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El Baitoa y el Guardia con el Tolete

De Trujillo a Balaguer: El Zoo Dominicano en la Política

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El Baitoa y el Guardia con el Tolete

En su columna habitual del Listín Diario, el buen amigo César Medina avanzó una  salpimentada crónica del anunciado libro El Presidente Ciego, cuyo título alude al ya legendario doctor Joaquín Balaguer. Bajo el epígrafe "Zoo Dominicano: El Guardia con el Tolete", el avezado comunicador y diplomático refiere el impacto volcánico que causara en tiempos del Triunvirato un merengue de la autoría del veterano pianista y compositor vegano Enriquillo Sánchez. Cuyas nombres -el original y el que le diera el pueblo a partir del estribillo- conforman el citado epígrafe de la sabrosa columna.

Ese texto, escrito en estilo diáfano, sirvió de disparador de la memoria para activar una anécdota que me fuera confiada por el doctor Manuel Sánchez Acosta, a propósito de este merengue que se regó como pólvora en 1964. Salido, el petardo musical, del ambiente efervescente del Baitoa, un memorable piano bar propiedad del autor de Paraíso soñado que operaba en El Conde próximo a La Cafetera, del cual Enriquillo Sánchez era pianista de planta.

Eran días agitados, como fueron accidentados los años que siguieron al ajusticiamiento de Trujillo. Movilizaciones estudiantiles por doquier, manifiestos impresos en octavillas y en comunicados de prensa, huelgas de trabajadores sindicalizados y paros de empleados públicos. Asonadas y contragolpes militares, manifestaciones en las plazas públicas, proliferación de nuevos partidos, elecciones libres y constituyente, gobierno democrático efímero, golpe de Estado y guerrillas teñidas de tragedia. Todos episodios que conjugados presagiaron la guerra civil del 65 y la subsiguiente intervención militar norteamericana. Eventos que catapultaron el retorno de Balaguer al poder en 1966, retratado magistralmente en la narrativa por el joven poeta Miguel Alfonseca, en su cuento El regreso de los trajes blancos.

La lírica desembozada de Enriquillo Sánchez -atleta olímpico por demás consagrado en el Salón de la Fama y director de orquesta, dotado de un agudo sentido del humor, hijo del prestigioso abogado Juan José Sánchez, hermano de la educadora Onaney Sánchez y del jurisconsulto Héctor Sánchez Morcelo, padre a su vez de la reina de belleza Miguelina- alude a la sucesión histórica de sujetos en el ejercicio del mando político en el país, asemejados con especies animales. Y a la persistencia real, como "poder fáctico", de “El Guardia con el Tolete”.

Nicolás Guillén ensayó un retrato poético-zoológico del fenómeno del poder en su texto El Gran Zoo que leí en Chile en 1967. Nuestro Manuel Rueda hizo lo propio para aplicar su filoso escarpelo a la política doméstica en su poema "El gran desfile", inserto en Las Metamorfosis de Makandal. Allí, Rueda pasa el rodillo a nuestros presidentes, reduciéndolos a ratas. "La rata nacional/ de pie sobre su ratonera/ la rata de bicornio/ la rata tartamuda/ la rata epiléptica/ la rata ciega./ ¿Qué podemos hacer/ con tantas ratas de minucioso tránsito/ por los pasillos del Palacio?" Se pregunta intrigado el pianista poeta de Con el tambor de las islas.

Tras la muerte de Trujillo en la autopista, la noche del 30 de Mayo del 61, un merengue venezolano preexistente del compositor Balbino García titulado El Chivo, fue objeto de un "fusilamiento" o adaptación a la buena nueva de este magnicidio, con ánimo celebrante. El maestro Antonio Morel hizo los ajustes a la versión original que decía: "Ay que chivo tan sabroso/ el que se comió Isabel/ Déjenmelo ver/ Déjenmelo ver/ Déjenmelo ver". Así surgió Mataron al Chivo ("en la carretera"), agregándosele el corito del tema venezolano. Con la orquesta de Morel, en la voz de Negrito Macabí. Con la Santa Cecilia, en el timbre versátil de Vinicio Franco.

A resultas, Trujillo sería identificado como el Chivo y dominicanos como el héroe nacional Antonio Imbert celebraron desde entonces cada aniversario comiéndose un buen chivo sazonado con mucho orégano, a la manera liniera. Y escritores como Bernard Diederich y Mario Vargas Llosa, así también el cineasta Luis Llosa, emplearían este símil en sus producciones.

En El Zoo Dominicano o El Guardia con el Tolete, Enriquillo Sánchez arranca su relato histórico con Horacio Vásquez y su defenestración por el golpe de Trujillo -"la más bella revolución de América" le llamó el poeta Tomás Hernández Franco, en franco ditirambo-: "Sacaron a un viejo con Chiva/ y pasamos por zoquetes/ sufriendo treinta años a un Chivo/ y al Guardia con el Tolete..." Para continuar con la muerte del Chivo y la integración del Consejo de Estado formado por siete miembros, aludidos en términos absolutamente irreverentes: "Después que matán al Chivo/ entraron los siete gatos/ llevándose hasta los trapos/ Y el Guardia con el Tolete..."

Arribando a la instalación y derrocamiento del primer gobierno democrático encabezado por Juan Bosch -cuyos adversarios le colocaron por mote El Ovejo en alusión a su prematuro pelo blanco: "Luego vino un presidente/ Y le llamaron Ovejo/ El cual perdió... ya se sabe/ del Guardia con el Tolete..."

