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Desconcierto musical

Mi desconcierto musical sube en decibeles porque la prestigiosa revista británica The Economist reconoció a Motomami

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Desconcierto musical

Estoy confundido, y no se trata precisamente de aquella canción homónima que el venezolano Pecos Kanvas introdujo con tanto éxito al mundo de la música popular, allá por los lejanos años setenta.  Época gloriosa con los Beatles aún en apogeo pese a su ruptura al inicio de la década; Joan Manuel Serrat nos mojaba el alma con su Mediterráneo; Nino Bravo apagaba trágicamente su voz en un BMW; y el Festival Dominicano de la Canción servía de cuna a nuevos talentos, uno de ellos Fernandito Villalona con Los Hijos del Rey de Wilfrido Vargas.

Entendía esas notas que abarcaban todo el pentagrama en combinaciones casi mágicas de ritmos que, pese a marcadas diferencias culturales en sus orígenes, unían a viejos y jóvenes al margen del omnipresente sello de clase. Mi confusión surge porque la música que popularmente se escucha y baila ha sufrido una transformación total. Según mis oídos, claro. Tanto así que uno de los iconos de este nuevo vendaval de sonidos y letras, la archifamosa catalana Rosalía, ofreció la última edición de sus multitudinarios conciertos sin acompañamiento de orquesta.

Mi desconcierto musical sube en decibeles porque la prestigiosa revista británica The Economist, para mí parangón de buen periodismo y agudeza, ofreció en uno de sus últimos números del año una selección de los mejores álbumes de este 2022, al que despido con estas observaciones leves, que no aleves. Tocando la nota correcta, dicen, sus críticos identifican la música que más disfrutaron en el año, desde el pop hasta el punk duro. Ahí figura, resplandeciente, Motomami:

“La estrella del flamenco-pop-catalán demuestra con creces sus credenciales que desafían el género con su tercer álbum de estudio que muestra con su gama musical la habilidad para la innovación y la ambición extraordinaria. Las 16 pistas toman prestado de la bachata, el reguetón, la música electrónica y el hip-hop, entre otras influencias.  Bulerías sumerge al oyente en un pueblo en Andalucía, mientras que Chicken Teriyaki podría sonar en un club nocturno puertorriqueño. Como resultado, Rosalía está en el centro de los debates sobre quién se beneficia cuando los artistas occidentales toman prestado de otros géneros. Aun así, su estilo y originalidad están ganando aplausos: Motomami ganó el Album del Año en los premios Grammy latinos de este año”.

Se quedó corto The Economist. De nueve candidaturas, Motomami se llevó cuatro. Y para los Grammy 2023, en febrero próximo y sin el apellido latino, llegará con dos nominaciones. Que tan rotundo éxito musical cuente con participación dominicana infla el ego del ser nacional. La reina de la música popular buscó y encontró inspiración en nuestro país antes de conquistar el mundo con Motomami, en una de cuyas pistas, La combi Versace, se hace acompañar de la controversial Tokischa. Ya he dicho que paso por una etapa de desconcierto musical. Si a esto añado mi deficit intelectual para juzgar con acierto estas aventuras rítmicas, casi mejor callar y orientar antenas por otros derroteros.

Nadie sabe si este mélange de géneros, ritmos, minimalismo, aprovechamiento de las redes sociales (el álbum rompió fuente en Tik Tok) y desenfado lírico será duradero. Si podrá alcanzar categoría superior o la equivalencia a los standards del cancionero norteamericano, por ejemplo. Lo cierto es que este nuevo estilo ha abierto troneras en las fronteras culturales y destrozado pruritos gazmoñeros. Exageración la ha habido, y me atraganto con esas letras cargadas de insolencias, como si de repente los códigos barriobajeros tuviesen señas de ciudadanía plena. Mi desconcierto musical, empero, se corresponde más con la definición de arte. ¿Asistimos a una devaluación de su significado y significante?

La veta principal de que se nutre Motomami está en este lado del mundo, lo que pone en duda esa acusación de anquilosamiento creativo con el que frecuencia nos autoflagelamos. Ciertamente, y en este punto no estoy confundido, los géneros musicales acusan el rigor de la dialéctica y la obligada correspondencia con los tiempos. De ahí que arrancara este comentario con una década particular y porque en ella brilló una artista británica con cuya interpretación audiovisual de Wuthering Hights alucinaba yo. Rosalía entronca con Kate Bush en CUUUUuuuuuute.

