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Crisis política después del 27 de febrero

Trinitarios vs. Conservadores, la lucha interna tras la independencia

Después de proclamada la República, el 27 de febrero de 1844, liberales y conservadores tuvieron que enfrentarse a tres grandes desafíos: primero, construir el Estado nación y la identidad nacional; segundo, defender el territorio nacional repeliendo las invasiones militares haitianas; y, tercero, superar las pugnas intestinas -que devinieron irreconciliables- sin que sucumbiera el proyecto independentista.

Los estudiosos del pasado dominicano son conscientes de que el grito del Conde fue posible gracias a una suerte de pacto político audazmente concertado entre Ramón Matías Mella, en representación del partido trinitario, y Tomás Bobadilla, por el conservador. También se sabe que la disolución de ese pacto político no se hizo esperar debido a que los conservadores, que descreían de la capacidad del pueblo dominicano para sostener la independencia por su propio esfuerzo, iniciaron gestiones ante el cónsul francés a fin de concertar un protectorado.

La República Dominicana surgió en medio de un real estado de guerra declarado por el país vecino, y tal circunstancia obligó al Gobierno a concentrar todas sus energías en la defensa del territorio nacional. Paralelamente, mientras la mayoría del pueblo improvisaba el ejército para oponer resistencia al invasor haitiano, el partido trinitario, que propugnaban la independencia pura y simple, tuvo que contrarrestar las gestiones del sector conservador que avanzaba aceleradamente hacia la concertación de sus planes proditorios.

El regreso de Juan Pablo Duarte, a mediados de marzo de 1844, y su incorporación al Gobierno trastornó los planes antinacionales de sus rivales, a la vez que fortaleció la firme posición defendida por el partido trinitario que, desde poco antes de la independencia, se había debilitado y perdido su rol hegemónico. Tan evidente fue esa pérdida de liderazgo político que Francisco del Rosario Sánchez figuró entre los firmantes de la Resolución del 8 de marzo, documento eminentemente conservador y atentatorio contra el interés nacional. 

Por otro lado, el triunfo de las armas nacionales en Azua y Santiago, respectivamente, así como la presencia de barcos franceses en aguas dominicanas, habían contribuido a detener momentáneamente la amenaza de nuevas incursiones armadas por parte de los haitianos. Ese cambio de actitud, empero, solo fue transitorio y obedeció mayormente a los conflictos internos de la clase dirigente haitiana; conflictos que no auguraban una salida airosa para el presidente Charles Herard, acampado en Azua a la espera de refuerzos para continuar avanzando con su ejército hacia Santo Domingo.

En efecto, la élite política y militar haitiana, escindida por las pugnas internas entre negros y mulatos, se vio obligada a posponer sus pretensiones en el sentido de mantener subyugados a los dominicanos bajo el fallido esquema que ellos llamaban "la unidad nacional". Concomitantemente, en Santo Domingo se agudizaban las contradicciones entre liberales y conservadores.

Así las cosas, después del triunfo de Azua, el general Pedro Santana, temeroso de no poder evitar un potencial ataque del ejército haitiano, le escribió a Tomás Bobadilla advirtiéndole que "nosotros nos arruinamos, con nuestros trabajos todos paralizados y con la fatiga de un arte tan penoso como el de la guerra...  así es que, a mi modo de pensar, inter más dura la lucha, más incierta tenemos la victoria..."

En consecuencia, el general Santana consideró que, en el caso de no obtener la protección de "un recurso de ultramar", los dominicanos no debían hacerse ilusiones porque, en esas circunstancias, no era posible asegurar la paz ni la victoria.

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Historiador y ensayista. Especialista en historia dominicana.