El déficit endémico: la falta de respeto, civismo y consciencia ciudadana que a diario cobra vidas
La educación vial como base de una convivencia pacífica

El derecho a transitar debería estar acompañado de un principio elemental: quien maneja un vehículo tiene mayor responsabilidad porque conduce una máquina capaz de arrebatar vidas en segundos.
En toda sociedad, la norma debería ser proteger al más frágil. En la calle, ese papel corresponde al peatón. Sin embargo, aquí ocurre lo contrario: el conductor se siente dueño de la vía y el peatón, reducido a un actor de segunda categoría, expone su vida en cada cruce, en cada esquina y en cada tramo donde la señalización brilla por su ausencia o el irrespeto la convierte en adorno.
El futuro del país depende de la capacidad de sus ciudadanos para asumir el compromiso de construir una convivencia más armónica, inclusiva y solidaria. Solo así será posible dejar atrás el déficit que tanto ha marcado a la sociedad y avanzar hacia un modelo en el que el respeto y la paz sean la norma.
En la vida diaria de la República Dominicana se advierte un déficit que ha calado hondo en la cultura social: la ausencia de respeto, civismo y consciencia ciudadana. El caos en el tránsito, las discusiones callejeras que escalan con facilidad y la indiferencia frente al bienestar colectivo son expresiones de una misma raíz: la falta de educación cívica que forme ciudadanos responsables.
Este déficit no es una cuestión menor; constituye la base de un mal que socava el progreso y erosiona la convivencia pacífica. Como expresó Benito Juárez, "el respeto al derecho ajeno es la paz". Y cuando se irrespeta una señal de tránsito, se ocupa un espacio público sin pensar en los demás o se reacciona con violencia, se vulnera ese derecho ajeno, sembrando desorden y conflictividad.
Peatón y conductor: el más débil siempre pierde
En República Dominicana la movilidad refleja la precariedad cívica. El país figura entre los primeros del mundo en muertes por accidentes de tránsito, una realidad que no se explica únicamente por deficiencias en las carreteras o por falta de acción de las autoridades. La raíz del problema es más profunda: la manera en que se entiende el respeto a la vida y el valor de la educación vial.
Aunque se sienta con mayor intensidad en las grandes ciudades, donde la velocidad y la congestión acentúan los riesgos, lo cierto es que el caos no distingue geografía. Desde la capital hasta los pueblos más apartados, la imprudencia del conductor y la vulnerabilidad del peatón conviven en un mismo escenario. La cultura del tránsito en República Dominicana no tiene fronteras: es uniforme, desorganizada, agresiva y casi siempre con saldo doloroso.
El derecho a transitar debería estar acompañado de un principio elemental: quien maneja un vehículo tiene mayor responsabilidad porque conduce una máquina capaz de arrebatar vidas en segundos. Pero en República Dominicana esa noción se reduce a campañas esporádicas, reglamentos ignorados y una educación vial que nunca formó parte de la cotidianidad.
Un desorden convertido en cultura nacional
En el país, el desorden del tránsito se ha naturalizado como parte de la vida diaria. Cruzar con el semáforo en rojo, estacionarse en doble fila, no respetar los pasos peatonales o circular en vía contraria son prácticas asumidas como normales. En los grandes centros urbanos el impacto es mayor porque el flujo de vehículos y peatones es más intenso, pero la realidad es la misma en todo el territorio: un desorden que se transmite de generación en generación como si fuera parte de la "idiosincrasia".
Lo que en otras naciones se percibe como excepción aquí se ha convertido en regla. La falta de consecuencias efectivas y la indiferencia social refuerzan este círculo vicioso que, al final, se traduce en pérdidas humanas evitables.
La consciencia ciudadana implica comprender que nuestras acciones impactan en los demás. No basta con conocer las normas: es necesario interiorizar que respetarlas significa proteger la vida propia y ajena. Cuando un conductor cede el paso, cuando un peatón cruza en el momento adecuado, cuando alguien se detiene en la línea del semáforo, está ejerciendo un acto de respeto colectivo.
Sin esa consciencia, la responsabilidad ciudadana queda reducida a discursos vacíos. Y la República Dominicana no puede darse el lujo de seguir postergando esta transformación cultural. El reto es enorme, pero ineludible: pasar del individualismo al compromiso colectivo, de la indiferencia a la corresponsabilidad.
El reto de la transformación cultural
El déficit de respeto y civismo no puede seguir normalizado. Construir la sociedad que se anhela demanda voluntad para transformar los hábitos cotidianos y asumir la participación activa en la comunidad.
La paz de la que hablaba Juárez no es solo ausencia de guerra: es respeto, convivencia y armonía. Y esa convivencia solo será posible si cada persona se compromete a respetar el derecho de los demás, desde transitar con seguridad hasta vivir en tranquilidad en los espacios públicos.
El futuro del país no depende únicamente de políticas o leyes, sino de la capacidad de cada ciudadano para cultivar un compromiso con la convivencia. La República Dominicana enfrenta el desafío de superar este déficit endémico, y ese camino comienza en lo más sencillo: gestos cotidianos de respeto que, al multiplicarse, pueden transformar la sociedad.