Juan Ramos: "La Cadena cierra para concentrarnos en otras áreas del grupo"
Tras 25 años, Mercatodo ha decidido cerrar los supermercados y centrarse en su división de distribución

El cierre de la sucursal de la Av. Lincoln del Supermercado La Cadena culmina un trayecto de 25 años en el que se abrieron nueve sucursales, un modélico centro de distribución, se innovó con estrategias comerciales inéditas en ese momento y se inició prácticamente al mismo tiempo, una línea de negocio de representación de marcas. Y es esta rama del grupo Mercatodo el negocio que ha terminado por imponerse.
—¿Cuándo decidieron el cierre de La Cadena?
Primero, la empresa no ha cerrado. La empresa sigue siendo la misma y la entrega de mercancía en el país entero sigue todos los días. Han cerrado los supermercados. Nosotros nunca hemos puesto ninguna parte de la empresa en venta. Se nos han acercado, nos han hecho propuestas y fuimos evaluándolas y de acuerdo a las circunstancias, fuimos decidiendo. Recibimos ofertas nacionales e internacionales que nos interesaron, pero quisimos dar prioridad en la asignación de las propiedades a nuestros clientes de la distribuidora y que sabíamos que atenderían bien a los clientes.
—En el caso de los sucesivos cierres de sucursales...
Las primeras, la de la avenida Sarasota y la de la San Vicente Paúl fueron vendidas cuando recibimos una propuesta del grupo CCN. Posteriormente se nos acercó Carrefour. Estuvieron cerca de un año y medio negociando para comprar los dos más pequeños, en la Av. Correa y Cidrón y el de la calle Cervantes. Posteriormente y negociando otra propiedad con CCN, surge la posibilidad de venderles la sucursal de la Núñez de Cáceres. Pero antes, lo primero de todo, fue un terreno al Supermercado Bravo. Y finalmente los ejecutivos de Sanut se interesaron por el local de un supermercado de la zona oriental.
—¿El de la Avenida Lincoln se ha vendido?
No, no está en venta, aunque el supermercado sí ha cerrado. No lo ha comprado nadie. Pero estamos conscientes de que es un terreno que gana valor y que es importante ponerlo a producir. Pero sin urgencia. Más bien, si nos podemos poner de acuerdo para manejarla de otra manera, la manzana entera con otro proyecto, estudiaremos las posibilidades.
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—¿Qué los llevó a vender una a una las sucursales?
Cuando nosotros comenzamos con Mercatodo, -La Cadena es el nombre comercial de los supermercados-, empezamos a traer marcas que no había en el país. Y esas marcas han tenido mucho éxito, nos dio mucho trabajo colocarlas en los otros supermercados de la competencia, pero las fuimos metiendo. Había que alcanzar, para ser distribuidor exclusivo, unos volúmenes que nosotros con nuestros nueve supermercados no podíamos llenar. Sin darnos cuenta, marcas que empezaron con unas cajitas hoy tienen una importante participación de mercado, aunque los consumidores no saben que son de Mercatodo porque hemos sido siempre muy privados en nuestro trabajo. Puede decirse que ya no tenemos supermercados, pero que estamos en todos los demás.
—¿Deciden entonces volcarse en la representación?
Fuimos viendo que esa parte de Mercatodo se iba incrementando. Decidimos, que en el negocio del detalle, como en todos los negocios, o continúas al cien por cien o te retiras.
—Habían llegado a tener una buena cuota de mercado.
Sí, y llegamos a tener más de dos mil empleados y nueve sucursales. Además de ser pioneros en el primer programa de cliente frecuente y tener una revista, El Super, que fue la de mayor circulación en el país. Muchos nos recuerdan las promociones del Mes Histórico, en febrero, que abrió también la puerta a otras estrategias comerciales de la competencia. ¡25 años de trayectoria implican mucho trabajo y mucho esfuerzo por hacer las cosas bien! Nos sentimos muy agradecidos de los clientes, proveedores y colaboradores que nos han acompañado en este tiempo.
—¿Qué va a pasar con el centro de distribución de la entrada de los Alcarrizos?
Lo mantenemos, por supuesto. Ahí es donde se trabaja la distribución de nuestras líneas. Invertimos mucho capital y tiempo, con programas de despacho y almacenamiento propios. Al principio tuvimos con un año con muchos problemas de abastecimiento en los supermercados hasta que se afinaron los programas. Teníamos la mercancía en el centro de distribución y no podíamos despacharla a nuestros propios supermercados por diferencias con la codificación. Y sufrimos mucho, los supermercados sufrieron mucho.