En una composición también revolucionaria para la época, Kate Bush (cabellera inolvidable de rojo encendido) hinca el diente creativo en la novela de Emily Brontë y renueva con su tono de voz inusual, —de soprano pop, apuntaría— la pasión irresuelta que devoró a Cathy y a Heathcliff.

 2018 y antes de que la pandemia nos doblegara a todos, la Rosalía que sí comprendía a cabalidad había intentado ya en su segunda producción, El mal querer, transcribir literatura en su música. E hizo historia: la biblia de la música popular, Rolling Stone, elevó el álbum a la lista de los 500 mejores de todos los tiempos. También se trataba de una aventura, de un experimento en el que lo conceptual asumía protagonismo. Se inspira en una novela anónima del siglo XIV, Flamenca, para musicalizar a través de una secuencia de composiciones un relato feminista potente. Una mujer ingresa en una relación en que los celos doblan como rejas que la aprisionan. Con tenacidad y esfuerzo se libera hasta salir victoriosa de esa relación en extremo tóxica. De conquistada se convierte en conquistadora y protagonista de su propia historia. Hay latencia en esas letras y, paradójicamente, un mensaje claro que identifica a una joven artista que extendió su bien ganada fama por todo el mundo con audacia inusitada. Tuvo la ocurrencia de promocionar El mal querer con un enorme letrero en el Times Square de Nueva York. Una explosión en neón que nos reveló a un gran talento.

Si en Florencia, paso obligado es visitar la Galería Uffizi con el propósito expreso de rendir sentidos ante El nacimiento de Venus. Rosalía se codea en El mal querer con el arte renacentista y la portada del álbum conduce inevitablemente al cuadro de Sandro Botticelli. Aparece no exactamente como la diosa romana del amor, la belleza y la fertilidad, sino como un ángel, también desnudo y con la cabellera cubriendo las partes íntimas.

De La Nascita di Venere y Flamenco a Motomami y la dominicana Toskicha que aunque se vista de Versace rapera se queda, media un trecho que se me hace largo, larguísimo, y de ahí mi desconcierto, que no desconsuelo. En múltiples entrevistas, Rosalía ha propuesto las claves para un posible acceso epistémico a su premiada producción. Habla de reguetón alternativo y experimental, de una visión dividida de lo femenino: moto es el lado agresivo de la mujer y mami, la conexión con la naturaleza, el lado más vulnerable. Quizás el descifrado más sonoro y convincente vino en Twitter antes del lanzamiento formal del disco: “Una motomami destruye con gusto sus obras anteriores para dar paso a las obras siguientes”.

Atrevido, sí. Mucho. Al menos hemos logrado exportar al mundo giros y términos idiomáticos que permanecían agazapados en el repertorio del habla popular, reflejos de la marginalidad y división que caracterizan a las sociedades latinoamericanos. Una muestra, de Motomami:

… A cada copia que ves

Tú dale tu bendición

Y yo no quiero competir

Si no hay comparación

Con la cadena hasta el pie

De diabla el corazón

No te crea' que es sweet

Tu bombón lleno de licor (prr)

Si nos animamos a prescindir del telescopio con que miramos la sexualidad en segmentos amplios de nuestro colectivo, corramos a Hentai:

Enamorá' de tu pistola

Roja amapola

Crash, esa ola

Casi me controla

Te quiero ride

Como a mi bike

Hazme un tape

Modo Spike

Caro como que tiene

Un diamante en la punta

Siempre me pone

Por delante de esa' puta'

¡Feliz Año Nuevo!

adecarod@aol.com

Si en Florencia, paso obligado es visitar la Galería Uffizi con el propósito expreso de rendir sentidos ante El nacimiento de Venus. Rosalía se codea en El mal querer con el arte renacentista y la portada del álbum conduce inevitablemente al cuadro de Sandro Botticelli. Aparece no exactamente como la deidad romana del amor, la belleza y la fertilidad, sino como un ángel, también desnudo y con la cabellera cubriendo las partes íntimas.

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Aníbal de Castro carga con décadas de periodismo en la radio, televisión y prensa escrita. Se ha mudado a la diplomacia, como embajador, pero vuelve a su profesión original cada semana en A decir cosas, en DL.