Nadie nace con una extraña virtud de corazón
El latido poético de una generación sin miedo

Leo a Ana Blandiana. Entre hojas, palabras y lágrimas. Su voz de ceniza, su historia hecha jirones. Una mano dispuesta a dejarse batir en el viento para imperar sobre la noche. La noche de Ana Blandiana, tan oscura, tan degradada. Su voz como instrumento, como órgano de hielo. La balanza de su voz sobre un solo platillo. Creando un pueblo que aún no había nacido, pero que ella anunciaba que estaba condenado a nacer. Un pueblo vegetal. "¿Es que alguien ha visto alguna vez un árbol sublevándose?". A salvo de nada. Ni del hambre, ni del miedo. "Lo único de lo que estamos a salvo (o tal vez nos es vedado) es de la huida". No me canso de leer a Ana Blandiana.
Ana tuvo que hacer de su seudónimo un nombre. El de nacimiento fue siempre otro, desconocido. Aún así no logró ser reconocida por el apparatchik de la Rumanía de Nicolae Ceausescu. A sus 83 años sigue trabajando para que cada verso suyo sea una escuela de poesía. "La poesía no tiene que brillar, tiene que iluminar".
La croata Ivana Bodrožic me interrumpe. La guerra la exilia y ella ve sucumbir la vida familiar. Ivana sobrevive entre la oscuridad y la sangre sentimental. A ella, como en general, todo lo bueno llega con un retraso eterno. "La tarde de primavera nunca es fácil de sobrevivir, siempre es un poco irreal y hay que estar bien preparado para no hacer nada hasta que no acabe, porque dos veces ya después de la comida me pareció que soy la seda de un diente de león, y es que todo el tiempo estoy sentada en el balcón del cuarto piso sin ninguna habilidad extraordinaria aferrándome a la verja caliente, esperando que las cosas se aclaren".
Entre Ivana y Ana hay coincidencias poéticas y de vida, aunque cada una sea diferente. No podría ser de otro modo. Son dos luchas desiguales. Son dos destinos distantes. Pero, la poesía se hace en ellas desde los aplazamientos, las humillaciones, los escombros, las ondulaciones, las erosiones y los pretéritos. De pasado y sangre son sus vidas. La poesía no puede prolongar sus deslizamientos entre frases huecas y sueños que no se sueñan. Tiene que ir a la raíz del infortunio y de la vergüenza, y en ese litoral desgarrado donde los miedos cohabitan con las furias, el poema se desliza sin ataduras, sin pendientes, desprovista de extravíos, insana y cruel si fuese preciso, pero franca, con sobredosis de vida, como violación de pupilas, como fuerza de un rayo de piel y carne rasgadas.
Ana Blandiana es simiente de la poesía de hoy, que Ivana Bodrožic recoge, a sus cuarenta y tantos, con la cabeza fuera del agua. Hago el ejercicio. Tres ejemplos bastan. El mexicano Orlando Mondragón, 32 años. Una patología del corazón le apremia. Busca suturas en el hierro de su sangre. Entre bisturíes, uniformes quirúrgicos, cirugías y cuerpos heridos, muestra los matices de la carne, ensaya la gravedad de los cambios y revisa las costuras de la noche. Es una poesía de tijeras y de manos y de costados con hematomas. Poesía de hoy que brama entre centros quemantes. El nicaragüense William Alexander González Guevara, 25 años, se enfrenta a los nadies, a los del montón salidos. Escribe desde que nació y es ocioso discernir sobre las lecturas conocidas. Hace la poesía sin nada, como un nadie. Y en la infancia conoce ya el sabor amargo de la nostalgia. Joven, contabiliza las metas de su juventud y se va quejando desde ahora de las canas, la pesadez, el cansancio, la prisa. A los doce años olisquea los ayeres y desde su vida de migrante evita morir de lejanía. "Adolescencias ocres que se arrastran. Hay vidas que no albergan esperanzas. Ya no sonríen los niños que fuimos". Su poesía es sangrante y se escribe y se piensa como los temores y la llegada de la muerte que se alarga viviendo. La suya es una máquina poética, como la de las resonancias magnéticas, fundada por las musas con el fin de meterse en su cuerpo. Se narra una poesía sin máscaras, sin aliños, parapetada en la guarida y en las malezas de los nadies. El cubano Reiniel Pérez Ventura, 26 años. La mujer metida en su piel como "selva detenida en la redonda caricia de un pensamiento". La mujer como sílaba del cuerpo, como incendio del lenguaje, como dictado de pasos y sombras. "Yo siempre estoy bajando, viéndote en todo. Yo siempre estoy bajando por tu cuerpo para sembrar el mundo". Poesía que se viste de venas desnudas, cuando las palabras se construyen bajo el binomio macho y hembra y el poeta, entre sus manos y sus ojos, es solo una bestia enjaulada.