—¿La panadería se mantiene?
Por supuesto, es una panadería que distribuye productos por todo el país. Está en el mismo terreno del centro de distribución. Ahí se construyó una nave de más de ocho mil metros y la propiedad es una manzana que tiene veinticinco mil metros. Hay muchas posibilidades de expansión... Yo diría que no hay ninguna panadería en el país que reúna las condiciones de la nuestra. La trajimos de Austria y es completamente automatizada.
¿Cómo se siente con el cierre de La Cadena?
Yo diría que me siento bien. Porque, como te dije antes, o vamos hacia arriba o vamos hacia abajo. Para mantener los supermercados y ponerlos a la altura como están otros de la competencia había que hacerles una inversión muy fuerte. Y como el empuje que venía atrás, realmente se estaba inclinando a la distribución, pues yo feliz. Estoy bien, como sabes voy a cumplir 78 años...
Marcas exclusivas de Mercatodo
—¿Cumplió La Cadena sus expectativas?
Cuando fundé La Cadena, con todo el entusiasmo, desde luego la idea no era comenzar a poner muchos supermercados... pero nadie abrió tantas sucursales en un año como nosotros.
—Fue una expansión muy rápida, sí.
Cuando me entregaron el local de la Lincoln, a los tres meses habíamos comprado el de la Sarasota, que era el Dominicano. Antes de un año habíamos comprado el de la Cervantes, también Supermercado Dominicano. Y antes que eso, inclusive, antes de salir con la marca, compramos el de la Correa y Cidrón, el que era Supermercado Orégano. Lo manejamos sin nombre tres meses porque no podíamos poner el nombre a un supermercado tan pequeño. Estábamos esperando a que, según el acuerdo que habíamos llegado con nuestros parientes y los socios, entregaran el de la Lincoln, en marzo de aquel año.
—¿Algún día contarán aquella separación?
Yo te podría resumir eso, para no ir con muchos detalles. Cuando teníamos los supermercados Pola y la Sirena aquí y en Santiago, cada uno se manejaba, no con las mismas proporciones, en ese accionario. Cuando se decidió fusionar todo, no nos pusimos de acuerdo en la proporcionalidad que iba a quedar para cada uno. Y bueno, ante esa situación, yo realmente preferí -si no se entendía cuál era mi posición- formar tienda aparte.
—¿Cómo ha sido este cierre para los colaboradores?
Yo diría que de aquí no ha salido nadie con problemas. Si han sido dos o tres... que pudo haber alguna pequeña diferencia... siempre saldada. A todo el mundo se le dieron sus prestaciones. Y hemos tratado de que todos encontraran trabajo inmediatamente. Cada vez que vendíamos uno de los supermercados siempre proporcionamos el listado de empleados al comprador para que los mantuviera. Hemos sido una gran escuela para preparar a la gente. Cuando nosotros abrimos, trajimos aquí a once españoles que estuvieron aquí tres meses entrenando el personal en todas las áreas: carnicería, pescadería... Siempre nos preocupamos de trabajar de acuerdo a unos estándares y unos valores que han marcado nuestra trayectoria.
Mercatodo distribuye actualmente más de 50 marcas. Desde los cereales Vitalissimo al agua de Mondariz, la cerveza TsingTao, Estrella Damm, Grupo Radeberger, el grupo cervecero más grande de Alemania, o el refresco Chubi.

Uno de los "últimos" emigrantes españoles
Don Juan Ramos es uno de los últimos españoles que llegó con "carnet de emigrante", dice riendo. Y literalmente, con los bolsillos vacíos.
Tenía 20 años y con un pasaje solo de ida financiado, vino a República Dominicana con "carta de reclamación" firmada por su hermano Mario, que ya trabajaba en la firma M. González. Aunque su primera intención era instalarse en Puerto Rico, donde tenía ya familiares asentados, se quedó en Santo Domingo trabajando en La Sirena. Un año antes don Román Ramos y don Antonio Pacheco, otro español, habían adquirido ese negocio.
Don Juan llegó al país el 15 de octubre de 1967. Fue el empleado número 7 de la tienda y en buena lid.... le hubiera tocado barrer. Pero como explica, "me libré de la escoba y el suape, no sé muy bien por qué. Todo español que llegaba empezaba por ahí. Quizá porque era pariente de Román me libré... Y el empleado que trapeaba, Ramón, protestó."
Pronto, y por la salida de uno de los socios, pasó a ocupar la vicepresidencia de la compañía, con 10,000 pesos en acciones. Dinero prestado, aclara, porque realmente... "no tenía nada. Acababa de llegar de Presnes, Asturias."
