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El valor de las fuentes en Historia

Hoy día el historiador trabaja con fuentes primarias y secundarias muy variadas

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El valor de las fuentes en Historia
Francois Hartog

Una de las cuestiones fundamentales en la representación del pasado es lo concerniente al manejo y fiabilidad de las fuentes que permiten al historiador configurar su discurso histórico. En el siglo XIX, cuando la historia devino disciplina científica, se estableció el canon positivista según el cual la historia solo se hacía con documentos, centrando especial interés en los acontecimientos políticos, las guerras y las grandes personalidades.

Andando el tiempo, tras el surgimiento de nuevos paradigmas historiográficos, de modernas teorías y métodos de investigación, el positivismo y el historicismo cedieron espacio a una preceptiva más plural y diversificada, lo que amplió el concepto de fuente histórica. Así, además del documento escrito como fuente primaria, los historiadores incorporaron a su taller de trabajo otros materiales informativos procedentes de disciplinas auxiliares de las ciencias sociales.

Hoy día el historiador trabaja con fuentes primarias y secundarias muy variadas, tales como archivos, cartas, documentos, bibliografía sobre el tema objeto de estudio y también el uso de disciplinas científicas como sociología, sicología, filología, numismática, paleografía, heráldica, genealogía, documentación, iconografía, y las llamadas fuentes orales, entre las que se encuentra el testimonio oral, sea este directo o indirecto.

Fijemos la atención en la importancia del testimonio oral, cuyo valor nadie cuestiona, porque se trata de una suerte de reflejo de la experiencia vivida por el testigo. Según Francois Hartog, los griegos decían que "para saber era necesario ver más que oír", porque "los oídos son menos creíbles que los ojos". Ahora bien, en el caso de un testimonio de alguien que haya sido protagonista en un hecho concreto, su versión adquiere mayor relevancia comparada con el relato del testigo indirecto, que solamente escuchó, pero no vio, el hecho relatado.

Al momento de examinar las fuentes o datos empíricos que ha seleccionado, el historiador deberá someter esas fuentes a una crítica interna y externa a fin de determinar su autenticidad y fiabilidad. Sin embargo, en el caso de un testigo único, si existiere, se aconseja mayor prudencia para garantizar la mayor veracidad posible de los datos que contiene su testimonio. Recuérdese la máxima latina según la cual testis unus, testis nullus, un solo testigo no es testigo, al igual que la vieja regla que aparece en el Deuteronomio: se necesitan al menos dos testigos para acusar y condenar a un hombre (Ver, Francois Hartog, Evidencia de la historia, 2011). Ni el documento ni el testimonio constituyen, por sí mismos, prueba de veracidad; de manera que compete al historiador interrogarlos mediante el uso de técnicas heurísticas y hermenéuticas adecuadas que le permitirán aproximarse a la verdad de los hechos.

Cuanto antecede viene al caso a propósito de los escasos testimonios que se conservan acerca de la gesta histórica del 30 de mayo de 1961. Sabemos que de los cuatro hombres que enfrentaron a tiros al dictador Rafael L. Trujillo, fueron los dos Antonio, Antonio De la Maza y Antonio Imbert Barrera, quienes, asistidos por Salvador Estrella Sadhalá y el teniente Amado García Guerrero, ultimaron al tirano.

Un testimonio de Antonio Imbert Barrera asegura que, cuando los demás compañeros llegaron a la escena de la emboscada, ya Trujillo era historia. Sin embargo, conviene no olvidar que de los siete héroes del 30 de mayo existen testimonios, directos e indirectos, que deben ser examinados y confrontados para mejor ilustración del amable lector amante de temas históricos nacionales.

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Historiador y ensayista. Especialista en historia dominicana.