De Sasito Frías al Banco de Alejandro
Cómo nació el Banco Popular y cambió la historia financiera de República Dominicana

Don Sasito Frías pasaba diariamente por la calle Imbert, frente a mi casa, rumbo a alguna parte que yo desconocía, acompañado siempre de un maletín marrón. Era hombre de estatura media, de tez casi blanca, siempre bien peinado y de aire respetable. Si mi madre estaba en la calzada o hablaba en la calle con alguien, don Sasito saludaba siempre del mismo modo: "Que tengas buen día, Lola". No sé por qué aquel hombre, discreto y de maneras muy formales, ha sido uno de esos que siempre se recuerdan, o por lo menos lo pienso del modo que lo describo. Era nuestro vecino y creo que lo fue siempre. Vivía al doblar de la esquina, en la calle Mella, y sus hijos Héctor, Fausto y Lidia, todos mayores que yo, eran asiduos de mi hogar.
Era muy niño entonces, pero recuerdo a don Sasito caminando, rumbo a alguna parte, desde su casa, a menos de una cuadra de la mía, pasando por la calle Imbert. No puedo determinar cuándo me enteré que don Sasito seguía siempre rumbo al centro de la ciudad, tal vez a un kilómetro o kilómetro y medio de distancia, hasta llegar al parque Duarte, frente al edificio del ayuntamiento municipal. Allí, en uno de los bancos de aquella plaza, siempre se estacionaban tres choferes que acostumbraban a trasladar a clientes exclusivos a cualquier diligencia dentro o fuera de la ciudad: Sapo Conde, Ángel Reinoso y Manuel López, los dos primeros padres de amigos entrañables que cursamos primaria y secundaria juntos. Don Sasito siempre abordaba el auto de Ángel Reinoso, quien lo esperaba para trasladarlo a Santiago de los Caballeros y luego regresarlo a Moca. Llevaba consigo los depósitos en efectivo o cheques de los pudientes mocanos que tenían cuentas abiertas en los dos únicos bancos comerciales que funcionaban en Santiago y en el país, al margen del estatal Reservas, de origen canadiense. A su regreso, don Sasito distribuía a pie, a cada uno de los clientes a quienes servía, los recibos que dejaban constancia de que los depósitos habían sido realizados.
Eran otros tiempos, sin dudas. Nunca se supo que en sus viajes diarios a Santiago, acompañado solamente de Ángel Reinoso, su chofer de confianza, don Sasito sufriera ningún percance. Y es muy probable que no pocos supieran en Moca el tipo de diligencia que hacía este señor de vestir impecable y modo circunspecto, cada día, de lunes a viernes. Así eran las cosas. Moca, como otros muchos pueblos del país, tal vez todos, con la excepción de Santiago, no poseía bancos comerciales, como también eran pocos los que debían realizar depósitos diarios de efectivo, producto de sus empresas, tiendas, almacenes de provisiones o fincas agrícolas. Los demás que manejaban negocios pequeños guardaban su dinerito debajo de los colchones o en algún espacio oculto de la casa. Los pulperos, las fondas, los carboneros, los comederos del mercado y las tiendecillas de mercancía limitada que, para esa época, eran negocios muy activos, pero pobretones, como el país mismo.
Hemos de recordar aquí que los ricos de Moca eran, para esa época, poseedores de fortunas de unos pocos miles de pesos. Tales los casos de León Rosario, Luciano Rodríguez, Vinicio Perdomo, Héctor Rojas Badía, Donato Bencosme, Luciano Hernández Espaillat, Alejandro Lama, Luis Felipe Rojas, Elías Calac, Miguel Comprés Bencosme, Luis Lora, entre otros, según las investigaciones realizadas por el historiador Bernardo Vega. Mario Cáceres Rodríguez me confió, al concluir una conferencia que dicté en Santiago, con los auspicios de la PUCMM, que fue al final de la tiranía trujillista que él pudo enterarse de que en la República Dominicana había una familia que poseía un millón de pesos. Obviamente, esa familia contaba ya con varios millones de pesos en arcas extranjeras fundamentalmente, para cuidarse de los recelos y ambiciones del tirano, pero lo que demuestra la aseveración de Mario es que ricos millonarios no existían aquí para esa época, salvo los Trujillo. Anotemos que la población dominicana para 1960 era de apenas unos tres millones de habitantes.
Para 1962, cuando poco más de un año después de concluida la dictadura, un grupo de mocanos intentaba crear un banco comercial con escasas posibilidades de capitalización del proyecto, don Alejandro Grullón Espaillat, descendiente directo del emigrante francés Francisco Espaillat Virol, a quien Julio Genaro Campillo Pérez atribuye la fundación del Cibao, viajó a Moca para contactar al grupo de emprendedores y convencerlos de que aunaran esfuerzos para que se integraran al mismo propósito desde la coraza de la Asociación para el Desarrollo de Santiago y que él encabezaba. Anota Frank Moya Pons que "para ambos grupos (o sea, el de Santiago y el de Moca) era evidente que Santiago era el centro comercial, administrativo y financiero de la región del Cibao y que Moca no podía competir con éxito ni duplicar el esfuerzo que también se gestaba en Santiago".