Allí, en Presnes, "una aldea de diez casas", queda el hogar familiar, la casa de Prin (¿les suena el nombre?) donde comenzó hace décadas un Juan chaval a vender en una pequeña bodega. La de don Juan Ramos es una de las historias de la emigración española a América que necesita ser contada en primera persona. No cualquiera tiene un carnet oficial de buhonero. (Pero esa es otra historia...)
—¿Cómo "aterriza" en Santo Domingo?
Yo vine a vivir a un piso compartido con mi hermano Mario y cuatro personas más.
Uno de ellos ya tenía amores en San Pedro de Macorís y me invitaron un domingo, a las tres semanas de llegar, a unirme al grupo y fui para allá. Ese día conocí a Elisa. Seis meses después ya comenzamos a salir juntos. Pero hubo su bache en el camino, porque después ella se fue a España con la tía y unas primas. Cuando regresó, volvimos a encontrarnos y nos casamos en 1972.
—¿Seguía trabajando en La Sirena?
Sí, fui adquiriendo más acciones en la empresa. Ya eso fue cuando llegó Jesús, que tenía un negocio en la San Martín. Y así estuvimos durante 31 años. En el año 79, vino el Pola. Después tuvimos también compañías de importación. Entramos en Santiago, ahí se unió en el negocio Luis Fernández, bellísima persona, que falleció hace dos o tres años. Compramos Galerías Dominó y posteriormente la tienda El Gallo y un solar que colindaba. Ahí montamos el Pola, si mal no recuerdo en el 95. Y bueno, en fin, por ahí fueron comprando muchas propiedades. La Churchill, en la Charles de Gaulle 280.000 metros.
—¿Su familia de origen, en Asturias era comerciante?
Yo comencé vendiendo en una bodega en mi casa. Mi bisabuelo era hermano del abuelo de Román, de ahí viene el parentesco. Eran tres hermanos: Román, Juan, que era mi bisabuelo, y Manuel, que era cura. Mi bisabuelo se casa como dicen en Asturias, con la meiraza (la primogénita heredera) de una propiedad, la casa de Prin, en Presnes. Las casas tenían un nombre, una la de Prin, otra la de García, otra la de Antonio.
—¿Casas antiguas, rurales, de piedra?
Sí, de siglos... Era una aldea, las casas no tenían ni sanitario... Él, en vez de dedicarse a la labranza, termina montando lo que se llamaría ahora una bodega. Al lado de la casa, debajo de la panera.Y ahí vendíamos vino y todo era como como en los colmados de aquí. Yo vendía 100 gramos de azúcar, medio kilo de arroz, un cuartillo de aceite, un litro de vino... Era un niño.
—¿Qué es una panera?
La panera es como un hórreo gallego, pero rectangular. Sobre pilotes, para que no lo alcancen animales o el agua y ahí se guarda la cosecha, la matanza...
—¿Tenían animales, tierras?
En la casa siempre hubo cinco o seis vacas, cinco o seis cerdos, ovejas... que estaban en la parte baja de la casa, dentro. En el medio la vivienda y arriba el pajar... Y entonces abajo la panera, que era como la despensa. Se mataban los cerdos y se iba colgando los productos.
—¿Cuántos hermanos eran?
Cinco. Tres varones y dos hembras. Se quedaron allá, menos Mario y yo que vinimos aquí.
—¿Mantiene la casa?
Sí, la remodelé. Convertí todo en vivienda. En lo que fueron las cuadras, ahí está el garaje. La amplié. Arriba, en el pajar, hay habitaciones. Cuando nosotros éramos niños, en el pueblo vivían como 60 personas en 10 casas. Hoy viviendo en el pueblo permanentemente unos cinco adultos. Cinco personas en diez casas.
—La España vaciada, le llaman...
Así es, hay un problema de despoblamiento en Asturias. Nosotros trabajábamos la tierra y a mí me tocó arar: cosechábamos trigo, cosechábamos centeno.....
—¿Arar y cortar la hierba a guadaña?
Exactamente, las guadañas... Eso le digo yo a los amigos del golf, que el swing me viene de entonces. ¡A guadaña y cualquier cantidad de metros bajo el sol! Peor que eso era arar, coger un arado de dos vacas adelante tirando y aguantando y luego saca otra vez y otra vez para allá. Cosechábamos avellanas, castañas. Y antes el trigo. La gente se ayudaba mucho y el pueblo entero, todo el mundo, cosechaba. Cada uno tenía su facina, como le decían.

—¿Emigrar fue una decisión propia o se daba por supuesto?
