Golpes
Catarsis y memoria, cómo acompañar el duelo de una ciudad
"Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... Yo no sé!" El dolor puede ser infinito y anula. ¿Qué palabras usar para describirlo? Mejor pedir prestadas esas de César Vallejo en Los Heraldos Negros.
Familias que dudarán de su fé y familias que la recobrarán y se refugiarán en su consuelo. Tratarán de encontrar un nuevo rumbo y sentido a sus vidas. Porque nada va a volver a ser igual para ellas, pero los que quedan necesitarán a su lado a los más fuertes. (¿Cuántos niños huérfanos?)
Queremos saber más, porque este dolor no se puede vivir en soledad. Necesitamos compartirlo, hacer una catarsis también con desconocidos. Porque todos hemos perdido algo y demasiados a alguien. No saldremos mejores ni más fuertes, como decían los optimistas en aquella pandemia. Saldremos tocados y tristes y el golpe va a durar mucho tiempo.
"El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir", decía José Saramago en su discurso de aceptación del premio Nobel, recogiendo las palabras musitadas por su abuela anciana. Familias enteras juntas, celebrando un cumpleaños, una graduación, un reencuentro. El techo se desplomaba sobre grupos que celebraban la vida, felices en su pequeño mundo que ha dejado de ser bonito.
No podremos recorrer toda la hondura de su dolor. Pero sí una parte. Podremos ser conscientes y valientes y como sociedad resistir la tentación de la venganza y del rumor para recoger un click más en una red.
Tres días después, la ciudad parece más silenciosa. Se le ha abierto una herida y cerrarla dejará una cicatriz en esa avenida como un recordatorio de todo lo que puede salir mal en la vida.