Crónica de Javier Cercas entrando a la Academia
La entrada de Javier Cercas a la Real Academia Española (RAE) estuvo marcada por una ceremonia austera, solemne y llena de simbolismo
Solemnidad austera. Sin bombos ni platillos. Sin pomposidades ni aire de feria de las vanidades. El silencio es absoluto. Literalmente dominante. En el patio de butacas, los invitados, todos con traje de regio negro. A ambos lados del escenario, los miembros numerarios de riguroso smoking. En la presidencia del acto, el director, Santiago Muñoz Machado, la vicedirectora Carme Riera y el secretario Pedro García Barreno. Todos con rostros adustos, serenos sería mejor decir. Se celebra la sesión solemne de entrada a la Real Academia Española del escritor Javier Cercas.
El director habla solo para informar la apertura de la sesión y pedir el ingreso al recinto del nuevo integrante de la docta casa. Acompañado de sus edecanes, Pedro Álvarez de Miranda y Clara Sánchez, hace su entrada, entre aplausos, sin palmoteos ni aclamaciones, Javier Cercas, el mejor novelista del siglo XXI, según el juicio de Mario Vargas Llosa, el Nobel y académico -de la lengua española y de la Academia francesa- que junto a los que escoltan al intelectual extremeño, han sido los tres que han propuesto a Cercas para ocupar el sillón R, que antes ocupó Javier Marías, y antes Fernando Lázaro Carreter, Enrique Díez Canedo y Rafael María Baralt, para solo dejarlo en esos nombres ilustres de las letras y la lengua.
Cada cual ocupa el asiento que le corresponde. Cercas no tendrá podio por delante. Solo una mesa liviana, donde caben un jarrón de agua a medio llenar, un vaso a medio completar, y los papeles que ha traído consigo el seleccionado para tan alto honor, a más de una silla modesta. En el otro lado, Clara Sánchez, que tendrá a su cargo el discurso de recepción, ocupa otra silla modesta y otra mesa liviana con iguales utensilios que el colega que podrá llamar como tal en breve tiempo.
Muñoz Machado, con el mismo rostro casi huraño con que habrá de permanecer en sus deberes toda esa mañana, pide de inmediato a Cercas que pronuncie su discurso de ingreso, al que ha dado como título "Malentendidos de la modernidad. Un manifiesto". No hay aplausos. Solo el silencio que marcará todo el trayecto de la augusta ceremonia. No hay menciones de las autoridades presentes, ni de nombres prominentes, mucho menos la rustiquez de las maestrías de ceremonias y de los honores a personalidades que son de obligada mención en las actividades por estos lares. Desde luego, es justo el acto de gratitud, con toda seguridad también, necesario. Por eso ha considerado invariable considerar como "un gran honor y una gran responsabilidad" el apoyo del pleno de la RAE que ha bendecido su entrada. Y, obvio, tiene que agradecer la "generosidad desorbitada" de los tres académicos que han presentado su candidatura.
Pero, ya. A lo que se vino. El autor de "Soldados de Salamina" hace lo que manda el protocolo desde el tiempo fundacional de la RAE. Discernir sobre la obra de su predecesor que, en este caso, no es un nombre a la violeta. Es Javier Marías, barón de las letras, que ocupó el sillón que ahora ha de pertenecerle al nuevo integrante. Lo eleva a la capilla de los inmortales. "Uno de los grandes novelistas españoles del último siglo, tal vez uno de los grandes novelistas españoles a secas". Repasa su vida y su obra. Lo elogia consagratoriamente con la misma expresión de sinceridad y valoración con que se construyen las preeminencias y con que Horacio componía sus odas y Juan de Castellanos, Goethe y Rilke aderezaban sus elegías, aunque sin sus nostalgias ni lamentos.
"Psicólogo sutilísimo, un espeleólogo capaz de alcanzar los últimos recovecos de nuestra conciencia y orientarse en la maraña inexplicable de nuestras motivaciones...un gran arquitecto, o un gran músico..." Y al recordar las novelas de Marías, levantando a la imprescindible "Corazón tan blanco" en su punto mayor, afirmará que "están construidas como sinfonías, a base de repeticiones y variaciones de motivos cuyos significados se expanden, se entrelazan y se vuelven más profundos, ambiguos y complejos gracias a ese constante variar y repetir, a ese tejer y destejer constante". Marías en un altar mayor si acaso faltaba, después de la exaltación de Cercas en aquella auténtica aula magna.
Con energía, excitado por el momento, de talante nervioso, como el que lleva una nave a toda vela, Cercas yerra a veces al pronunciar una palabra o a olvidar el trayecto de la que sigue. Una alopecia que forma un redondel en el centro de su testa, dejando un rizo delantero con el que habrá de luchar toda la velada para reordenarlo, concede al académico en ciernes cierto aire de velador solitario de sus letras, como un circuito que enciende los motores de su imaginación o como un lobo estepario que se sabe dueño del verbo y, a su vez, metáfora del ámbito donde no desea que se adormezcan sus ideas. Pero sí, hay cabezazos en su discurso. Eso que en la acepción de la RAE remite a ideas brillantes. Y hay cabezadas, también, en el entorno. Un académico, que no alcanzo a reconocer, intenta una y otra vez impedir que el sueño lo venza. Cierra los ojos como si estuviera reflexionando sobre las citas que ha utilizado Cercas en su discurso, muchas y variadas, como si necesitase de muletillas para madurar su simiente portentosa y lúcida. El académico somnoliente finalmente se deja vencer por Morfeo o por los Oneiros y deja caer su cabeza pelada en su lado derecho, mientras su colega de al lado completa el mismo ejercicio pero destronándose en su lado izquierdo. ¿Mala noche o déficit de atención? El discurso de Cercas no favorece somnolencias.
