El poder como espectáculo y narrativa
Cómo las redes sociales redefinen el poder político
En tiempos recientes, el poder ha dejado de habitar exclusivamente los pasillos cerrados del Estado para proyectarse en pantallas, timelines y notificaciones. Donald Trump es su emblema más visible: sube o baja aranceles desde Truth Social, amenaza a gobiernos aliados como Brasil o la Unión Europea, y se declara afín a líderes que otrora fueron adversarios ideológicos, como Vladímir Putin. Todo ocurre en público, como si el poder ya no buscara ocultarse sino mostrarse sin filtro, sin protocolo, sin mediación.
No se trata solo de vulgaridad o improvisación. Estamos ante una transformación filosófica en la manera de gobernar. El poder es, sobre todo, una narrativa histriónica y apenas el ejercicio de la fuerza o la administración del Estado. Gobernar es comunicar. El gobernante no se limita a decidir, sino que interpreta, dramatiza, improvisa. Lo esencial es cómo lo cuenta y cómo lo perciben sus seguidores, no lo que hace. La coherencia ideológica es secundaria; la imagen, primordial.
Esta teatralización de la política erosiona los límites entre lo real y lo simbólico. El post reemplaza al decreto. El escándalo sustituye al informe técnico. La adhesión emocional importa más que el análisis racional. Así, el líder no gobierna desde la ley, sino desde el espectáculo: Construye su legitimidad como un personaje continuo, visible, interpretativo. Como un influencer del poder.
La política se ha convertido en relato. Y el relato, en poder.
Frente a esta mutación, la ciudadanía queda atrapada entre la fascinación y la impotencia. Participa en el juego, lo reproduce, lo critica, pero ya no lo controla. Gobernar ha devenido acto escénico. Y el escenario, una red social global.
El soberano moderno no habla desde el palacio: postea.