La poesía de hoy es un ojo abierto hacia la realidad y es criterio devastado en una tertulia de certezas reunida en la volubilidad de un aparejo. Y entonces la descubro aquí, frente a nosotros, en los muchachos de la República Independiente del Parque Duarte. Una poesía hecha en casa, seguramente, pero contada en el velamen multívoco de las noches bohemias de un "espacio público, amado por muchos y repelido por otros", según relata -a modo de justificación- el poeta que otorga visibilidad al grupo. Poesía queer en un país, el nuestro, donde todo llega y se expande. Tiene características este conglomerado. Informa el director de la orquesta: están liberados de compromisos políticos-ideológicos; la preocupación social tiene capas diferentes entre unos y otras; muestran la realidad sin recetas ideológicas; viven en el caos; sus discursos son netamente urbanos; recuperan el habla callejera; lo autorreferencial es un recurso, al igual que la oralidad, el bilingüismo y las referencias extraliterarias. Puede que haya otra característica que no menciona: los integrantes bordean la crisis existencial -de que hablan los psicólogos- de los cuarenta de edad.
Me asomo a ese parnaso. Glaem Parls, capitaleño. Hace una fotografía de su realidad, de forma irreverente, con astucia acorazada de incomodidades agitadas. Su gresca tiene hábitos y empuñaduras salvajes. Más de uno empeñará el juicio para juzgarlo, pero él seguirá su camino con sus cansancios y su cotorra. Joaquín Castillo, de Cutupú, poeta retador, con muy buen sentido del ritmo. Perro al que le sale un hombre del costado. Casi genial. El salcedense Lorenzo Amparo Báez, oscuro a veces, verboso, con un andamiaje que excede normas. Pero, estos poetas son antinormas. Y desde esa cualidad, dejan brotar sus espantos, su sangre, su palabra difusa, su estertor, y en ella se construye su estatura. Alexéi Tellerías, ¿puede haber alguien que no lo conozca? Es poeta cierto, con sus arañazos y sus tejidos de piedra, tierra y aluvión. ¿Poeta trans? Su salsa bestial va en crudo y a eso también debe llamársele transparencia. Isis Aquino, de la capital, slammer. Poeta urbana que se descoyunta en sus ecos. Me encanta. Ricardo Cabrera, también capitaleño. Barroquito, enseña sus muelas. Su poesía se ensimisma hasta perforar las sienes de su testa dialogante. Va en su ruta ¿hacia dónde? Natacha Batlle, hatomayorense. Ya la conocía. Es una poeta madurada, me gustaría decirle regia. La poesía vive en ella, por cursi que suene la frase. Luis Graham Castillo, de los del número del Distrito, chavonero. Anoté un "bueno" a todos sus poemas. Diferente y constructor de una poesía abrasante. El sabanalamarino José Ángel Bratini, poeta del pensar, ¿aún los hay?, telúrico, de tono vibrante y seductor. Con sus soliloquios atormentadores entreteje un discurso poético que advierte su madurez. Belié Beltrán, monteplateño, es poeta del entorno, crucial; la ciudad se le encala entre los huesos en cada poema. "Génesis en la avenida" es uno de los mejores poemas del conjunto. El petromacorisano Edwin Solano Reyes se subleva contra los males socio-cotidianos. Buen poeta. Frank García, de Montellano, Puerto Plata, despeja su identidad. La deja traslucir a conciencia para sortear los vientos del "huracán (que) siempre estuvo adentro" de su casa. El capitaleño Bernie Pérez es poeta que madura el instante como si escupiera un bolero en cada verso, con su acústica y su sonoridad existencial. Y Yaissa Jiménez, también de la capital, suelta sus perros prietos para atizar conjuros y mancuernas, con sobrio decir que en su queja desentierra fervores. El último en la lista es el seleccionador de esta antología frenética y luminosa: Luis Reynaldo Pérez, tan urbano como los demás, tan condero como muchos, tan marino como el malecón, de una poesía que describe y que se mueve entre el pasado y el presente que es su requinto. Por eso, habrá de ser, comanda al grupo y a las sanguijuelas de esta poética ardiente, desgalichada a veces, pero abofeteando los rostros estupefactos de lectores asombrados.
Esta es, tal vez, la antología poética que faltaba. Aunque hubo intentos individuales mucho antes y más luego, en este caso hay espíritu de grupo. No forman generación, ni lo necesitan. Confabulan ausencias y despeñaderos en el parque Duarte, frente al convento de los dominicos. Ni más ni menos. Y son poetas del siglo que corre, sin menos y con más. "Nadie nace con una extraña virtud de corazón -dice el verso de la Bodrožic- al menos en estos tiempos". La poesía no tiene que brillar, tiene que iluminar.