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Deseo, sombra y palabra

La represión impulsó nuevas formas de decir las cosas

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Deseo, sombra y palabra
Escribir el deseo fue una forma de resistencia para Lorca, Cernuda y Aleixandre. (FUENTE EXTERNA)

Leía en ABC un enjundioso artículo sobre la íntima relación de Rafael Alberti con el flamenco, y fue inevitable recordar otra afinidad poética con ese género musical: Federico García Lorca. Ambos son figuras destacadas de la Generación del 27, ese grupo excelso de literatos españoles que halló inspiración en la crisis política y espiritual de su tiempo. Su sensibilidad es digna heredera de la Generación del 98, forjada esta al calor de un país que aún digería el final del imperio y la pérdida de sus últimas colonias.

Pero otras afinidades, más íntimas, vinculan al vate granadino con dos nombres singulares de esa pléyade: Luis Cernuda y Vicente Aleixandre. Aunque distintos en forma y alcance, los tres construyeron una poética nacida de una misma raíz: el amor marcado por la imposibilidad. En una España sometida a códigos morales rígidos y patriarcales, la homosexualidad no encontraba espacio en el discurso público ni en la creación literaria. Sin embargo, mediante imágenes líricas, símbolos velados y silencios elocuentes, estos autores levantaron una ética del deseo y un arte del disimulo que dieron lugar a una de las escrituras más hondas del siglo XX hispánico.

La pasión desborda la palabra

Hay pasiones que, por más que se repriman, terminan desbordando el lenguaje. Lorca, Cernuda y Aleixandre, tres nombres mayores, encontraron en la poesía una trinchera íntima desde la que resistieron, insinuaron, o simplemente dijeron lo que su época les negaba: el amor entre hombres.

En un país donde la moral se administraba como dogma y la sexualidad divergente se castigaba —a veces con la muerte, otras con el oprobio—, ellos eligieron el arte como refugio. Y no cualquier arte: la palabra poética, donde el deseo puede travestirse en símbolo y la vergüenza sublimarse en belleza.

Lorca no escribió manifiestos, pero su poesía está hecha de cuchillos, lunas y cuerpos abiertos en canal. Oda a Walt Whitman es más que un poema: es una elegía a la libertad ajena y una denuncia del acero escondido bajo la ropa interior de la hipocresía. Su erotismo, contenido y doliente, no se atrevía a nombrar, pero se filtraba con fuerza por las rendijas del lenguaje. Cuando lo asesinaron en 1936, se truncó una voz y se selló, por años, la posibilidad de hablar de ciertos amores sin pagar un precio devastador.

Luis Cernuda, en cambio, eligió la claridad. Su verso es un exilio dentro y fuera del cuerpo. Amó sin ser amado como merecía, y escribió desde ese abismo: "Libertad no conozco sino la de estar preso en alguien". Tal es el drama del deseo cuando no encuentra cauce legítimo: no desaparece, se intensifica. Cernuda renunció a la patria, pero no al derecho de nombrar su herida.

Aleixandre, galardonado con el Nobel, más cósmico y simbólico, disolvió la carne en el universo. El cuerpo amado no tiene nombre ni género, pero arde. Su poesía, vasta y evasiva, logró esquivar la censura sin traicionar el deseo. Convirtió el amor en energía primordial, en materia estelar. Pero el hambre sigue ahí, como una música de fondo que lo atraviesa todo.

¿Poetas de la homosexualidad?

No fueron poetas "de" la homosexualidad. Fueron poetas del amor en tiempos de exclusión. Más que una condición biográfica, fue una urgencia estética. La imposibilidad los obligó a forjar lenguajes nuevos, a habitar los intersticios del verso con lo que no podía decirse en voz alta.

Hoy, en un tiempo en que se grita mucho y se escucha poco, tal vez valga la pena volver a ellos. No para romantizar el sufrimiento, sino para recordar que hubo una época en que amar era un acto de resistencia, y escribirlo, una forma de dignidad. Que Lorca, Cernuda y Aleixandre transformaron su herida en una de las poéticas más profundas del siglo XX hispánico no debería olvidarse. Tampoco que, bajo la sombra, sigue latiendo el deseo. Y en el deseo, la posibilidad luminosa de decir lo que aún duele, pero merece ser dicho.

En su obra, el amor entre hombres aparece tamizado por el contexto. La censura externa y el conflicto interno imponen límites, pero también estimulan nuevas formas de decir. El silencio se vuelve estrategia, la ambigüedad, refugio. Más que ocultar, su poesía traduce lo innombrable en símbolo, convierte la vergüenza social en belleza y la marginación en una forma radical de presencia.

La homosexualidad, lejos de ser un asunto lateral en sus obras, constituye una fuente central de tensión poética. La represión no les impidió escribir sobre el deseo: les obligó a escribir desde el deseo, con todas sus grietas, máscaras y abismos. Esa es, quizás, su mayor victoria literaria.

En una época que castigaba la diferencia, Lorca, Cernuda y Aleixandre hicieron del verso un espacio libre donde el amor, aunque herido, pudo decirse —a veces con palabras veladas, otras con la luz desnuda del alma—, pero siempre con la dignidad que solo concede la verdad poética.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Toma una pausa en la diplomacia y vuelve a su profesión original en DL.