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Mudarte solo siendo joven: batalla de responsabilidades, enseñanza a las malas e independencia

La independencia no es como la pintan

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Mudarte solo siendo joven: batalla de responsabilidades, enseñanza a las malas e independencia
Vivir solo, un sueño idealizado por muchos jóvenes, resulta ser un desafío constante lleno de responsabilidades inesperadas. (FUENTE EXTERNA)

Cuando uno se imagina viviendo solo, pinta la escena con colores brillantes: la libertad de hacer lo que quieras en tu propio espacio, decidir qué comer sin dar explicaciones, llegar y acostarse cuando quieras. Pero la realidad, al menos para muchos jóvenes, es un paisaje mucho más complejo. Vivir solo es una batalla diaria, una suma de responsabilidades y retos que nadie te enseñó ni te advirtió que tendrías que enfrentar.

Particularmente, siempre había soñado con la idea de vivir solo e independizarme de mis padres. Era una meta que perseguía afanosamente y que iba construyendo poco a poco. Aunque viviendo con mis padres nunca me faltó nada, siempre latía en mí el deseo de tener mi propio espacio y vivir bajo mis propias reglas.

Cuando organicé todo, o creía haberlo organizado de la forma más infantil que te puedas imaginar, lo hice, y aunque ahora es la mejor experiencia que he vivido, los primeros meses quería arrepentirme y dejarle eso "a la gente más adulta".

No hay un manual que explique lo que se siente ver una casa vacía los primeros meses, o al descubrir que no tienes ni idea de cómo arreglar el asunto más mínimo en tu espacio. No te preparan para la factura de la luz que llega y te deja pensando si realmente vale la pena la independencia. Tampoco te hablan de la soledad que puede invadir un apartamento silencioso cuando no hay nadie esperando que llegues, ni siquiera un saludo en la puerta.

Todo se agrava cuando te das cuenta de que, si una familia con ingresos diversos en República Dominicana la lleva difícil, tú también pasarás malos ratos financieros.

Ser joven y vivir solo es descubrir que la libertad también pesa. Es entender que no hay nadie que te recoja si tropiezas, que los "mañana me levanto temprano a hacerlo" a veces se convierten en semanas desastre. Es aprender, a golpes, que la independencia implica sacrificar la comodidad, que nadie vendrá a tu rescate y que la adultez no tiene pausa ni respiro.

Cuando me mudé solo, en mis veinte, un amigo que ya estaba independizado desde hacía tres años me dio una lección breve, sencilla, pero poderosa: "Si tú no haces las cosas, nadie las hará por ti".

Después del consejo, comprendí que vivir solo no era únicamente una experiencia para vivirla ya. Comprendí que era una carga de responsabilidad que me haría mejor persona, que aumentaría mis capacidades y que definitivamente me haría abandonar la careta de adolescente para pasar a la adultez.

A pesar de todo, hay algo hermoso en esa batalla y en esas cargas. En la medida en que te enfrentas a estos retos, empiezas a encontrarte contigo mismo de formas que antes no imaginabas. Aprendes a valorarte cuando decides qué cocinar, cuando limpias tu espacio sin que nadie te lo pida o cuando pagas cada factura con la convicción de que ese es tu mundo, tu responsabilidad.

La independencia joven no es un camino de rosas, ni un capítulo sencillo en la historia de la vida. Es una etapa donde el miedo, la emoción, la incertidumbre y la fuerza se mezclan. Donde uno crece a partir del error y se fortalece en la rutina. Donde la verdadera batalla no está solo en sobrevivir, sino en aprender a vivir con sentido, en un espacio que, aunque pequeño y lleno de desafíos, es exclusivamente tuyo.

Como comenté, durante los primeros meses fue una experiencia poco recomendable, pero cuando asumí que la vida independiente estaba solo en mis manos y que nadie vendría a rescatarme, tomé las riendas totalmente y convertí este camino en uno lleno de satisfacciones.

Vivir solo no te dará libertad: te enseñará a pelear por ella.

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Periodista dominicano. Escribe sobre temas legislativos y políticos.