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La injerencia con faldas

La nueva embajadora de Trump y el viejo guion del garrote

Volvemos a los tiempos del gran garrote norteamericano. Abandonando las sutilezas en política exterior de las administraciones demócratas, el gobierno del presidente convicto Donald Trump despliega un catálogo de amenazas a terceros países que van de la anexión forzosa de territorios al castigo, arancelario y no, por  «tratar muy mal» a los Estados Unidos.

El momento de pretender la absoluta sujeción diplomática de la República Dominicana a las políticas de Washington vendrá con Leah Francis Campos, casi con toda seguridad la próxima embajadora. Una mujer cuya manera de pensar  retrotrae a los momentos más oscuros de la Guerra Fría, y que  se ve a sí misma como cruzada confiable en la reconquista hemisférica.

Sin que se le moviera un pelo de su abundante cabellera, en su ramplón discurso ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense que valora su nominación, Campos inscribió en sus prioridades «contrarrestar la influencia del Partido Comunista Chino en la República Dominicana y en todo nuestro hemisferio».

Exagente de la CIA, no habla de mayor contrapeso comercial en esta economía globalizada. Ni de cooperación más ventajosa. Lo del narcotráfico es tópico. Habla de política, de una «influencia» china en el país que imagina, pero no constata. Su anticomunismo, heredado de una familia que apoyó la sublevación de Franco contra la República española, agita los molinos de viento de su obcecación ideológica.

Una pudiera decir, allá ella y su manera de pensar. Pero será la embajadora de Trump en el país, su procónsul, y esto cambia las cosas. Lo dicho por Campos no es mera idea, es advertencia y designio. Viene a injerirse en la política dominicana y a trazar pautas en la línea trumpista.

El establecimiento de relaciones diplomáticas con China fue un acto de soberanía de la República Dominicana, ejercicio del derecho a decidir su política exterior y a relacionarse con quienes considere socios idóneos en sus intereses. Esto implica, tal como se estableció con China, la primacía del principio  «de respeto mutuo a la soberanía e integridad territorial, no agresión, no intervención del uno en los asuntos internos del otro, igualdad y beneficio mutuo, y coexistencia pacífica».

Leah Francis Campos, como representante de Trump, está obligada a respetar estas normas. Y el gobierno del presidente Luis Abinader, a no dejarla pasarse de la raya. Porque más allá de las simpatías políticas que el trumpismo despierta en el presidente, el Artículo 3 de la Constitución, que juró respetar, consagra la inviolabilidad de la soberanía y principio de no intervención.

Salvo que decida saltarse esta obligación –no sería extraño dados algunos precedentes–, al presidente Abinader no le está permitido hacerse de la vista gorda frente a «actos que constituyan una intervención directa o indirecta en los asuntos internos o externos de la República Dominicana...», ni puede olvidar que el principio de no intervención es «norma invariable» de la política internacional criolla.

Pero no es solo el turno del presidente. Lo es también de los vociferantes ultraderechistas,  tan envalentonados frente a la inmigración haitiana irregular y pobrísima.  Hasta ahora han hecho mutis. Sería bonito oírlos hablar.

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Aspirante a opinadora, con más miedo que vergüenza.