Juan Rincón, la muerte del padre Canales, los imputados antipulpos y la justicia de Santo Domingo
«¿Quiénes son los justos y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?» —Eduardo Galeano

La historia de Juan Rincón aparece magistralmente relatada por el eximio escritor tradicionalista, César Nicolás Penson (1855 – 1901), en "La muerte del padre Canales", una de las diez tradiciones que conforman su emblemática obra Cosas añejas (1891). Constituye dicho relato el más fiel retrato de las debilidades ético - morales que históricamente han afectado al sistema judicial de la República Dominicana. Y revela la magistral y muy aleccionadora narración que la justicia dominicana siempre ha sido la misma: la piedra angular o el brazo poderoso que ha servido de soporte al régimen de impunidad que durante los últimos años tanto se ha criticado y combatido.
El protagonista de la historia es Juan Rincón, un matón compulsivo, especialista en asesinar mujeres; pero que, debido al peso de un tío socialmente influyente, casi siempre lograba evadir la justicia o quedar libre del castigo de la ley. Descrito por el narrador como "un ente raro", "un monstruo" que "acaso padeció lo que llama manía de sangre", y cuyo origen arrancaba "de familias muy distinguidas, las primeras de esta capital...", Juan Rincón asesinó a su primera esposa encinta; pero «Esta primera hazaña quedó impune, merced acaso a lo distinguido de su familia y a las influencias que hizo o no hizo valer en su favor su tío el Deán... Ya antes dizque había metido a una hija suya en un sótano»
Después de cometer estos hechos, pudo libremente huir hacia Puerto Rico, país donde no tardó en contraer nupcias por segunda vez. Con la nueva esposa, una noche sostuvo una discusión, y la amenazó con hacerle lo mismo que a la primera. La mujer procedió "a denunciar al lobo". Las autoridades boricuas entran en acción, y Juan Rincón es apresado y despachado a su patria; pero al llegar aquí, lo dejaron libre, "¿cómo no?, por respetos de su tío el Deán".
Y una vez aquí, su insaciable sed de sangre lo impulsó a elaborar una lista con los nombres de las personas (treinta en total), a las que habría de matar en el futuro, encabezada por el padre Juan José Canales, el cual, antes de ser sacerdote, había ejercido como abogado contrario a los intereses del matón. El crimen contra el sacerdote se perpetró como estaba planificado y Juan Rincón, ¡por fin!, es sometido a la justicia. Cuando el juez del crimen le preguntó al prevenido:
«— ¿Quién mató al padre Canales?», acto seguido el monstruo asesino, impasible y con tono fiero respondió:
« —¡La justicia de Santo Domingo!»
Sorprendido el magistrado, procedió, esta vez con voz severa, a preguntarle de nuevo al imputado:
«— Conteste usted, con respeto a la justicia, ¿quién mató al padre Canales?»
«— He dicho - insistió el asesino - que la justicia de Santo Domingo, porque si cuando yo, agregó con tono sentencioso e insolente, maté a mi primera mujer embarazada, me hubieran quitado la vida, no habría podido matar al padre Canales»
Merced a tan contundente respuesta, el narrador introduce una crítica reflexión que no podía ser más aleccionadora en un momento, como el actual , en el que la justicia dominicana adolece de las mismas fallas y debilidades que la justicia de los tiempos de Juan Rincón:
«Jamás inculpación más grave ni más sangrienta se arrojó a la faz de los hombres de la ley. Era un cargo que contra sí Rincón hacía, pero con el fin de apostrofar a la justicia humana por su culpable lenidad dejando impune un crimen atroz por atender a mezquinas consideraciones sociales y a influencias malsanas de valedores poderosos, que lograron hacer irrisoriamente nula la acción de la ley. ¡Lección tremenda para quienes pierden el respeto a esta y a la sociedad, vulnerando los fueros de la una y burlando a la otra para burlar a entrambas, haciéndose realmente con semejante lenidad más criminales que el criminal que pretenden sustraer a la acción reparadora de la justicia!»
En pocas palabras, ese es el contenido profundo del precitado e histórico texto, de nuestro afamado tradicionalista y fundador del primer diario dominicano: «El Telegrama». Una historia, que como ya se expuso al principio del presente trabajo, nos presenta la más fiel radiografía del sistema judicial dominicano durante la segunda mitad del siglo XIX. Un sistema de justicia que muy poco o nada ha cambiado a pesar del largo tiempo transcurrido, y que a todas luces semeja ser el mismo o bastante parecido al que hoy rige en la República Dominicana. El mismo que, por insuficiencia de pruebas, declaró recientemente "no culpables" a trece (13) de los veintiún (21) imputados en el caso de corrupción Antipulpo.
El mismo sistema, en fin, en el que tres juezas condenaron al principal acusado del ya referido caso, a solo a siete años de prisión, a pesar de haber incurrido en delitos tan graves, tales como soborno, tráfico de influencias, uso de documentos falsos, desfalco, lavado de activos y asociación de malhechores, delitos que según el tribunal le generaron ingresos superiores a los cuatro mil millones de pesos.
¿Qué pasará entonces – se pregunta el pueblo – con los demás expedientes marítimos (Coral, ¿Medusa, Caracol...) pendientes de sentencias definitivas?
Y yo respondo, no sé si de manera pesimista o realista: exactamente lo mismo que ha ocurrido con la sentencia acerca del caso antipulpo.
Visto el resultado de este decepcionante o mal valorado dictamen, estoy muy convencido de que cuando en los tribunales de la República Dominicana se conozca un nuevo caso de corrupción, cuando el juez de crimen pregunte al imputado: «¿Quién desfalcó al Estado dominicano?, la respuesta de este no se hará esperar:
«— ¡La justicia de Santo Domingo, señor magistrado!, porque si los primeros dominicanos que sustrajeron fondos públicos hubieran sido debidamente sancionados, hoy yo no habría podido robarle ni un solo centavo al Estado»