Otros académicos mantienen un rostro severo, casi ruin, todo el trayecto. Uno que sí casi identifico, se mantiene con la frente en alto, muy alto, tanto que su mirada perfilaba todo el tiempo el techo de la imponente sala. Reflexiones de alta techumbre, seguramente. Hay algunos que ríen con las entradas y salidas del expositor. Otros se mantienen inalterables, y más de uno busca la mirada cómplice de algunos que les rodean. Cercas sigue su diatriba contra hombres sentados con sueño. Fue, entonces, cuando ingresó de lleno en el centro de su discurso. Los cuatro malentendidos que, "de un tiempo a esta parte y al menos en el ámbito de la literatura (o sobre todo en él), nos debatimos". Primero: "el del escritor refugiado en su torre de marfil". Y quiso aclarar, para evitar tropezar con la primera piedra: "Soy incapaz de alegar el nombre de un solo escritor español de primera fila que, en los dos últimos siglos, fuera por completo indiferente al destino de su país; no lo fue, desde luego, ninguno de los grandes iconos de la vanguardia literaria occidental...Ninguno de esos autores centrales de la Modernidad -casi ningún gran autor del que yo tenga noticia- se inhibió de la realidad que lo rodeaba". Y entonces, el mísil: "No es que el escritor (o el artista, o el científico) se desentienda de su tiempo y sus semejantes; es que asume que lo mejor que puede hacer para serles de utilidad es centrarse en su trabajo y, al menos, temporalmente, aislarse de su tiempo y sus semejantes...Se trata de la paradoja esencial de la creación artística o científica, que consiste en encerrarse para abrirse". El segundo malentendido: "Creer que el protagonista de la literatura es el autor. Falso: el protagonista de la literatura es el lector, que es quien termina los libros...El significado de un texto depende en exclusiva del diálogo -intransferible, imprevisible también- que se establece entre el lector y el texto...lo mejor que le puede ocurrir a una obra literaria es que la comunidad se adueñe de ella...Para un escritor, la auténtica inmortalidad es el anonimato". Tercer malentendido, donde entra sin pausas a la construcción de la literatura popular y a la popularidad de la literatura. "No puedo estar exactamente a favor de la literatura popular, porque el público no existe: lo único que existe son los lectores concretos, cada uno de los cuales es distinto...Un escritor de verdad solo escribe lo que lleva en las entrañas, lo que en cierto sentido no tiene más remedio que escribir...Al menos a corto plazo, hay libros buenos que se venden mucho y libros buenos que se venden poco, igual que hay libros malos que se venden mucho y libros malos que se venden poco". Y completa la reflexiva disertación: "No estoy a favor de la literatura popular, de lo que estoy a favor es de la popularidad de la literatura...La razón es que creo a pies juntillas en su importancia capital y en el papel determinante que puede y debe desempeñar en el devenir de los individuos y las colectividades". Y arribó, entonces, bien arriba, en el cuarto malentendido, la utilidad de la literatura. "Es verdad que la utilidad de la literatura, o del arte en general, se asienta sobre una paradoja; esta radica en que la literatura es útil siempre y cuando no se proponga serlo...Si la literatura se toma en serio a sí misma, si el escritor es fiel a sus obsesiones y se exige lo máximo y no tiene miedo y se arriesga a llegar hasta el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo -como escribió un coetáneo de Flaubert y de Wilde: Charles Baudelaire-, entonces la literatura no solo puede ser placer y entretenimiento y dicha y exaltación, que es lo primero que debe ser, sino también consuelo y purificación y conocimiento y autoconocimiento". Y vino entonces la pregunta miura de aquel mediodía: "¿Hay algo más útil que eso?".
Quedaba poco más por decir. ¿O acaso menos? Luego de aplausos consistentes y la satisfacción en el rostro adusto de Muñoz Machado, la autora de "Últimas noticias del paraíso", Clara Sánchez, dio formal bienvenida con palabras sencillas, al nuevo miembro numerario de la RAE. El director finalmente lo invitó a pasar frente a la alta dirección. Le colocó su collar y le entregó su diploma. Luego, lo invitó a sentarse en su sillón R, donde respiró a sus anchas y se sintió como un monarca entre las sombras. Muñoz Machado ordenó levantar el acto con la misma solemne austeridad que tuvo este congreso de preclaros en la mañana madrileña del domingo pasado. Y más nada. Los académicos de número saludarían, sin tanta adustez tal vez, al nuevo colega y, probablemente, se liaron con un buen vino o se largaron a casa. Eso no lo vi. Solo lo supongo.