El abandono como sentencia
La muerte de Ellen Hulett: espejo de una sociedad desalmada
Ellen Frances Hulett murió dos veces: en un centro de detención de la Dirección General de Migración y en soledad. Su cuerpo dejó de resistir en un país que no era el suyo, en un limbo institucional donde los derechos humanos parecen en huelga. Mas que el descuido estatal, de por sí inaceptable, lo que más estremece de su historia es la cadena invisible de abandonos que la precedieron.
Todo indica que Hulett era una persona en tránsito: migratorio y existencial. Una joven con evidentes trastornos mentales, desarraigada, que huía de su entorno en busca de algún refugio interior. Se habla de una posible transición de género, de crisis psiquiátricas, de comportamiento errático. Pero la pregunta que persiste como una herida es: ¿dónde estaba su madre? ¿Su padre? ¿Sus familiares? ¿Dónde estaban esos vínculos básicos que nos sostienen cuando la mente flaquea y el mundo se desdibuja?
La soledad de Ellen es el retrato de dos fracasos. Uno institucional, por permitir que alguien permanezca meses en detención sin atención médica adecuada ni resolución judicial. Otro, familiar, más íntimo y devastador, porque nos recuerda que nadie debería enfrentarse a sus abismos sin una mano que lo ancle a la vida.
No podemos exigir humanidad al Estado si no la practicamos primero en el hogar. La muerte de Ellen acusa al sistema, sí, pero también a una sociedad —la suya y la nuestra— que a veces se desentiende de los que más necesitan amor, presencia y cuidado. Su tragedia no ocurrió en el vacío. Se incubó lentamente en la desafección de todos. En esa indiferencia, algo esencial se extravía. Ellen perdió la vida. Y sus padres y familiares si los hay, el derecho moral a seguir llamándose así.