A propósito de ADC: el fuego
Del vudú al crimen, la ambigüedad del fuego en el imaginario haitiano
Ardió el Hotel Oloffson, esa hermosa anomalía en medio de un paisaje devastado. Icono del imaginario occidental en su construcción y en su simbología. Graham Greene, Elizabeth Taylor y Richard Burton. Jacqueline Kennedy y Mick Jagger. Rock en el que resuenan instrumentos del vudú para disfrute de las élites. En la zapata seminal, la casta negra de los Sam. Después, Werner Gustav Oloffson, que dará su nombre a la mansión reconvertida en hotel, hasta llegar a Richard Auguste Morse. No, más bien, hasta ser devorado por el fuego encendido por las bandas criminales que encañonan a Haití.
En busca de motivos de esta destrucción insensata, ADC se pregunta: «¿Es el fuego en Haití parte del lenguaje vudú? ¿Una forma de loa, de ofrenda, de castigo?». Se responde con un «quizá» que no aporta certezas pero tampoco las descarta. Dirá después que, en Haití, «la violencia actúa con la legitimidad de una fe ancestral».
Un símil lo explicaría: la quema del Oloffson como memoria de las plantaciones esclavistas francesas tragadas por las llamas. El fuego como castigo. Pudo ser también el fantasma del cimarrón Mackandal sometido por los colonialistas al suplicio de la hoguera en la plaza pública de Cabo Haitiano. Mas no. Solo pensarlo sería dignificar a los vándalos perpetradores.
El fuego, como lenguaje, acompaña a los humanos desde las cavernas, cuando lo inventaron por fricción.
En el texto La llama es bella, del libro A hombros de gigantes, Umberto Eco escribe que el fuego es la metáfora de muchas pulsiones: «desde inflamarse de ira hasta el fuego de la infatuación amorosa...». Convertido en símbolo, es ambiguo y polisémico. Su sentido lo da el contexto.
En la Biblia, es imagen epifánica de lo divino. Para los primeros filósofos, principio cósmico. Menos espiritual es el fuego infernal. Eco cita la apertura del séptimo sello en el Apocalipsis: el fuego devasta la tierra. Y está el fuego alquímico, partero en el crisol de la piedra filosofal. A través de los tiempos, el fuego metafórico recorre el variado universo de las artes. Es también experiencia estética y sensual.
Filósofo, el autor habla de la icpirosis estoica, que no es otra cosa que el incendio y fin del mundo: proveniente del fuego, todo regresará al fuego al final de su ciclo evolutivo. Los estoicos no lo sugieren, pero en todo sacrificio por el fuego prima la idea de que, al destruir, purifica, exorciza.
Occidente, nuestro espermatozoide cultural, tiene una infinita historia de incendios. Desde la quema del Serapeo de Alejandría por el cristianismo primitivo hasta la de libros iniciada por los nazis en la berlinesa plaza Bebel. Desde las hogueras inquisitoriales y los hornos en los campos de concentración hasta la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima y el napalm en Vietnam. Desde la antigüedad hasta nuestros días, la táctica de «tierra quemada» que salpica los mapas y siembra el miedo. Desde los misiles y bombas sobre Gaza, hasta los misiles y bombas sobre Ucrania
Las bandas haitianas viven y se reproducen en la inmediatez del terror. Sin memoria del pasado y sin proyecto de porvenir. Su fuego no es sagrado, es criminal.