Del lamento a la llama: "La Zarzamora" entre la copla y el flamenco
Cuando el dolor deja de ser teatro

He encontrado en la radio un antídoto eficaz contra el tedio de los trayectos largos. En una de esas carreteras montañosas y caprichosas de Cataluña, llegó sin previo aviso —como suelen llegar los recuerdos de infancia— una voz conocida, un timbre inolvidable. Lola Flores, con su versión volcánica de una vieja copla española. Un fogonazo inesperado.
Hay canciones que no pertenecen del todo a ningún género porque el alma de un pueblo se las apropió. La Zarzamora es una de ellas. Nacida de la pluma afilada de Rafael de León y la música punzante de Manuel Quiroga, esta copla de 1946 forma parte del repertorio sentimental de una España que lloraba por dentro mientras sonreía desde los teatros de variedades.
El programa La copla que el viento lleva, transmitido por la frecuencia clásica de Radio Nacional de España bajo la guía de Francisco Escobar y la colaboración de Mikaela Vergara, ofrece cada jueves un homenaje musical a esas letras que sobrevivieron al olvido. Aquella edición tenía garras: logró imponer el silencio en la sección juvenil de la furgoneta que conducía.
Según su descripción, el espacio "explora historias y emociones —pasión, deseo, exclusión, lo prohibido— plasmadas en letras emblemáticas". Lo cierto es que ese día se sirvió un plato fuerte: La Zarzamora en una versión en directo a dos voces mayores del flamenco.
Cuando Carmen Linares y Miguel Poveda la interpretan sin ornamentos, sin escenario siquiera, esa melodía —antaño vestida de volantes y aplausos— se transforma en otra cosa: en cante flamenco desnudo, visceral, que no necesita artificio porque ya lo lleva dentro.
Ese tránsito —de la copla escénica al lamento jondo— desborda el ajuste estético. Es una depuración, un descenso desde lo simbólico hasta lo real. Comprendí entonces, desde el asiento del conductor, lo que de niño se me escapaba: la copla ofrecía una forma de catarsis contenida. El dolor era arte, sí, pero también espectáculo. El flamenco, en cambio, no representa el dolor: lo habita.
Copla: el arte del desgarro contenido
En su versión original, La Zarzamora es una tragedia concentrada. En poco más de tres minutos, Rafael de León construye un personaje signado por el rumor colectivo, definido por miradas ajenas, convertido en mito por su pena y en escándalo por su deseo. El apodo —La Zarzamora— ya anuncia su condena: fruto silvestre, oscuro, que crece fuera del jardín. Atractivo, sí, pero espinoso. Y por tanto, castigado.
La copla siempre transita entre lo popular y lo prohibido. Aquí, la tensión es evidente: ella ama a un hombre que no puede amar. ¿Por qué? La letra calla, pero sugiere: está casado, prometido, o es sencillamente inalcanzable. El amor es clandestino; el deseo, una vergüenza. Y el pueblo —ese coro moralista que nunca falta— murmura, juzga, ejecuta.
En la voz de Lola Flores, La Zarzamora se vuelve tempestad. Lola no canta: ruge. No interpreta: se funde con el personaje. Cada verso es un zarpazo; cada pausa, un desafío. Su cuerpo entero canta, como si el personaje la poseyera por completo. En sus manos, la copla se transforma en un ritual dionisíaco: carne, fuego, escándalo.
Y sin embargo, debajo de esa erupción hay forma. La copla es siempre construcción, geometría del drama. El dolor se disfraza. Aunque duela, se viste de faralaes.
Flamenco: la verdad sin adorno
La versión de Linares y Poveda prescinde de toda parafernalia. No hay luces, ni escenografía, ni palmas que acompañen. Solo dos voces y una guitarra. Y un silencio denso, como frontera de lo inconfesable.
Linares clava la voz sin alzarla. Canta desde el hueso, con el filo de lo que no dice. Su personaje ya no suplica porque asume su condena con una dignidad que prescinde del drama. El mundo no cambiará. Lo ha entendido. Y en esa aceptación, canta.
Poveda la acompaña con una voz más clara, más dúctil, más contemporánea. Respeta sin invadir. Le da espacio. Y en ese contrapunto generacional y sonoro, La Zarzamora se expande: ya no es solo el drama de una mujer, sino el eco de tantas otras voces que no encontraron palabras ni justicia.
La guitarra apenas roza los acordes. Todo es contención. Como si el dolor, por fin, no necesitara gritar para ser escuchado.
La metamorfosis del mito
¿Qué ocurre cuando una copla se convierte en flamenco? Se revela lo que estaba oculto. Lo que era símbolo —la dolida, la pecadora, la loca de amor— se vuelve cuerpo, se hace experiencia. La copla narra lo que el pueblo ve. El flamenco canta lo que la víctima siente.
El flamenco ni dramatiza ni explica: encarna y respira. Y en ese gesto, rescata del olvido a todas las mujeres que fueron moteadas, expulsadas, juzgadas por amar fuera del guion.
La Zarzamora, como personaje, sobrepasó los límites estrechos de la canción. Es una Medea de taberna, una Carmen sin redención. En la copla, se representa con brillo. En el flamenco, se desvela con crudeza.
Y es en esa última versión —la de Carmen y Miguel— donde la copla alcanza su estatura definitiva: no como arte de época, sino como símbolo de un dolor sin nombre, de un deseo perseguido, de un canto que arde. Porque si algo ha quedado claro es que La Zarzamora no murió: se volvió cante.
Afuera, el paisaje catalán me devolvía al asfalto. El programa terminó. El silencio volvió. Pero ya era otro.
La Zarzamora
Letra: Rafael de León · Música: Manuel Quiroga
I
En el café de Levante, entre palmas y alegría,
cantaba la Zarzamora.
Se lo pusieron de mote porque dicen que tenía
los ojos como la mora.
Le habló primero a un tratante, y olé,
y luego fue de un marqué
que la llenó de brillantes, y olé,
de la cabeza a los pies.
Decía la gente que si era de hielo,
que si de los hombres se estaba burlando,
hasta que una noche, con rabia de celos,
a la Zarzamora pillaron llorando.
Estribillo
¿Qué tiene la Zarzamora
que a todas horas llora, que llora
por los rincones?
Ella, que siempre reía
y presumía de que partía
los corazones.
Del querer hizo la prueba
y un cariño conoció
que la trae y que la lleva
por la calle del dolor.
Los flamencos del colmao
la vigilan a deshora,
porque están empesinaos
en saber del querer desgrasiao
que embrujó a la Zarzamora.
II
Cuando sonaban las doce, una copla de agonía
lloraba la Zarzamora,
mas nadie daba razones ni el intríngulis sabía
de aquella pena traidora.
Pero una noche al Levante, y olé,
fue a buscarla una mujer;
cuando la tuvo delante, y olé,
se dijeron no sé qué.
De aquello que hablaron ninguno ha sabío,
mas la Zarzamora lo dijo llorando
en una coplilla que pronto ha corrío
y que ya la gente la va publicando:
Estribillo (versión II)
¿Qué tiene la Zarzamora
que a todas horas llora, que llora
por los rincones?
Ella, que siempre reía
y presumía de que partía
los corazones.
"Lleva anillo de casao",
me vinieron a decir,
pero ya lo había besao
y era tarde para mí.
Que publiquen mi pecao
y el pesar que me devora
al saber del querer desgrasiao
que embrujó a la Zarzamora.