×
Compartir
Versión Impresa
versión impresa
Secciones
Última Hora
Podcasts
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Juegos
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Redes Sociales

Tiempos grises

La paradoja dominicana, solidaridad de palabras, individualismo de hechos

Expandir imagen
Tiempos grises
Encuestas revelan una paradoja en la sociedad domincicana, aunque las personas se declaran en disposición de ayudar, la confianza colectiva se desploma. (SHUTTERSTOCK)

Hay días en que la desesperanza se instala en nuestro espíritu con la fuerza de un huracán. Es personal, pero también es política y social. Se mira en derredor y no se encuentran motivos de satisfacción por apenas casi nada. Llámele pesimismo, pero no.  Es constatación de que, como sociedad, el tiempo acentúa la dispersión de lo colectivo como proyecto que debe cumplirse cada día.

Una encuesta tan extraña como la que mide la felicidad de los países, sitúa al nuestro en el puesto setenta y seis, un poquito después del justo medio de la muestra. Empero, los datos son paradójicos: descendemos en picado en el puntaje cuando se indaga nuestra confianza social, aunque nos confesamos (¿hipócritamente?) dispuestos a colaborar con nuestros semejantes apremiados por dificultades. 

Renunciemos a discutir sobre «la felicidad» como algo mensurable. Digamos, sin embargo, que ese sentimiento tiene como premisa la plenitud de la vida, solo alcanzable si nuestra ética nos predispone a colaborar con un mundo de justicia, a sentirnos parte y responsables del camino que nuestra sociedad transita.

Quizá sea un signo de estos tiempos descreídos. Tiempos en que corrientes ideológicas promotoras de inventados esencialismos nacionales y culturales ganan aceleradamente terreno, desconociendo al otro en sus virtudes, propugnando primacías que buscan reconstruir imperios y castas. El color de la piel, el género, la identidad sexual, el acceso a bienes, entre muchas otras marcas, categorizan y jerarquizan.

Coexisten con estas miradas cegadas por el odio al distinto, pretendiendo la inocuidad de lo «sensible», muchas otras narrativas divisivas que reducen la felicidad a logro personal. La felicidad ya no radica en la mencionada plenitud de la vida, sino en su disfrute hedónico. No se evita solo en sufrimiento propio, sino la contaminación con el ajeno. No hay comunidad social; hay fitness, hay lugares donde se está juntos, pero no comunicación. Hay calles donde no se comparte espacio, se impone el individualismo. Y así vamos.

 El sentido de pertenencia se ha ido diluyendo. Por eso las respuestas a los problemas sociales dominicanos, que son muchos y graves, es inexistente. Nos solazamos en la anestesia. Las declaraciones de minúsculos grupos de interés no cuentan, aunque puedan ser acertadas.

Esta indiferencia explica que las ejecuciones extrajudiciales no sonrojen; que avance tranquilo el propósito de hacer más inhóspito y hostil el espacio urbano reduciendo los terrenos del Jardín Botánico; que un diputado, que decidirá sobre el Código Penal, diga, y nadie se indigne, que «una agresión sexual leve» no es violación; que nos rasguemos las vestiduras cuando otros denuncian que las autoridades migratorias incurren en sistemático abuso contra los derechos del inmigrante irregular. Que ni siquiera esa vida, cuya existencia desde la concepción se defiende con tanto ardor expresivo, valga nada cuando se pierde en una yola naufragada en el mar Caribe.

Como advertencia, podría una recurrir al viejo dicho de que, con esta indiferencia y atomización social, estamos afilando cuchillo para nuestra propia garganta.  Quizá llegue el día en que debamos pagar la factura, pero me temo, con casi absoluta seguridad, que no tendremos suficiente para saldar la cuenta.

TEMAS -

Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.