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Solidarios en la desgracia ajena

Melissa nos recordó que la vulnerabilidad es compartida y que la mejor protección no viene del cielo, sino de la mano que socorre

Llamémosle suerte, protección extraterrestre o simple gracia meteorológica. La República Dominicana volvió a esquivar los peores embates de la tormenta Melissa. Los daños, aunque presentes, no alcanzaron la magnitud que hoy devasta a Jamaica y Cuba, donde la furia del viento y las lluvias deja un saldo trágico de pérdidas humanas y materiales. Las escenas de destrucción son escalofriantes y dolorosas

Esa diferencia de destino no debe verse con arrogancia ni con indiferencia. La línea que separa la fortuna del desastre es delgada y el azar, si es que de azar se trata, no protege dos veces del mismo modo. Lo que ahora celebramos como alivio debe traducirse en prevención, aprendizaje y empatía.

La República Dominicana tiene una obligación moral con sus vecinos del Caribe. No solo porque compartimos mares y tormentas, sino porque la solidaridad es también una forma de civilización. Extender una mano generosa a quienes hoy enfrentan el caos es honrar nuestra propia suerte.

Cada vez que un ciclón pasa de largo, el país recibe una lección silenciosa. No confiarse del clima ni de la providencia. Melissa nos recordó que la vulnerabilidad es compartida y que la mejor protección no viene del cielo, sino de la mano que socorre.

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