Crónicas del machete
Viaje al corazón del campo dominicano, entre machetes y memorias

—¿Usted es capaz de desyerbar todo este patio?
—Oh sí, ¿cómo no?
Me corresponde hablar de temas no tan tratados. Debo testimoniar la existencia de varios juegos y de un arte de la probabilidad que se emparenta con las cuantiosas inversiones en bolsa. Desde mi cercana versión de aventurero, me toca hablarles de un trabajador de piel cuarteada por el sol. He de pedir la palabra para notificar de un largo viaje hacia los periplos nacionales del interior del hombre. Este está dispuesto a lo que sea: al machete, al canto y a los gallos. He de decirlo a viva voz en tiempos de peticiones más modestas. Me corresponde a mí hablar de Exacto, un perdido amigo que con su machete desbroza tempestades y con sus manos, abre surcos en la tierra.
Viajar al interior del país es adentrarse en la historia. Cuando vas a un pueblo del interior, este se te presenta con una alta carga narrativa. El campesino dominicano ha cambiado el caballo por la motocicleta. Lo encuentras en todas partes. Desde un solar en Puerto Plata hasta un predio bien mantenido de una codiciada Samaná.
Los viajes se hacen en carreteras. De ahí que estas tengan que ser mantenidas, remozadas y supervisadas. Mucha gente se ha dado cuenta de la importancia de las carreteras en la creación del ser nacional. Con los ojos abiertos, cuando vas al interior te das cuenta de toda una simbología que a ratos luce promisoria y que en otras ocasiones te dice algo sobre lo práctico del hombre del campo.
Hace ya unos diez años, conocí a un señor de campo que iba a hacer trabajos de desyerbe en las casas dominicanas. A este señor le apodaban Exacto por su recurrente uso del término. Le decías que ese día no podía desyerbar porque estaba anunciada una vaguada y él respondía:
—Exacto.
Como se puede testificar en cualquier viaje, el hombre del campo no ha desaparecido. Años atrás, hice un viaje a una finca de cacao: aprender cómo este se corta y cómo se vende me pareció una escuela que no tenía nada que ver con los cursos sobre producción que dan en Harvard, pero que aun así podían entrenarte y darte conocimientos que otros no pondrían en duda. En otra finca, se nos enseñaba hace años cómo se corta y se produce el café. Nuestros políticos saben algo de esto: algunos tienen claro la calidad del café porque, como todos los dominicanos, se levantan con una taza.
Exacto, nuestro amigo, tiene claro que se levanta de sol a sol a hacer su tarea. Puesto a prueba por un candente sol, tiene claro que su cuerpo se ha mantenido saludable. Deberíamos preguntarle a este desyerbador cómo se mantiene a flote, en una salud de hierro. Nos dirá, quizá, que no come mucho, que es parco en los vicios. En cada campo dominicano tenemos hombres viejos, y algunos especialistas se preguntan si la gran mayoría de los habitantes del campo dominicano terminarán siendo jóvenes.
Como puede verificarse en cualquier viaje, los campesinos dominicanos tienen una enorme memoria para contar cuentos de su propia localidad. Haciendo acopio de memorias antiguas, algunos hablan de viejos que vivían en otros años en esos mismos sitios. Cuentan sobre lo que decían esos viejos: la memoria del sitio es mantenida, narrada y cronometrada por estos jóvenes que tienen la particularidad de querer mantener la memoria colectiva del sitio a flote para que los más jóvenes sepan de dónde vienen.
El hombre del campo dominicano tiene muchas historias que contar. Uno se pregunta por qué no hay más estudios o novelas que tengan como fundamento los conocimientos de los campesinos criollos.
Las historias que narran estos hombres, tal como hacían los taínos y los sioux alrededor del fuego, son hoy un tesoro nacional que debe ser mantenido. La gente sabe que estos conocimientos existen, pero son pocos los que marchan a los campos criollos con un celular en mano para espiar lo que tienen que decirnos estos hombres sobre sus antepasados.
Lugar donde se cosecha casi de todo, zona para el cultivo de frutos varios, el campo dominicano puede ser visto desde diversas ópticas: el campo productivo y el campo hacedor de memorias. La producción de lo que se vende en la gran ciudad que es Santo Domingo tiene sus raíces en sembradíos que tienen una larga historia: el plátano barahonero o el plátano cibaeño, el kiwi, la yautía tienen una larga historia que reposa en la memoria de los campesinos actuales. Ahora bien, no podemos negar cómo se ha revolucionado el campo. Los pobladores que viven al lado de las carreteras no dejan de asistir a los billares para pasar el tiempo. La banca y el juego de gallos, por solo citar dos ejemplos, perviven y son casi omnipresentes en el campo criollo.
No hay comunidad que no tenga hoy un billar, una cancha, una banca de apuestas y un club deportivo. Estos habitantes tienen muchas historias que contar, las que darían mucho material para hacer historias escritas o para escribir novelas, un género que hay que acelerar en Dominicana.
Para atestiguar un ejemplo sociológico, hablo aquí en defensa de esos jóvenes que se la pasan en el borde de la carretera a la espera de que la lluvia pronosticada por el COE caiga sobre ellos. Con chelitos, se animan a entrar en la banca y luego juegan un poco del billar de la esquina. Debo hablar de esos muchachos que han cifrado su historia en un billar para demostrar su pericia y su gran dominio del taco. En el mundillo literario criollo, otros observadores están entretenidos en hallarle explicación a la evaporación de la lluvia; me atengo a los que ahora se dedican a entender el mundo desde un juego de dominó. Tienen claro lo que hacen: no saben a ciencia cierta adónde los conducirá una tarde de pleno juego, pero ahí están, hijos de una democracia que les otorga un ocio que los aleja de los malos hábitos.
Preservada como si se tratara de una vieja gema, la experiencia de los lugareños que no son campesinos —que son hoy muchos, sobre todo en los enclaves turísticos— nos ofrece otro caudal de información: los que van a la playa o a pescar en Samaná tienen largas historias sobre el mar, como las del capitán Ahab, y nos dicen que tal o cual diputada ha ido y ha amenazado con apresarlos. Estos pescadores tienen otro pez que capturar, no solo el loro. En fin, que se nos hace interesante indagar en estos lugareños para buscar historias que puedan entusiasmar a otros viajeros.