Noches de sauna: apagones no dan tregua en comunidades de San Cristóbal
En un solo día, la luz se comporta como arbolito de navidad, se va hasta siete veces

En las últimas semanas, en el municipio San Gregorio de Nigua, provincia San Cristóbal —como en tantas otras comunidades del país— la noche ha dejado de ser sinónimo de descanso. Las madrugadas se han convertido en calabozos de calor: verdaderos saunas a cielo abierto.
A diario, cuando el reloj marca entre las 8:00 y las 11:00 de la noche, la energía eléctrica desaparece sin previo aviso, o con la misma desfachatez con que se ha marchado tantas veces.
En un solo día, la luz se comporta como un arbolito de Navidad: se va hasta siete veces. Hay que correr a desconectar los electrodomésticos, porque si no los cuidas, Edesur no los repondrá; al contrario, te enviará la factura como si nada.
El domingo 17 de agosto, a las 6:00 de la tarde, la electricidad ya se había ido seis veces. Regresó, pero a las 9:00 de la noche volvió a marcharse. A la 1:00 de la madrugada todavía estaba ausente, y la familia seguía en vela, bañada en sudor, esperando un respiro para poder dormir.
El día a día
Iniciar la jornada a las 5:00 de la mañana, trabajar nueve horas diarias (a veces más), estudiar, llegar a casa pasadas las 8:00 de la noche con la ilusión de un descanso merecido. Pero el cuerpo apenas logra rendirse al sueño un par de horas y, de repente, se va la luz. Llega el silencio denso, el calor, los mosquitos y el desvelo. Una rutina que ya no sorprende, pero que desgasta hasta el alma.
En muchos sectores de la provincia, los apagones se han convertido en compañeros indeseables de la rutina. No es solo esta servidora quien los padece: también niños, adultos mayores y comunidades enteras obligadas a vivir a oscuras.
Los únicos que "la prenden" son, a mi entender, los Nini del sector (ni estudian ni trabajan). En la madrugada encienden neumáticos como protesta. Pero sus manifestaciones dejan las calles cubiertas de basura y vidrios, y los hogares y vehículos envueltos en humo y hollín.
"Muchacha, no hay luz desde las 9:00 de la mañana", dice mami al teléfono cuando llamas pasada la 1:00 de la tarde para saber cómo están. No es novedad, sino abusos repetidos que incluso justifican echándole la culpa al sargazo.
¿Y los niños?
Cuando se va la corriente, el calor despierta a los pequeños de la casa. Entonces se arrastran hacia la galería —ese refugio improvisado de la familia—, buscando en el sereno de la noche el alivio que el sistema les niega. No deberían estar allí. Deberían estar durmiendo, soñando, creciendo en paz.
Esto no ocurre solo en La Cuna de la Constitución. En sectores "de alta gama", como dijo el intérprete urbano Toxic Crow, también se siente el filo de los cortes, aunque allí el zumbido de las plantas eléctricas maquille la oscuridad. Sus dueños transforman la oscuridad a fuerza de bolsillo.
Mientras unos tienen generadores, otros apenas contamos con abanicos de mano, toallitas húmedas y una paciencia que cada apagón erosiona un poco más. Porque luz que no llega, sueño que no se duerme.