×
Compartir
Versión Impresa
versión impresa
Secciones
Última Hora
Podcasts
Encuestas
Servicios
Plaza Libre
Efemérides
Cumpleaños
RSS
Horóscopos
Juegos
Herramientas
Más
Contáctanos
Sobre Diario Libre
Aviso Legal
Redes Sociales

Socavando libertades

Censura, memoria y poder, por qué los autoritarios reescriben la historia

Casi treinta años antes de que George Orwell publicara la novela distópica 1984, el ruso Evgueni Zamiátin, escribió Nosotros. El régimen soviético apenas alboreaba, pero él anticipó la supresión de las libertades, la anulación del individuo y la imposición forzosa de la felicidad que serían el santo y seña del nuevo poder.

También antes que Aldous Huxley en Un mundo feliz, Zamiátin vislumbró el uso de la tecnología como mecanismo de control social. En su novela, la estricta programación de la cotidianidad colectiva dejaba las vidas particulares a merced de un Estado panóptico.

Asomarse hoy a los medios de comunicación, de aquí y de más allá, es ver consumadas las distopías predichas por la literatura. No solo en los países con regímenes autoritarios o iliberales, sino también en aquellos donde la democracia aún respira.

En Estados Unidos, para muchos epítome democrático, el poder trumpista, como elefante en cristalería, hace añicos las libertades y asfixia los escasos focos de resistencia política y cultural.

Obsedido con borrar la memoria y la Historia, Trump emitió la orden ejecutiva «Restaurar la Verdad y la Cordura en la Historia Americana» que impone «eliminar la ideología inapropiada, divisiva o antiestadounidense» de los museos y  centros, y restaurar las estatuas derribadas con la intención, dice, de «perpetuar una falsa revisión de la historia».  El supremacismo blanco se frotó las manos.

El lenguaje, creador de conciencia, también ha sido atacado frontalmente por Trump. El pasado 7 de marzo, el New York Times publicó las 199 palabras eliminadas  de los textos oficiales,  los sitios  web públicos, los programas escolares y de todo material que las incluya. Entre ellas están discapacidad, feminismo, herencia cultural, identidad racial,  etnicidad y todas las relativas a las identidades sexuales. Como en 1984, el trumpismo borra la realidad erradicando el lenguaje que la nombra.

Trump no está solo en este mundo distópico. No extraña la compañía de gobiernos europeos como los de Hungría, Polonia o Rusia, donde la coerción de las libertades es manifiesta;  sí preocupa, y debería alertar, por su influjo expansivo, lo que ocurre donde la ultraderecha no gobierna pero  ha alcanzado cuotas de poder.

Baste mencionar los ayuntamientos y autonomías de España donde mandan el Partido Popular y Vox. Solo en el 2023 prohibieron varias presentaciones teatrales por su contenido;  Vox llegó a objetar, aunque no pudo prohibir,  La villana de Getafe, escrita en 1613 por Lope de Vega, por contener  «insinuaciones sexuales»; han unido esfuerzos para derogar las leyes autonómicas de Memoria Histórica; eliminado organismos promotores de la igualdad e irradiado de los textos oficiales toda referencia a la violencia de género.

En Italia, Giorgia Meloni asumió el control absoluto de la televisión pública, cancelando espacios críticos con la ideología de ultraderecha. A principios del mandato, el ministro de Cultura  Gennaro Sangiuliano (dimitió tras el escándalo por nombrar a su amante asesora ministerial)  proclamó su pretensión de crear  un «nuevo imaginario italiano», moralmente conservador y nacionalista.

La lista no es conclusiva. Ejemplos similares abundan en otros países, incluida la República Dominicana, donde la ignorancia y el antihaitianismo han llegado a prohibir manifestaciones culturales ancestrales.

Banalizar lo que acontece solo contribuye con el socavamiento de  las libertades.

TEMAS -

Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.