Independencia y Restauración
La epopeya olvidada, cuando la República Dominicana fue restaurada
De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, "restaurar" significa "recuperar o recobrar"; también, "reparar, renovar o volver poner algo en el estado o estimación que antes tenía".
Sobre el vocablo "restauración" ofrece estas acepciones: "acción y efecto de restaurar; restablecimiento del régimen político que había sido sustituido por otro".
Así, cuando hablamos de la restauración de la República, es evidente que nos referimos al restablecimiento de un sistema político que antes existía y que por diversas causas había sido suprimido.
Hay quienes equivocamente llaman "segunda independencia" a la gesta restauradora de 1863 y 1865, acaso influenciados por el maestro Hostos, quien consideraba que en el libro de la historia nacional la Restauración representa una página de trascendencia continental y de mayor repercusión historica que la del 27 de febrero.
En verdad, Independencia y Restauración son dos acontecimientos que, si bien son equiparables en cuanto a trascendencia histórica, constituyen dos episodios de contenido y alcance político-ideológico distintos.
La Constitución de la República consagra dos días de fiesta nacional: el 27 de febrero, la más alta cumbre del patriotismo nacionalista duartiano, que remite al nacimiento de la República Dominicana; y el 16 de agosto, la epopeya bélica de mayor brillo en los anales militares republicanos, la cual, tras dos años de guerra, culminó con la restauración de la independencia, que había sido eclipsada en 1861 con la anexión a España.
El 14 de septiembre de 1863 fue constituido en la ciudad de Santiago el Gobierno provisorio en armas. En ese momento los patriotas restauradores suscribieron un documento que llamaron Acta de Independencia exponiendo, ante el mundo y el trono de España, las justas causas políticas y legales que habían inspirado el movimiento armado cuyo propósito principal era restaurar la República y reconquistar la independencia de 1844.
El documento explicó que la anexión a España no fue fruto de la espontaneidad colectiva, sino el deseo de un reducido grupo de dominicanos que nunca tuvieron fe en la capacidad del pueblo para mantenerse independiente por sus propios recursos.
Reconoció, asimismo, que una cosa había sido la magnánima voluntad de Su Majestad, la Reina Isabel II, quien fue engañada respecto del supuesto deseo colectivo de reincorporación a la antigua metrópolis; y otra muy distinta la de los funcionarios civiles y militares designados al frente del gobierno anexionista, quienes incurrieron en todo tipo de vejámenes contra la población.
El trascendental documento político también resaltó lo siguiente: "Escarnio, desprecio, marcada arrogancia, persecuciones y patíbulos inmerecidos y escandalosos son los únicos resultados que hemos obtenido, cual corderos subalternos del trono español a cuyas manos se confiara nuestra suerte. El incendio, la devastación de nuestras poblaciones, las esposas sin sus esposos, los hijos sin sus padres, la pérdida de todos nuestros intereses y la miseria, en fin... Todo lo hemos perdido -concluyó la histórica proclama política-, pero nos queda nuestra independencia y libertad, por las cuales estamos dispuestos a derramar nuestra última gota de sangre...".
Al cabo de dos años de guerra contra el ejército español, la República Dominicana fue restaurada y conservada independiente desde entonces. "Los buenos y verdaderos dominicanos", a los que se refirió Juan Pablo Duarte, están en el deber de rendir tributo a los prohombres y mujeres de la gesta restauradora, sin que para ello haya que restarle brillo a la única y verdadera independencia dominicana: la del 27 de febrero de 1844.