Naderías de moda
La administración de Luis Abinader trajo un cambio que no es político, tampoco económico: relajación en el código de vestimenta
La administración de Luis Abinader trajo un cambio que no es político, tampoco económico: relajación en el código de vestimenta. Se ha impuesto la flexibilidad en los hábitos y saco y corbata guardan prisión domiciliaria.
En todos lados persisten los pruritos protocolares, propios de la liturgia del poder. Se exceptúa al Zelenski ucraniano, por el tono bélico perenne que simboliza su indumentaria. La jura reciente, con extensa lista de invitados, desperezó la firmeza cuatrienal del protocolo dominicano: blanco riguroso, sin distinción de género. Tradición, sí. Rémora, no. Esta vez la discriminación no tuvo carta blanca.
Comidilla del día y con sazón, el soliloquio real en el Teatro Nacional. El rey de los españoles, guardián del estilo y defensor de la solera, vistió de gris donde reinaba la ausencia de color en las perchas humanas. Quienes asistían callados al atropello de la monotonía cromática se quedaron en blanco. ¿Explicación? No la encuentro, acostumbrado y apegado a la idea de que las reglas pertenecen al anfitrión.
En cuanto al protocolo, las monarquías son extremadamente celosas y razones sobran. Arcaicas desde aquellos días aciagos de la Revolución Francesa, su raison d´être yace en la tradición. Pompa y circunstancia, ceremonial, formas de vestir y hasta la manera de dirigirse al monarca.
El protocolo se trajea de rigurosidad donde hay coronas; desde el saludo, las bodas reales o visitas de estado. Más que un corsé, encaja con la dignidad y el respeto hacia la figura del soberano.
En la inauguración de un presidente democráticamente electo y caribeño, atender al protocolo de punta en blanco podría entenderse como una nadería. O, digo yo, una consideración a la formalidad y la reverencia que nuestra historia y cultura merecen.