A mujeres, siempre es a mujeres
¿Cuál es el motor del abuso hacia mujeres que solo existen en paz? ¿Será que les excita?

Nunca dejará de sorprenderme cómo el primer instinto de algunos, al ver a una mujer sola, es aprovecharse de ella en lugar de protegerla. Es como si, ante sus ojos, la mujer sola estuviera revestida de una vulnerabilidad indeleble que funge para ellos como fuente de inspiración para humillar y ridiculizar más que para ayudar.
Una actitud que no solo se observa en hombres, sino también en mujeres.
Recientemente, una usuaria compartió en su Instagram un video donde se ve su vehículo color azul detenido mientras un conductor no identificado, en una camioneta Ford color blanco, lo empuja. Ella graba lo sucedido desde la acera. Todo ocurre en el carril izquierdo de la avenida Sarasota (dirección este-oeste), mientras el carril derecho se ve claramente despejado.
"Este tipo viene desde hace tres cuadras tirándome la camioneta encima, pitándome bocina. En el semáforo hizo esto y empezó a dar reversa para que yo no pudiera grabarle la placa. Cuando me parqueo a un lado (más adelante), dio reversa y se fue por otra calle", relata.
En los comentarios, otras mujeres denuncian haber vivido lo mismo en esa misma zona. Y así ocurren agresiones a diario contra mujeres solas, sin distinción de edad, contextura corporal o ubicación.
Podría resumirse en repugnante, pero es más que eso. Es inaceptable e incorrecto asumir como parte de la cotidianidad que una mujer reciba acoso o maltrato solo por estar sola.
Le sucede a las que toman el Metro de Santo Domingo y, tras ser tocadas indebidamente, ven cómo el agresor huye mientras se cierran las puertas del vagón. Debido a la multitud de pasajeros no siempre se logra identificar al agresor. Le sucede también a las que viven alquiladas y deben enfrentar a propietarias que convierten cada interacción en un ring de boxeo.
"Usted no tiene marido", escuché decir una propietaria a su inquilina en una ocasión; la discusión era por una bomba de agua dañada. Fuera de contexto la señora propietaria, pero al parecer no se iba a perdonar irse a dormir esa noche con ese comentario engavetado.
Incluso, hace algunos años, una mujer con discapacidad arrojaba piedras e improperios desde la avenida Abraham Lincoln hacia vehículos, muchos de ellos con mujeres solas al volante.
"Que me lo haga a mí", decían en ese entonces los hombres conscientes del patrón. Una expresión que se repite en todos los escenarios de violencia con las mismas características aquí descritas. El agresor rara vez se enfrenta a alguien de su tamaño: necesita saberse superior.
Y así ocurre una y otra vez. A veces nos enteramos, a veces no. Porque la vergüenza y la impotencia de contar lo vivido a algunas les pesa más que la valentía de haber sobrevivido. Que el desenlace no haya sido la muerte no es excusa para ignorarlo.
Por nuestras calles transitan mujeres valiosas que callan ofensas de quienes solo ven en su soledad una excusa para atacar.