Agitando fantasmas
El auge del ultranacionalismo dominicano
Como la persistente gota que cae sobre la piedra, el lenguaje adversarial de los sectores ultranacionalistas dominicanos ha encontrado cauce. Inútil negarlo. En los medios de comunicación, aunque de manera menos patente que en las redes sociales, terreno preferido de los odiadores pedestres, el relato de sus voceros más o menos ilustrados encuentra acogida y apoyo. Crea opinión.
Hace apenas unos días, un grupo de estas personas, algunas socialmente connotadas, publicó una declaración plagada de sofismas y descalificaciones de quienes piensan distinto. Era, deduzco, la respuesta indirecta a la emitida por la Compañía de Jesús unos días antes para fijar posición frente a las políticas de contención migratoria irregular adoptadas por el gobierno.
Recurren los firmantes a una estrategia apenas disimuladamente intimidatoria. Sin aportar prueba alguna, como ha sido costumbre, afirman la existencia de «indicios sobrados» del plan «perverso» de trasvasar la crisis haitiana al país. Pero esto es solo el pie de amigo para ir a más: aludir a una «cínica fórmula de intercambio de poblaciones», hasta ahora inédita, consistente en acoger aquí a migrantes haitianos mientras enviamos dominicanos a Europa, Canadá o Estados Unidos.
Infructuoso pedirles evidencias. No se sienten obligados a aportarlas. Su palabra es sagrada. Si la «cínica fórmula» contradice de manera flagrante las duras políticas antiinmigrantes de los países supuestamente implicados, con los Estados Unidos trumpistas a la cabeza, no es cosa que les moleste. El propósito es alimentar las obsesiones conspiranoicas con el «gran reemplazo», copiado leimotiv de la ultraderecha supremacista blanca europea y estadounidense desde que Renaud Camus le diera forma teórica.
Una discusión franca sobre este tema, que parta de las políticas migratorias basadas en la disuasión y externalización –en el mejor de los casos– prevalecientes en buena parte de Europa, con el añadido de la criminizalización en los Estados Unidos, pondría en aprietos a los propagadores del supuesto intercambio. No correrán el riesgo. De ahí que cierren toda posibilidad de otros enfoques. La unidad en defensa de la «dominicanidad», amenazada por la inmigración haitiana, solo es posible desde su interpretación.
Por consiguiente, el diálogo queda descartado. Para ellos, sus potenciales contradictores, simples amanuenses de «intereses foráneos», son personas con la «visión simplista» de todo ignorante de la historia. Solo ellos, alquimistas del verdadero patriotismo, están en posesión de la piedra filosofal.
Todavía hay más y peor. Al tratar sobre los cambios estructurales para erradicar la dependecia de la mano de obra haitiana de sectores clave de la economía, y envuelta en un lenguaje ambigüo, hacen gravitar sobre el imaginario colectivo la posibilidad «de un conflicto de envergadura entre dominicanos y haitianos» que, para mayor inri, podría convertir a la isla en escenario de las contradicciones entre las superpotencias y sus aliados regionales. Al quedarse en mero enunciado, el pronóstico no se hace cargo de sus presupuestos, pero pone una hipotética guerra con Haití en el horizonte.
Otras muchas afirmaciones en similar tenor refuerzan la narrativa confrontacional de los sectores ultranacionalistas vernáculos. Llamar a los dominicanos a «avanzar juntos, más allá de los partidos, las ideologías y los intereses particulares» es, simplemente, un intento de edulcorar la píldora de sus antagonismos. La exclusión de los decretados «malos dominicanos» marca la pauta.