Béisbol y Rose
Cómo los deportes narran nuestra historia personal

Con el anuncio de la llegada del polvo del Sahara, le he dicho a alguien que me comunique cuando empiecen los juegos que no debo perderme. Me refiero al fútbol tan discutido. Ahora tengo puesto el partido del Tottenham y el Manchester United. Se escuchan los claros e idóneos comentarios del legendario Jorge Valdano. Un hincha de Boca promete que su equipo ganará el Mundial de Clubes y dice que River no llegará ni a clasificar. Por las noches, toca ver el partido de béisbol.
Tengo toda una filosofía sobre esto: el béisbol calma y el fútbol mantiene en suspenso. Se parece a una novela de Agatha Christie. Uno no sabe en qué va a parar el problema. Con el béisbol pasa algo que todos miran: el bateador entra al plato, se toma su tiempo, conecta la pelota hacia el center. Uno piensa que algunas estadísticas se complementan con otras. Pensar entonces en Pete Rose y su número de hits, y también en todo el menjurje que ha tenido su figura en los últimos meses. Rose ha sido sacado de la lista restringida que duró bastante (desde 1989), y ahora es elegible para el Salón de la Fama. Su inducción inmediata sería en 2028.
Me parece que tengo la filosofía correcta, aunque animo a cualquiera a escribir en contra de ella: el beisbolista entra en un suspenso. Está en dos y dos, saca un batazo y todo el mundo aplaude. Ahora me acuerdo de que aún en brazos entré a un dogout, no sé si de las Águilas (eran los setenta). Me parece que el béisbol —este es el centro de mi teoría— permite que el fanático se calme, vea pacientemente los innings y entre en un estado de confort que vemos en los estadios y que también ocurre en el hogar. Visto así, resulta recomendable ver más partidos, adentrarse en lo que ocurre y pasarla bien.
La lentitud del béisbol anima a muchos a acompañar el juego con un trago preparado ahí mismo en la casa, o sucede que en algún lugar público ponen las pantallas gigantes y un montón de fanáticos exclama por los nuevos hits. Décadas después, pienso en el restaurante de enfrente del Colegio New Horizons en la Bolívar, donde se reunía mucha gente a ver los partidos en la década de los noventa. Entonces, en la política reinaba Balaguer y uno creía que la historia pasaría de largo, y fue todo lo contrario: en el tenis, Ivan Lendl y John McEnroe dictaron la época, al tiempo que en el béisbol, Don Mattingly y Wade Boggs le añadían sustancia a todo el asunto.
Me propongo ver más partidos, aunque sé que tenemos una parrilla con las últimas películas y series. Será quedar entusiasmado con los nuevos uniformes de las Grandes Ligas. Pensar en un primo de Baltimore que nos enviaba los suéteres de los Orioles en los ochenta, otra época y otros juegos. Me preparo cualquier cosa para tomar y empiezo por pensar que cualquiera puede caer de nuevo en las apuestas. Queridos lectores: salud para ver el juego con las excelentes transmisiones locales y extranjeras.