Lo pensé pronto, casi después de niño. Como teníamos tanta relación con los parientes de Puerto Rico, mis hermanos y mi abuelo... y luego iban al pueblo aquellos americanos con los Haigas. Eso nos llenaba un poco los ojos.
—¿Usaban el término indiano?
No, yo creo que vine a oír ese término cuando llegué aquí. Asturias está llena de casas de indianos. Y con Fundación de la Inmigración Española en República Dominicana (FINMIESP) que estamos montando, tendremos una sala dedicada a la migración asturiana en la República Dominicana en el Museo La Fundación Archivo de Indianos-Museo de la Emigración (Asturias).
—¿Había escuela en Presnes?
Primero íbamos a una escuela rural que había a un kilómetro y medio de donde vivía. Íbamos todos los días cinco o seis de los vecinos. Y después estuve cuatro años en Corias, interno con los Dominicos en un convento que ahora es un parador muy bonito. Yo nunca fui buen estudiante, sobre todo cuando comenzó la adolescencia. Los primeros cursos muy bien, pero cuando ya yo tenía 15, 16 años... Me sacaron del colegio de Corias por una... digamos que por una mala digestión.
—¿Una mala digestión?
Eso creo yo...Pero había vino por el medio. Acabábamos de salir de unos ejercicios espirituales y nos dieron el día libre. Fui con dos compañeros al salir a un bar. Allí compramos una lata de sardinas, otra de mejillones, una botella de vino. Y nos fuimos por el río abajo a bañarnos y a tomar aquello... Cuando llegué al colegio, yo no me recuerdo.
Que me sacaran me hizo muy bien porque de ahí me fui a Cangas de Onís y ahí hice el bachillerato técnico-laboral. Yo estaba externo y por fin iba por libre... Perdí un año por culpa del profesor que nos daba política y educación física. Me suspendió y no pude hacer la reválida. Tuve que esperar un año para volverme a examinar.
—¿Cuándo dice Política, habla de aquella asignatura de Formación del Espíritu Nacional?
Eso mismo. Eran los años de Franco. El caso es que terminé el bachiller y ya vine para acá directamente. Estuve una semana en Puerto Rico con los parientes. No traía ni un centavo. Al contrario, había tenido que pedirle a uno que era vecino de allá del pueblo. Tenía una cafetería allá en la calle Serrano, el Café Roma, muy bonito, muy famoso. Tuve que pedirle prestado, creo que fueron 5.000 pesetas.
En Puerto Rico me esperaban en Migración y ahí la familia me dió 200 o 300 dólares que entregué a mi hermano. Mario me dijo: "bueno, esto es para pagar la cama y lo que te compré para instalarte y el resto para que no te quedes sin nada."
—¿Se integró pronto?
Cuando yo llegué trabajábamos un año y pico y yo veía que ahí en la tienda se vendía poco y pensé que nosotros podíamos salir a vender mercancía por el país. Yo montaba la mercancía primero era una station wagon que Román había comprado. Después compramos una Volkswagen de esas cerradas. Y la llenaba de mercancía y salía por el país a vender mercancía por el país. Al principio con un acompañante luego solo. Eso me permitió conocer el país entero y pronto.
—¿Qué tipo de género llevaba?
Cosas de la casa, del hogar, pantalones, ropa interior, telas y comenzamos a incursionar en los cosméticos. Yo llevaba el champú que costaba un peso una botella de un litro. Vendía por todo el país de contado. Aquello no es que fuera un gran negocio, pero a mí me permitió conocer lo que había, incluidos los bateyes.
—¿Es verdad que tiene usted carnet oficial de buhonero?
Totalmente cierto. Una vez en las Matas de Farfán vienen dos inspectores de rentas internas y me dicen "¿Dónde está su patente?" Y yo... "¿cómo la patente?" Sí, me contestan: "en principio usted está vendiendo mercancía. Usted tiene que tener una patente de buhonero." Y tuve que sacar una patente de buhonero. La tengo todavía.
Y de aquellas andanzas por las carreteras del país, a menudo de noche cerrada en carreteras casi vacías, todavía quedan clientes. Los Khoury, que en Barahona compraban género al viajante (¿o buhonero?) recién llegado de España para su comercio El Encanto, hoy son clientes de Mercatodo.
Juan Ramos formó su familia con Elisa Morey y hoy sus tres hijos, Juan Enrique, Mariela y Nicolás van tomando el mando de Mercatodo. A lo largo de elos años ha formado parte de varias asociaciones benéficas, la Casa de España, la Cámara de Comercio de Santo Domingo... Y hoy tiene, como dice, la suerte de tener dos patrias.