La resignación del dominicano para votar por el menos malo
En el sistema electoral actual, hay dominicanos que ni siquiera conocen a sus diputados o sus regidores

"No hay forma, hay que votar por el menos malo", fue la frase enganchadora que escuché de un hombre desesperanzado de unos 50 años que acudía a las elecciones del 2024 únicamente por el deber, pero sin conocer siquiera al candidato a diputado por el que votaría para que lo represente durante cuatro años en el Congreso.
La frase salió de un hombre que obviamente no conoce a los candidatos políticos, a pesar de la apabullante campaña que asedia a los dominicanos durante todo el año. Sin embargo, su pensamiento no es aislado. Es más bien una síntesis colectiva: una mezcla de hastío y resignación que se repite en cada colegio electoral cada cuatro años.
Hay quienes votan por no dejar que gane el otro. Otros ni siquiera se toman la molestia: prefieren quedarse en sus casas, en la playa o viendo el celular, como forma de protesta silenciosa ante un Estado que no los emociona ni los representa.
Para muchos jóvenes dominicanos, votar se ha vuelto un dilema moral. Queremos participar, pero no queremos ser cómplices. Queremos cambios, pero no vemos opciones reales. Queremos sentirnos parte de algo más grande, pero todo parece más de lo mismo con otro logo y otros colores.
El discurso del "menos malo" se mantiene inalterable. Nos enseñaron a votar con miedo, no con esperanza. A pensar en lo que queremos evitar, no en lo que queremos construir.
Como periodista de política, vi de primera mano cómo el mismo día de las elecciones del 2024, un gran grupo de gente todavía no se sentía conforme con las propuestas que tenía en sus manos. Los que sí sabían, ya tenían lo de su "pica pollo" en el bolsillo. No conocían el nombre de su candidato, pero sí sabían el color que debían marcar en la boleta: el color de un partido
¿Y qué mensaje recibe un joven que vota por primera vez y se encuentra con una papeleta llena de nombres que no le dicen nada?
Una de las grandes frustraciones es que el sistema parece diseñado para evitar que algo nuevo florezca. Los partidos emergentes tienen pocos recursos, poca estructura y poco espacio en los medios de comunicación. Cuando surgen liderazgos distintos, los mismos grandes partidos se encargan de etiquetarlos como "inexpertos" o "radicales", mientras perpetúan figuras que llevan décadas en la política sin grandes logros que mostrar.
Pero todo no se detiene ahí. Hay otra política igual de hedionda. Es esa que te vende a candidatos jóvenes como los más ideales para puestos electivos, pero que en su ideología son igual de vetustos que sus antecesores.
El gran riesgo de esta resignación colectiva no es solo la abstención, es ese virus silencioso que te dice que nada vale la pena, que todo es un circo, que la política no sirve y que todos están cortados con la misma tijera.
Y cuando esa apatía se apodera de una generación, los que siempre han mandado siguen mandando. Porque ellos sí votan, ellos sí se organizan y ellos sí se benefician de que tú no creas en nada.
La realidad es que hay una verdad incómoda: si seguimos votando por el menos malo, vamos a seguir teniendo gobiernos mediocres. Si seguimos participando con resignación, seguirán gobernando los mismos.
La salida no está solo en ir a votar, sino en exigir nuevas opciones. De hecho, en construirlas.
La juventud no está desconectada de la política. Está cansada de las mentiras. Está esperando que alguien le hable con la verdad, con propuestas, con coherencia. Y mientras eso no pase, seguirá haciéndose la misma pregunta cada cuatro años: ¿Vale la pena votar por el menos malo?