Es probable que algunos de los empresarios santiagueros no estuviesen muy confiados en el éxito del proyecto bancario, pero quien sí lo estaba era Alejandro Grullón, quien realizaba diligencias en distintos estratos institucionales para lograr su propósito. Los primeros serían con el Banco Popular de Puerto Rico y con funcionarios del Banco Interamericano de Desarrollo. Más adelante vendrían reuniones con entidades bancarias de Estados Unidos y, paso a paso, con empresarios de Santo Domingo y de otras ciudades. Llegó un momento en que el banco comercial en proyecto, que necesariamente requería de apoyo técnico y financiero de instituciones extranjeras, sólo era impulsado con determinación fija y sin vacilaciones, venciendo contratiempos de distintos tipos, por Alejandro Grullón. Poco hacían ya sus primeros compañeros de esta travesía. Fue así cuando el proyecto comenzó a conocerse como "el banco de Alejandro".
Moya Pons anota: "Así como los promotores de Moca no podían organizar un banco sin la cooperación de los hombres de negocios de Santiago, de la misma manera los santiagueros no podían hacerlo sin el concurso económico de los empresarios de Santo Domingo y de las principales ciudades del país". Consciente de esa realidad, Alejandro Grullón se muda a Santo Domingo iniciando el año de 1963. Rápidamente -el sentido de organización, la pasión que otorga la certeza de que el proyecto era viable si se creaban las condiciones- don Alejandro crea una junta promotora en la capital, dejando de lado el regionalismo que era norte del grupo de Santiago. Representando a diversas provincias se integran a este nuevo agrupamiento Osvaldo Brugal, Triffón Munné, Mario Cáceres, Francisco Valdez, Camilo Suero, Pablo Juan Toral, Ernesto Vitienes, Carlucho Bermúdez (que es el único de Santiago que siguió a don Alejandro en su plan) y un hombre por el cual Espaillat Grullón sentía especial admiración y respeto, Rafael Esteva. Un primo de don Alejandro, el escritor Virgilio Díaz Grullón, le sugiere que escoja como abogado para este nuevo capítulo capitaleño a don Luis Julián Pérez, porque Salvador Jorge Blanco lo seguía siendo para Santiago y el Cibao. Reuniones cotidianas, visitas a granel a distintas personalidades, contactos permanentes para dar a conocer el proyecto, se suceden en distintas ciudades del país. Se iniciaba el periodo de gobierno de Juan Bosch, quien se oponía a la creación del banco con participación extranjera. Ocurren encontronazos entre dos personalidades fuertes: Bosch y Grullón Espaillat. Finalmente, Bosch accede a la sociedad con banqueros puertorriqueños, pero con acciones menores a la prevista.
El 2 de agosto de 1963 se constituyó la compañía Banco Popular Dominicano, con 324 accionistas, y el primer Consejo de Directores. Juan Bosch le facilita el local que entonces ocupaba la Superintendencia de Bancos, en la Isabel la Católica con Emiliano Tejera. Don Alejandro deseaba estar en el mero centro de la actividad financiera y empresarial del país. Todavía hubo escollos por vencer, pero el 2 de enero de 1964, después de un intenso trabajo de localización, captación y entrenamiento del personal, el Banco Popular Dominicano abría sus puertas al público. El "banco de Alejandro" era ya una realidad. En los siguientes seis meses se inauguraron las primeras sucursales: la de Santiago de los Caballeros, cuna del proyecto; la de Higüey y la de San Francisco de Macorís. La de Moca fue la tercera, después de la de Santo Domingo y Santiago. Don Sasito Frías perdió desde aquel día segundo del primer mes del año de 1964 su modus vivendi, como depositador del dinero de los mocanos pudientes en los bancos extranjeros de Santiago. Alejandro Grullón premiaría a aquel hombre serio, que con afán diario y la confianza absoluta de sus clientes cargaba en su maletín marrón, diariamente, la fortuna de los mocanos ricos para depositarla en los bancos extranjeros de la capital del Cibao. Don Sasito pasó a ser integrante del equipo fundador de la sucursal de Moca del Banco Popular y uno de sus ejecutivos. No había en Moca otro que supiera más de banco que él.
Hace 61 años de la fundación del Banco Popular, pero para festejar su 60º aniversario, ocurrido en enero del pasado año, la principal entidad bancaria del país, institución modélica y ejemplo fundamental del mayor acto de emprendimiento empresarial dominicano de aquellos años de la postdictadura, se ha publicado un gran libro que demuestra, con hechos fehacientes, "el poder de una idea", con un prólogo del reputado economista Andrés Dauhajre hijo que enfatiza la trascendencia de la misión para encauzar el país por los derroteros que exigían aquellos tiempos de los "constructores de la nación dominicana", luego de la noche de autos del 30 de mayo de 1961.