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Redes Sociales

Cojeando de ambos pies

Cuando la sociedad se rompe y el "sálvese quien pueda" gana

Émile Durkheim, padre de la sociología, acuñó el concepto de anomia para describir el caos social hijo de la dilución de las normas que cohesionan a los individuos y sociedades en torno a expectativas y valores compartidos. En términos individuales, se expresa como profundo desencanto y frustración que puede llegar a rabia. En términos sociales, como ese estado en el que, resumido en la frase «sálvese quien pueda», el hombre se convierte en más lobo del hombre que en ninguna otra circunstancia. Nada, o casi todo, vale.

Leer los periódicos, echar un vistazo a las redes, detener el dial en la radio o el control en un canal televisivo, dejan inevitablemente la sensación de que el mundo se desmorona ante nuestros ojos.  Nuestro país es, en escala, la reproducción de ese mundo donde solo la incertidumbre, el desconcierto y el individualismo tienen consistencia real.

Todo nos infiltra la sensación de deriva. La ciudad, que habitamos sin conexión con ella, no solo está asediada por una extrema desorganización funcional, sino también por conductas humanas que potencian el desamparo personal y colectivo. Salir a la calle es exponerse al riesgo del atropello, del insulto, de la grosería gratuita, y a un paisaje que radiografía hasta dónde lo individual fagocita lo común. Cada quien impone reglas a su conveniencia, sin parar mientes en el daño que provoca a terceros.

A la luz de la sociología, este desprecio de las normas cohesivas ancla en múltiples aspectos de la realidad. Las diferencias sociales que desnudan la inequidad en la distribución de la riqueza son una de sus causas. Motorizan la pérdida de confianza en las instituciones, en el discurso oficial, en las narrativas culturales. Todo termina por carecer de sentido, y damos la espalda a todo lo que no sea propio. La reacción desplaza a la reflexión.

Este momento actual dominicano urge que nos detengamos a pensar lo que acontece, pero no solo en el magma humano –sería cargar injustamente el dado– sino también entre los principales responsables de que las normas se cumplan mediante la constante renovación del consenso social.

Lastimosamente, no es esto último lo que ocurre. Porque también en el gobierno casi cada cual está desembozadamente empeñado en sus propios asuntos.  Asuntos que carecen de la menor sustancia. Embobados por la autoimagen, hacen de la hormiga elefante. Todos esos casi se arrogan virtudes indemostrables que, a sus ojos, los convierten en líderes.

Lo vemos a diario en el comportamiento de los funcionarios en los espacios de opinión publicitada, particularmente en las redes. Para ellos, el país es esa virtualidad en la que los likes de incondicionales, gratuitos o a sueldo, transmutan mágicamente en capital político.  En el obstinado pavoneo mediático que transforma el cumplimiento del deber gubernamental –llámelo logro, si quiere– en acontecimiento de trascendencia inédita con ellos como protagonistas. Las ruedas de prensa son el atrezo cotidiano de anuncios sin importancia.

Vamos por mal camino. Afirmarlo no es intransigente subjetividad: andamos cojeando de ambos pies. No admitirlo solo arriesga a lo impredecible.

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.

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