SD y la basura como paisaje cotidiano
La ciudad que se acostumbró a vivir entre desechos
Santo Domingo se ha convertido, sin quererlo —o tal vez por pura desidia— en una ciudad que huele a resignación. La basura está en las esquinas, en la mirada cansada de sus ciudadanos, en la indiferencia de quienes lanzan un vaso plástico por la ventanilla o dejan una funda al pie del contén, como si el suelo público fuera un vertedero comunitario.
El problema condena a las autoridades, que en efecto han fallado en ofrecer un sistema de recogida eficaz, con rutas claras y sanciones reales. Pero mucho más a nosotros, los que moramos aquí y hemos aprendido a convivir con los desperdicios como si fueran parte del paisaje. La costumbre ha hecho lo suyo. Ya no escandaliza ver montañas de desechos frente a una escuela, ni molesta caminar entre charcos pestilentes que brotan de bolsas rotas.
La basura nos retrata. Dice más de nuestra convivencia y civismo que mil discursos sobre la identidad nacional. Porque mientras no asumamos que mantener limpia la ciudad es responsabilidad de todos, seguiremos condenados a caminar entre la podredumbre, acusando al Estado con una mano mientras ensuciamos con la otra.
Hace falta una campaña seria, sostenida, pero también un cambio cultural. Me cuesta entender que en la praxis ciudadana, en la rutina cotidiana, tirar basura en la calle no es "nada". Empero, constituye un acto de violencia contra lo común. Lejos de un lujo o monopolio de unos pocos, vivir limpio es dignidad.
Hasta que no nos duela ver sucia nuestra ciudad como nos duele ver sucia nuestra casa, y quizás la conciencia, no habrá solución. Porque Santo Domingo, pese a todo, sigue siendo nuestra casa. Que sepamos, las pocilgas son para cerdos.