Dunbar.
Es posible que la firma no sea de serenos, sino de gente más práctica y sofisticada. Ruedan hipótesis en el pensamiento para ver si Trujillo hacía esto y hacía lo otro. Hay una clara relación entre dictadura y espectáculo, aunque fuera en los estadios de béisbol que aguantaban una gran cantidad de personas. El béisbol es un deporte que siempre fue popular. Uno se detiene en ese restaurante y mira que en la pared han colocado un poster de una región vinícola de España, La Rioja con su tempranillo. Si tomamos una foto con ese fondo, todo el mundo pensará que estamos en España.
Trujillo tenía sus bebidas favoritas pero todos también sabemos en qué invertía el tiempo el Jefe. En la red de redes y en Instagram me he encontrado con un joven que se dedica a preparar cócteles. Decía Federico García Lorca que los Americanos (se refería a los Estados Unidos de América), pasarían a la historia por tres grandes invenciones: el baseball, el jazz y los cocktails. Una persona cercana me respondió con la creativa frase: hay que tomar en cuenta al rock.
Esta frase nos lleva a pensar si los cócteles que prepara este influencer son del todo practicables en discotecas distritales, a sabiendas de que en los ochentas y en los noventas sí que te los preparaban (Tom Collins, Screwdriver, Sex on the Beach, Whisky Sour, Martini), para solo mencionar cinco. Es famosa la frase de Franklin Delano Roosevelt: lo que América necesita ahora es un trago. Puede decirse como inferencia de esta frase que Roosevelt y otros mandatarios han entendido lo que es un brindis después de los logros políticos. Resulta inolvidable el momento en que nuestros políticos han sabido untarse el ron o proponer un bebida para ir a tono con una modernidad donde también la bebida es eje central de las peticiones ideológicas.
Hay un lado de la historia que no se ha hecho pública: cuál era el ron de caña que tomaba Pedro Santana. No tenemos noticia de algún historiador que haya encontrado alguna explicación que hable de prueba de archivo sobre las capacidades etílicas del Marqués de las Carreras. Tampoco sabemos qué era lo que hacía Lilís para tomar a ciencia cierta su bebida predilecta entre Bolos y Coludos. Ahora sabemos que muchos enfrentan la tarde de bebidas con un rumor de instinto callejero y un gin tonic con un fondo de reguetoneros.
Uno se detiene en detalles que otros observarán: los cócteles americanos no sabemos si son vendidos en los parques de Béisbol o de otros deportes. Tendré que preguntarle a una persona cercana si en los estadios de Hockey, un deporte clásico de Estados Unidos, te preparan un cocktail, palabra esta que puede ser desglosada como cola de gallo: no sabemos la historia del origen de esta palabra, reconozcámoslo. Es justo reconocer que la cultura del trago cambió en el país con los modernos métodos del marketing de las bebidas en supermercados y una televisión comprometida con las marcas.
La frase de Lorca tiene alcance sobre todo en un momento en que a uno le da con poner a Joao Gilberto e Iván Lins (dos joyas musicales para acompañar con este tipo de bebidas experimentales típicas de las kermesse colegiales de los ochentas). Trujillo debió tener claro que en todo hombre la bebida era esencial. Ya conocemos a personas que hacen de su afición por las bebidas exóticas y caras toda una historia narrable desde el ya.
Las bebidas que el pueblo conoció en la Era de Trujillo nos dan para otro artículo, sobre todo con la intención de desentrañar la afición de los espectadores del béisbol y las costumbres dominicanas decimonónicas. Lograr esa crónica nos permitiría decir que hemos conocido la costumbre etílica de los legendarios herederos de los gobernantes romanos. Finalmente, no sabremos nunca la opinión de Santana y Lilís sobre las bebidas que degustaron. Esto es solo el inicio de una sospecha más arcana que nos muestra que estos dictadores tenían su propio estilo de enfrentar la tarde como ocurre en los happy hours que toman cuerpo en un Santo Domingo de otro siglo. Entender que estos dictadores fueron de carne y hueso nos lleva a una conclusión que hoy podemos aplicar a mandatarios de una actualidad que se torna problemática con la guerra.
A veces, se sospecha que detrás de algunos mandatarios hay un happy hour cuando en todo caso deberían estar en la solución a innumerables problemas. Podríamos decirlo de manera más gráfica: que en las negociaciones de la guerra, se pueda brindar con una bebida clara, una paz que tiene que llegar a Ucrania.