Dilema de las aguacateras
El arte de vender aguacates en la informalidad dominicana

Es posible que no todo el mundo sepa lo que sucede con las aguacateras haitianas. Se agrupan en un mismo lugar durante largas horas. Las he visto frente al supermercado a eso de las doce del mediodía y, luego, al salir una hora después, todavía están allí, esperando clientes.
Es comprensible que tengan paciencia, como ocurre en otros negocios similares. Pienso en las personas de la Duarte que venden ropa o zapatos tennis a una multitud que busca ofertas.
Las aguacateras haitianas tienen una clara conciencia de su negocio. Me preguntaba de dónde obtienen los famosos aguacates, y la respuesta es singular: los adquieren en mercados de productores, lo cual deja la impresión de que no pueden incrementar demasiado el precio por unidad. Aunque sus aguacates tienen un precio más alto que en el supermercado, no parece ser un negocio altamente rentable. Uno se detiene, averigua el precio y, mientras tanto, nuestra compañera de compras comenta si los aguacates parecen apetecibles.
Es evidente que estas aguacateras llevan años en el país, y nunca hemos escuchado noticias sobre alguna que haya sido deportada al vecino país. Lo cierto es que se han convertido en parte de la fauna económica del sector micro: están por debajo, ciertamente, de los salones de belleza, los talleres de metalmecánica o cualquier colmado.
Estas aguacateras saben que deben entender el español en sus diversas variantes:
—Bájamelo un chin— podría ser una frase común de un comprador que busca negociar el precio hasta que sea asequible. En ocasiones, incluso se les deja propina, lo cual se agradece si los aguacates no están muy verdes. La expectativa de muchos es que el aguacate esté listo para consumirse un día después de la compra. En los colmados, ocurre a menudo que el encargado fija un precio y sube la foto a su estado de WhatsApp para que los clientes lo vean. En cualquier caso, negociar con el vendedor para obtener un precio razonable es una práctica común.
Aunque las aguacateras no dominan a la perfección el español dominicano, saben que necesitan un jingle, por decirlo de alguna manera. Proclaman a viva voz las virtudes de su producto, que no será evaluado por ninguna escuela de administración ni por organismos como la FDA de Estados Unidos ni su equivalente criollo. Es cierto que el aguacate es una fruta que cada día resulta más atractiva para los compradores, que pueden ser revendedores en colmados y que, como ya mencionamos, también utilizan las fotos en los estados de WhatsApp para promocionarlos.
No hemos calculado cuánto dinero ganan las aguacateras ni si el sector está regulado. Trabajan en la más plena informalidad, conscientes de que su producto será vendido a cualquier persona que salga del supermercado con algo de dinero en su cartera. Es posible que esta persona haya pagado con tarjeta y que lleve poco o ningún efectivo.
Algunos se preguntan si, en el otro lado de la isla, que ha tenido historiadores importantes, las aguacateras cumplen la misma función. Para ir a Pétion-Ville no nos hace falta la recomendación de uno de los amigos haitianos. Por el asunto idiomático, preguntarles si les es rentable el negocio de los aguacates es como subir el pico Duarte. También sabemos que los políticos no siempre tienen una postura ideológica clara en torno a los haitianos que están en este lado de la isla.
Podemos argumentar que las aguacateras no saben que las vemos en la orilla del supermercado. No tenemos conocimiento de si han parido algunos muchachos o si no tienen hijos. Lo que sí sabemos es que, de vez en cuando, en las esquinas algunos venden aguacates entre cargadores de celulares y gafas de sol.
Los políticos locales no siempre dicen que en las esquinas hay un estudio en ciernes, una visión sociológica y antropológica de la realidad de la isla. Sí sabemos que la isla de Santo Domingo, llamada Quisqueya o Bohío por los taínos, debe ser analizada con cuidado para no caer en apreciaciones que no tienden a hallar solución a la presión del hombre sobre su entorno.
Sabemos que las aguacateras tienen familia en Haití y es probable que la hayan traído a este lado oriental. Conocemos casos de haitianos que viven varios en un apartamento y se dividen la renta. El universo de los haitianos en el sector de la construcción es otro tema a debatir cuando se analiza al ser haitiano desde una óptica antropológica. Lo que sabemos es que no es lo mismo trabajar en el corte de la caña que hacerlo en el sector de la construcción. Me relataba una persona, militar en Haití, que gran parte del conocimiento que se tiene sobre la problemática haitiana pasa por el cedazo de algunas interpretaciones históricas que no tienen aplicación en la modernidad que todos vivimos.
Para él, entender Haití es comprender al hombre del campo haitiano, saber de qué viven allá y entender la relación política que existe entre el hombre común y los políticos. Con la emergencia de las bandas, Puerto Príncipe y otros enclaves han pasado a ser dirigidos por personas que controlan y manipulan la conducta de los pobladores.
Las aguacateras, ya de este lado de la isla, trabajan sol a sol y tienen claro que el país que dejaron atrás se revuelve entre asonadas cuartelarias y negocios de una élite que lo domina todo. Ellas son parte de todo el entramado histórico de la isla: cuando cantan su producto, lo hacen con la plena conciencia de que el trabajo es una manifestación digna.