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El regreso de la moral y cívica

Moral y Cívica: ¿Herramienta democrática o control ideológico?

La  «moral y cívica» vuelve al currículo. Lo hace como asignatura obligatoria, recuperando en una sola entidad lo que las reformas curriculares hicieron transversal en los programas. Todavía enunciado, parece responder, sobre todo, a los reclamos de los espantados por la presunta «pérdida de valores» que abisma a la sociedad dominicana. Mal presagio.

Pero bien, salvo lo dicho por el ministro de Educación Luis Miguel de Camps al hacer el anuncio, nada puede hasta ahora discutirse con propiedad sobre el contenido. Faltan las precisiones aunque, de inicio, el propósito es teóricamente entusiasmante.

 Entre las cosas que falta por saber están qué marco conceptual define la decisión ministerial y cuáles fuentes la nutren. Porque hablar de valores y civismo es mucho más complicado de lo que parecen pensar quienes han tenido el liderazgo social del reclamo, en cuyos alegatos no es raro escuchar el eco de la cartilla cívica trujillista.

¿Cuáles valores morales buscará inculcar la asignatura? Si regresáramos a la escuela hostosiana, la moral en la que los alumnos deben ser educados propugna por una conciencia crítica activa, que permita el discernimiento ético y conduzca a actuar de manera reflexiva y libre. Servirá esta conciencia a la actitud cívica normada por el sentido del deber y la justicia, que reconoce al otro como sujeto con iguales prerrogativas y desecha la idea de sociedades moralmente uniformes.

Una visión como esta implica reconocer que lo posible, y deseable, a través de la educación es un acuerdo de largo plazo, seguramente transgeneracional, sobre valores morales que compartan «éticas de máximos» que, al decir de Adela Cortina, «proponen ofertas de vida feliz, de vida en plenitud, en las sociedades moralmente pluralistas». Es decir, un acuerdo que «permite a sus miembros construir una vida juntos».

Si a esta educación en valores que se anuncia subyace la idea de compactar a la sociedad alrededor de una moral única y de manual, no estaremos educando para la conciencia crítica y la libertad, sino para la domesticación del individuo mediante el adoctrinamiento,  que no sería distinto al proyecto de la dictadura plasmado en la mencionada cartilla.

Hay que preguntarse igualmente qué se entiende por «enfoque patriótico». En tiempos dominicanos agitados por ideas ultranacionalistas, propugnar un «patriotismo» de miras estrechas contradice el propósito, si existe realmente, de formar ciudadanos y ciudadanas humanistas, con una visión no excluyente de la patria.

A la espera de las definiciones, llama la atención que apenas nombrado en el cargo, y ya posiblemente con la asignatura en mente, el ministro De Camps se reuniera con los miembros del Instituto Duartiano, institución que consideró  «pieza clave para fortalecer la educación en valores morales y cívicos», y que, además, lo hiciera en compañía de Milton Ray Guevara, bajo cuya presidencia el Tribunal Constitucional adoptó la resolución 168-13, que desnacionalizó a miles de dominicanos de ascendencia haitiana.

La decisión suscita preguntas que permanecerán abiertas hasta la publicación de los contenidos.  Pero no sobra anticiparnos planteándolas y discutiéndolas de manera pública en favor una visión democrática y no dogmática o fundamentalista. La educación, estamos contestes, debe formar al individuo; el quid está en el cómo y en el para qué.

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.