La historia escolar y la memoria colectiva
Más allá del recuerdo, el papel del historiador en el olvido social
Fue en el siglo XIX, tras el surgimiento del Estado-nación, que se institucionalizó la enseñanza de la historia en tanto que discurso narrativo orientado a estimular en el ciudadano el culto por las glorias del pasado de su país. En la siguiente centuria, se estableció la escolarización obligatoria en la generalidad de los países, al menos en los niveles básico y medio del sistema educativo, a la vez que se comprobó que la enseñanza de la Historia Patria era imprescindible para moldear la identidad nacional de un colectivo.
Sabemos que para reconstruir el pasado los historiadores se apoyan en fuentes confiables de naturaleza diversa; pero tal vez muchas personas desconocen que, al momento de reunir el material con el que habrán de reconstruir determinados acontecimientos ya acaecidos, no les será posible trabajar con el caudal de datos disponible, por lo que están compelidos a seleccionar las evidencias empíricas más afines con el objeto de su estudio.
Durante ese proceso de indagación y reconfiguración del pasado es que se producen los textos de historia patria, que representan un tipo específico de aproximación al pasado. La historia escolar, por demás, es esencial para que determinado colectivo asimile y recuerde los acontecimientos más resonantes de su historia; por tanto, deviene un componente fundamental en la construcción de la memoria social, que también se conoce como memoria colectiva.
En este sentido, en su quehacer profesional el historiador contribuye a la configuración de la memoria social; pero, a través del discurso histórico, también puede generar olvido -en ocasiones ex profeso- respecto de acontecimientos o personajes relevantes que determinados sectores o grupos, enquistados o no en la maquinaria del Estado, están interesados en que no sean conocidos ni recordados por las generaciones del presente y del porvenir.
El historiador de los siglos XIX y XX "es el profesional del recuerdo y aquella persona a la que su sociedad le encarga que enseñe a sus conciudadanos a recordar. Pero a la vez que cultiva el recuerdo, también cultiva el olvido y no porque el olvido forme parte indispensable del recuerdo. La memoria es selectiva, no podremos recordarlo todo, si solo recordásemos no podríamos vivir. Lo que ocurre es que además de ese olvido que es un elemento constituyente de la memoria, el historiador introduce otro tipo de olvido de carácter excluyente" (José Carlos Bermejo, Genealogía de la historia, 1999).
El olvido constituyente es consustancial al recuerdo, algo así como una de sus caras o anverso; sin embargo, el olvido excluyente es selectivo en sentido negativo. Y excluye porque existe una voluntad de excluir, de suprimir aspectos, hechos, personajes que se quiere sumergir en zonas profundas del inconsciente colectivo. De conformidad con el dictamen orwelliano de que "quien controla el presente, controla el pasado", el olvido excluyente es parte esencial del ejercicio del poder político.
No obstante, el hecho de que haya prohibiciones, manifiestas o veladas, y de que el tratamiento de ciertos temas o personajes haya devenido tabú por disposiciones de instancias represivas dentro de la superestructura político-ideológica del Estado, en modo alguno significa que lo oculto, por haberse relegado, pierda su condición de hecho histórico, pues, según Bermejo, puede ser conservado en la memoria, no en la memoria colectiva, pero sí en la individual o en la de un pequeño grupo más o menos marginal. Por tanto, ese pasado que se quiere ocultar, siempre podrá recuperarse.