Ubicándose la lírica denunciante del merengue -en clave de crónica histórica y crítica política- en un plano de candente actualidad, bajo el Triunvirato entonces gobernante, la pieza disparaba: "Sonándole ahora un foete/ entraron los tres jumentos/ cargándole bastimentos/ al Guardia con el Tolete.../¿Quiénes son los que están mandando?" Coro: "el Guardia con el Tolete.../Por más que cante o se grite/ Coro: El Guardia con el Tolete.../ Por más que se patalee/ Coro: El Guardia con el Tolete.../¿Quién está detrás de la silla?/ Coro: El Guardia con el Tolete...".

Como señalaba César Medina en su columna, "el Triunvirato prohibió su difusión radial, pero en esos tiempos -los meses previos a la revuelta de 1965- el país vivía en estado de semi desobediencia civil. Nadie le hacía caso a los mandatos de ese gobierno de facto y 'El Guardia con el Tolete' se convirtió en un himno al bufeo gubernamental".

Recuerdo que en el piano bar Baitoa, cuna del tema, era canto obligado que todos interpretábamos eufóricos en el 64 y el 65. Allí, encabezando Enriquillo al piano y voz, coreaban contagiados Sánchez Acosta, Negrito Chapuseaux, Simó Damirón, Luis Alberti, Rafael Solano, Salvador Sturla, Babín Echavarría, Los Solmeños (Nandy Rivas, Tito Saldaña, Horacio y Rafael Pichardo), Johnny Ventura, Luis Kalaff, Tutín y Freddy Beras Goico, Fernando Casado, Niní Cáffaro. Hasta Billo Frómeta se sumó al coro, cuando vino en 1964 y se unió a sus antiguos colegas de la Santo Domingo Jazz Band.

Fue en esas cuando el general Belisario Peguero -poderoso jefe de la Policía Nacional- mandó a buscar a Sánchez Acosta a su despacho para notificarle que se proponía cerrar el local. La razón: "en ese lugar se consumen y venden drogas", habría sentenciado el general. Persuasivo -conociendo el motivo real de la amenaza- el médico radicado en Nueva York que se alojaba en el Hotel Comercial, a pocos pasos del Baitoa, le planteó que antes de tomar una medida tan radical enviara un agente encubierto para verificar ese informe, a todas luces falso. Así fue convenido.

El de la Secreta acudió al local y se identificó ante Sánchez Acosta para recibir las facilidades y realizar su trabajo. Pasados unos días, nueva vez, Manuel fue convocado por el jefe policial. "Confirmado, allí se vende droga", le espetó con dureza Belisario. A lo que el médico -quien había dirigido en NYC una clínica para rehabilitación de adictos- le replicó: "¿Y cómo es que se hace?" Respondiéndole el sabueso, presente, que la operación era en el bar. "Yo oí cuando uno le dijo al del bar: 'échamele de eso'".

Un flemático Sánchez Acosta sonrió y le dijo: "General, las drogas narcóticas comunes que se usan hoy se inyectan, se inhalan, su fuman, no se beben. Eso es un cuento". Contrariado, el jefe fue al grano: "Mire, yo sé que usted es un hombre serio, un médico de prestigio, pero ese sitio es un centro de agitación en contra del gobierno y yo no voy a permitir que siga funcionando". Vistas las cosas así, la reunión concluyó.

Manuel logró que un cubano que se alojaba en el Hotel Comercial se interesara en comprarle el punto. Ya casi a tiro de cerrar la operación, con el contrato elaborado, un sábado 24 de abril el capitán Mario Peña Taveras llamó a Radio Comercial y le comunicó a Peña Gómez que habían apresado al general Rivera Cuesta, jefe de estado mayor del Ejército. Desatándose el movimiento de los militares que se disponían a reponer la Constitución del 63 y a Juan Bosch en el poder.

Ahí mismo, con el inicio de la revolución constitucionalista y la intervención norteamericana, se diluyó el negocio de Manuel. El Tolete del Guardia se había multiplicado. Muchas manos de militares y civiles lo cogieron para blandirlo en zafarrancho de combate. Una guerra fratricida, trasmutada pronto en guerra patria, cuando los Marines llegaron con sus barcos y la 82va compañía aerotransportada desplegó sus efectivos. Los mismos que una mañana me despertaron con su sonsonete de ejercitación, jadeantes en la Martin Puche casi esquina Francia, acantonados en la Reid & Pellerano: "Airborne, Airborne". Así fui enterado que estábamos sencillamente intervenidos.

Lo demás es historia. El doctor volvió y se encaramó por 12 años en la "silla de alfileres". Como consignó César, con telón de fondo formado por entorchados enfilados en masa semoviente, cada cual compitiendo por posar la cara más siniestra -muchos con gafas oscuras, impenetrables. Con un escenario "que horripila y mete miedo de verdad", el ilustrado presidente notificó solemnemente a la nación, en comparecencia televisada, la prohibición de merengues con letras reputadas de doble sentido, incluido El Guardia con el Tolete. "Y no precisamente por el Guardia, sino por el Tolete".

Freddy Beras Goico y el grupo de geniales humoristas nucleado en torno suyo en la televisión (Cuquín Victoria, Milton Peláez, Luisito Martí, Cecilia, Boruga) se dieron banquete satirizando el gesto presidencial. Pero la realidad era que El Guardia con el Tolete volvía a tener plena vigencia, ubicado detrás, vigilante, custodiando a los retornados miembros de la cofradía de los "trajes blancos" que Miguel Alfonseca dibujó en su cuento. ¡Y de qué modo!

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José del Castillo Pichardo, ensayista e historiador. Escribe sobre historia económica y cultural, elecciones, política y migraciones. Académico y consultor. Un contertulio que conversa con el tiempo.