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La hija del ogro

Amor filial en tiempos del dictador

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La hija del ogro
Flor de Oro Trujillo, la hija que amó al ogro. (FUENTE EXTERNA)

Cuando las revistas extranjeras eran mi vínculo con una realidad que solo imaginaba, en algún rincón tropecé con una ejemplar de la revista Look. Contenía una suerte de memoria íntima de Flor de Oro Trujillo, la hija del dictador, que a cambio de un estipendio jugoso, había confiado su memoria selectiva a las páginas relucientes de la publicación norteamericana.

Cuarenta y cuatro años después, Bernardo Vega, con su pasión por recomponer historias y alumbrar senderos, publicó en 2009 Trujillo en la intimidad según su hija Flor, recogiendo en 115 páginas el grito de vida de una mujer con desgarros emocionales profundos.

Una vida de contradicciones

A veces, los dictadores tienen hijas. Y a veces, esas hijas cuentan historias. Otras veces, no las cuentan ellas, sino alguien que decide prestarle palabras a lo indecible. Mi último encuentro con Flor de Oro fue en La fille de l´ogre, de la escritora francesa Catherine Bardon. Se trata de un intento psicológico ficcionado—hermoso, contenido, feroz— de traducir la vida emocional de Flor de Oro Trujillo, hija mayor de Rafael Leónidas Trujillo, a una lengua que no sea la del silencio o el escándalo, sino la de la literatura. Hay una edición en ingles: The Ogre´s Daughter.

Flor de Oro no fue una figura política, tampoco una ideóloga, ni una heroína. Fue una hija. En esa condición, aparentemente menor, se esconde la mayor de las tragedias: haber amado al ogro. No desde la conciencia política o desde la repulsa ética, sino desde la ternura filial, la necesidad de aprobación, el hambre de cariño. Y también desde el espanto. ¿Cómo amar a alguien que desborda cualquier categoría humana? ¿Cómo vivir bajo la sombra de un padre que todo lo mira, todo lo decide, todo lo rompe?

Catherine Bardon se aproxima a esa zona frágil con la delicadeza de quien acaricia una herida que no es suya. No hay morbo ni estridencia. Hay, en cambio, una prosa clara, sobria, capaz de conjugar el estremecimiento íntimo con la escena histórica. La autora no escribe contra Trujillo —eso ya se ha hecho—, ni escribe en defensa de su hija —no se necesita—. Escribe con ella, como si se sentaran juntas a repasar una vida marcada por la búsqueda inútil de una salida.

Ha concebido una obra donde a los calores del trópico, que provocan pasiones y derrumbes de voluntades férreas y poses, arrima la introspección cortante de la escuela francesa del psicoanálisis. Es como si sentara a la hija del monstruo frente a Jacques Lacan, y, allí, recostada en el diván, esta volcara su depósito de deseos reprimidos, todo su inconsciente repleto de lapsus, sueños, síntomas y actos fallidos. El drama de Flor de Oro cabe perfectamente entre el "yo ideal" y la fragmentación interna.

La novela no se propone desentrañar los mecanismos del trujillato ni pontificar sobre la historia dominicana. Empero,  lo hace sin quererlo del todo al mostrar el efecto más devastador del poder absoluto: la deformación del  amor. Flor de Oro es un personaje trágico precisamente porque no es culpable, pero tampoco inocente. Se aferra a la figura del padre como una niña asustada y, al mismo tiempo, huye de él en una espiral de adicciones, matrimonios erráticos y tentativas fallidas de felicidad. Nueve veces se casó. Siempre buscando algo que no encontraba: a sí misma, libre de Trujillo.

La escritura de Bardon, cuidada y casi confesional, construye esa figura sin imponerle juicios. Deja que Flor respire, que se equivoque, que sea contradictoria. La retrata como una mujer elegante, frágil, inteligente y profundamente sola. Una mujer que, desde su niñez educada en Francia hasta sus últimos días en el exilio, llevó consigo una cicatriz con nombre de padre.

Cuento de hadas sin hadas

El título, La hija del ogro, alude a los cuentos de hadas, a ese universo donde el monstruo es también el progenitor, donde el castillo es prisión, y donde la princesa, en vez de ser salvada, se pierde. Porque si hay algo que esta novela deja claro es que no hubo redención para Flor de Oro. Ni siquiera después de la muerte de su padre. Los dictadores, como los fantasmas, se quedan a vivir en los que más los amaron.

Hay escenas que deslumbran por su contención. Por ejemplo, el regreso al país después de la educación en Francia o el día de su boda con Porfirio Rubirosa, el diplomático y seductor profesional que también terminaría siendo otra figura de poder disfrazada de galán. La ceremonia se celebra en un San José de las Matas escondido bajo una tormenta tropical, con todos los signos del ritual patriarcal y nacionalista que Trujillo sabía convertir en espectáculo. Pero bajo la superficie de esa postal de revista, Bardon revela una muchacha de 17 años empujada a casarse con un hombre mayor, bajo la mirada vigilante del dictador. No hay espacio para el deseo, apenas para el deber.

El libro avanza como una serie de estaciones de una pasión irredimible : el matrimonio, la maternidad fallida, el exilio, la anorexia, los amantes, las recaídas. Todo lo cuenta Bardon con una escritura clara como el agua y triste como un atardecer en otoño. Ni barroquismo ni exhibicionismo. Ritmo, contención y una compasión limpia, sin condescendencias.

Impresiona cómo La fille de l´ogre devuelve la complejidad a un personaje que la historia convirtió en anécdota. Flor de Oro era, pese a su desnudo espiritual en Look, una nota a pie de página en la biografía del dictador. "La hija que se casó con Rubirosa". "La primera señora". "La que vivió en Nueva York." "La que murió lejos". Bardon la toma del margen y la coloca en el centro. La hace vivir, pensar, dudar. La convierte en un espejo roto donde se reflejan los daños colaterales del poder, esos que no aparecen en las estadísticas de desaparecidos ni en los informes de derechos humanos: las hijas que aman a sus padres, aun cuando son ogros.

El libro es una elegía. Porque si algo queda claro al final es que Flor de Oro nunca pudo escapar del todo. Murió lejos, con un corazón quebrado y un pasado que no la soltó jamás. Fue víctima y testigo, cómplice sin quererlo, prisionera sin barrotes.

Catherine Bardon, francesa de nacimiento pero íntimamente ligada a la historia dominicana porque pasa temporadas entre nosotros, ha escrito una novela que habla del Caribe sin clichés, que entiende el poder sin necesidad de explicarlo y que pone el foco en lo invisible: en la herida íntima de quienes nacen dentro del monstruo. Es una novela que debería leerse por lo que dice de Trujillo, y también  por lo que revela sobre los afectos deformados por el poder.

En un país donde aún se discute si conviene recordar al dictador o pasar la página, este libro propone otro camino: mirar al dolor sin espectáculo, darles voz a quienes solo fueron apéndice de la historia oficial, y entender que no siempre los muertos descansan en paz. Algunos siguen gritando desde las sombras de sus descendientes.

Flor de Oro fue una contradicción constante, un río solamente de meandros. Pero su historia, contada con la delicadeza feroz de Bardon, se convierte en un acto de justicia. No redime al ogro, pero ilumina a su hija. Y eso, en tiempos de tanta neblina moral, ya es bastante.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Toma una pausa en la diplomacia y vuelve a su profesión original en DL.